Fundamentos de nuestra nacionalidad

“Para que en ello no hubiese estorbo, dieron de noche a la niña a unos indios de Xicalango, porque no fuese vista, y echaron fama que se había muerto”, explica Díaz del Castillo.


Viva México


Muchos se sorprenderían y quizás más se escandalizarían si en lugar de escuchar los vivas a los que estamos acostumbrados la noche del 15 de septiembre escucharan los que acabamos de mencionar, porque nos hemos contado a nosotros mismos una historia muy poco histórica y muy ideologizada por intereses políticos, totalmente maniquea, que mucho daño nos ha causado y no nos ha permitido conocer en realidad lo que somos y a lo que debemos aspirar, y el resultado es que odiamos nuestro propio origen y nos hemos llenado de heridas, es por eso que es tiempo de tratar de reconciliarnos y reconocer nuestro origen como el fruto de un encuentro ineludible de dos mundos que como cualquier parto fue doloroso, pero de ahí surgió un nuevo pueblo con grandes esperanzas y posibilidades de gloria que no ha podido cristalizar en gran parte por esa historia mutilada y manipulada.

Los personajes aquí mencionados se nos han presentado siempre como villanos, o traidores, o cobardes, o todas esas cosas al mismo tiempo, y si bien fueron personajes de carne y hueso y por lo tanto con virtudes y debilidades, estoy seguro que haciendo un análisis objetivo y minucioso, y entendiendo sus circunstancias y el contexto histórico llegaríamos a la conclusión de que sus méritos históricos superarían ampliamente sus errores y debilidades y desde luego serían considerados pilares de nuestra nacionalidad y fundamentos esenciales del México que hoy conocemos.

¿Por qué considerar dentro del mismo círculo a tres personajes contemporáneos y a uno muy posterior? Digamos que en ellos encontramos nuestro origen y formación nacional y el inicio de un nuevo ciclo como nación independiente.

No vamos a hacer una biografía de estos personajes, que cada uno merece uno o varios libros para conocerlos y comprender su trayectoria personal para la historia, pero mencionaremos algunos puntos clave para tratar de recomponer la injusticia histórica con la que han sido presentados.

Moctezuma era desde luego un personaje extraordinario que guiaba los destinos del imperio más importante de Mesoamérica, fue un gran guerrero pero más que por eso fue elegido por ser religioso y sabio, era como un emperador y un sumo pontífice al mismo tiempo, regía con autoridad sin discusión un imperio fuerte y próspero, temido y odiado por muchos pueblos a los que tenía sometidos; el pueblo en general no podía verlo siquiera, y los nobles tenían que ir descalzos al visitarlo y dirigirse con las palabras: “Señor, mi señor, mi gran señor” sin darle la espalda y con la vista abajo. Fue esa religiosidad y su interpretación la que en un momento se impuso y ante la duda de que tal vez Quetzalcóatl había regresado le impidió tomar medidas bélicas para impedir la llegada de Cortés, pero de ninguna manera fue ni un cobarde ni un traidor, el destino lo puso en esa trágica situación, y a la vista de la historia es claro que si hubiera actuado de forma diferente tal vez hubiera vencido a Cortés, pero hubieran llegado otros hombres del otro lado del mar y a la larga el resultado hubiera sido el mismo.

Malintzin o Malinalli conocida después como la Malinche no era desde luego azteca, no tenía ninguna razón para tener ninguna lealtad con los aztecas o tan solo alguna simpatía por ellos, el cronista Bernal Díaz del Castillo, quien acompañó a Hernán Cortés en sus travesías, relató en una de sus obras que a Malintzin le correspondía ser heredera de los dominios de su padre.

Era hija de un cacique local que falleció cuando ella era una niña, por lo que su madre, Cimatl, contrajo matrimonio con otro jefe indígena de la zona con quien concibió un varón.

El conflicto de quién era el heredero del cacicazgo fue solucionado cruelmente para Malintzin.

“Para que en ello no hubiese estorbo, dieron de noche a la niña a unos indios de Xicalango, porque no fuese vista, y echaron fama que se había muerto”, explica Díaz del Castillo.

En el mercado de Xicalango, la niña fue comerciada como esclava y finalmente cayó bajo el dominio del cacique de Tabasco que después de haberse enfrentado al capitán español fue derrotado y con un grupo de mujeres sería regalada a Hernán Cortés, de ella diremos que fue una mujer extraordinariamente inteligente, no solamente porque dominaba el náhuatl, el maya y después el español, sino porque fue una pieza clave para que Hernán Cortés entendiera la forma de pensar de los pueblos indígenas, las estrategias que debería seguir, y desde luego destacar que no traicionó a nadie, porque como muchos de los indígenas, pueblos enteros consideraban a los aztecas sus enemigos y sus dominadores, y hay que reiterar que México no existía como nación, por lo que es imposible traicionar lo que no existe, y podemos considerarla como un símbolo del nuevo mestizaje del cual provenimos la mayoría de los mexicanos al haber tenido un hijo con Hernán Cortés, que siempre seria el favorito del gran capitán.

Y de Cortés, el hombre más odiado de México, sobre el que se dicen cosas terribles, transcribo un párrafo del libro de Juan Miguel Zunzunegui sobre Hernán Cortés: “…Por qué, si era el conquistador, era tan querido por los indios y tan temido por el rey de España… por qué ocultar que era noble, que estudió en la Universidad de Salamanca, que era jurisconsulto y latinista, que citaba las Escrituras y a los autores clásicos, que leía a Julio César y a Salustio, que era escribano y escritor. Por qué no decir que era valiente y brillante, habría que serlo para conquistar el imperio azteca.” Cortés fue el conquistador del imperio azteca, no de México porque nuestra nación no existía en ese entonces ni siquiera en la imaginación, más bien fue a raíz de Cortés y su lucha lo que después de una larga gestación hizo que se iniciara lo que después llegó a ser el México que conocemos.

Y finalizaremos con Iturbide, del cual diremos que después de haber elaborado un brillante plan que a todos entusiasmó y casi sin derramamiento de sangre logró lo que ni Hidalgo, ni Allende, ni Aldama, ni Guerrero habían podido conseguir, la Independencia de México. El jueves 27 de septiembre de 1821 con un ejército de unos cuatro mil hombres entraba triunfalmente en una ciudad adornada en todos los balcones con los colores de la bandera que él nos dio en medio de grandes aclamaciones populares, auténticas y llenas de júbilo. Después a falta de que el rey de España aceptara el trono de México fue proclamado emperador, recordemos que estamos en 1821, y la idea de un imperio era algo ampliamente aceptado, pues el gobierno republicano solo era conocido en Estados Unidos, después empezaron las intrigas, patrocinadas precisamente por esa república del norte que no quería a un vecino poderoso, y movido el congreso por la masonería lo hicieron renunciar, para después en un acto de verdadera traición, declarar traidor a quien nos había dado patria y libertad, para después fusilar al que en realidad debería ser reconocido como el verdadero padre de la patria, y hoy ni siquiera es mencionado en la celebración de la Independencia, lo que es en verdad algo grotesco, paradójico y de una injusticia monumental.

Hoy vivimos en un México dividido y en medio de una crisis política, económica, y hasta de salud, y parece que nunca terminamos por encontrar nuestro camino, y me parece que difícilmente lo encontraremos si no empezamos por entender lo que somos, y sobre todo que México nunca fue conquistado, no somos el fruto de una conquista, porque México no existía a la llegada de Hernán Cortés, y por otro lado empecemos a honrar y reconocer a quien en verdad nos dio la Independencia: Don Agustín de Iturbide, el libertador de México.

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