Emergencia social

Flota en el ambiente una sensación de inseguridad no solamente porque el crimen presenta números alarmantes en el país, y escuchamos a diario como si fuera un índice más el número de personas asesinadas cada día comparándose con el día anterior, el mes anterior el año anterior etc., como si fuera un índice económico más, y no tenemos tiempo para reflexionar que cada número que ahí se menciona se refiere a la pérdida de un ser humano, y la tragedia que se genera alrededor de cada uno de éstos números, y las historias que se siguen a estos hechos independientemente de las causas o del origen, y si a esto agregamos los demás delitos de moda como por ejemplo el llamado derecho de piso, que es una especie de impuesto que cobra la delincuencia y que obliga inclusive a muchos a cerrar o a pensar dos veces antes de iniciar un negocio por temor a ser que el mismo fracase por esta amenaza cada vez más frecuente, pero si a esto le agregamos el clima de incertidumbre creado por el gobierno actual, más la polarización impulsada por el mismo, y le sumamos las preocupaciones habituales de la vida como son tener un trabajo y las presiones por no perderlo, más una preocupación natural entre otras, por contar con los ingresos de una vida digna y el temor a no tener un sistema de salud eficiente, tiempo y claridad para educar a los hijos, etc., se entiende la razón de esta sensación de desasosiego.

Pero por si fuera poco falta aún lo más grave, y es que se ha perdido mucho una base de valores en los cuales la sociedad y las personas en lo individual encontraban una roca firme en la que apoyarse para superar sus temores y buscar un rumbo firme hacia dónde avanzar para vencer las crisis externas, y con un relativismo de valores y contra valores que se presentan al mismo nivel no sabe a dónde dirigirse o de donde asirse para retomar el rumbo.

Decía Anacleto González Flores que: “Se sabe y se ve que las sociedades perecen cuando el deseo de sacrificarse por los demás y la ley del amor son devoradas por la fiebre del placer y por la hoguera del egoísmo, y se quiere volver a los hombres al sistema único que ha sabido hacer del amor a la humanidad un deber ineludible y una de las más hermosas virtudes”, y más adelante: “Los gobiernos ante todo necesitan prevenir y echar en las regiones del pensamiento y de las costumbres los cimientos sólidos del orden y de La Paz”.

Y contra la corriente de moda que consiste en hablar de todo menos de Dios, propone lo siguiente para terminar con esta emergencia social que ya desde su tiempo vislumbraba, dice que como base de la moralidad: “ Se establece a Dios, que es el orden absoluto y eterno, como el punto de apoyo de estas grandes entidades que son los polos en que descansa el mundo moral; el derecho y el deber. A esto se añade una concepción verdaderamente sublime de las relaciones humanas que, según las enseñanzas de la iglesia, deben inspirarse y fortalecerse en el amor llevado a su más amplio desarrollo. Por lo que ve a los hechos, es de todos conocida la transformación que las sociedades paganas sufrieron cuando la palabra de Jesús se apoderó del pensamiento y de las instituciones de entonces, y todavía ahora, a pesar de que son muchos los que se han obstinado en volver a la humanidad al caos del paganismo, y de que las costumbres se corrompan, flotan aún sobre las conciencias como girones de luz que deja un sol que se va, las ideas hondamente regeneradoras que ayer levantaron las almas caídas y despertaron las ansias de libertad y de ennoblecimiento y son la única esperanza del porvenir”.

Ante tantos grupos de presión que tratan de imponer en el pensamiento y en las mismas leyes, y lo están logrando, ideologías contra la vida, la naturaleza y la misma familia, es necesario contraponer los principios que nos han regido durante siglos, porque, aunque no se haya apegado nunca el mundo como debería a ellos al menos marcaba rutas seguras que nos daban puntos de referencia para distinguir el bien del mal.

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