Hidalgo sometido a un juicio muy estricto, con auténtica sinceridad miró atrás y vio todas las cosas negativas que había causado con su conducta.
Acabamos de festejar la llamada fiesta del Grito y el Desfile Militar para recordar nuestra independencia de España, desde luego como todos los años se repitió en la ceremonia una injusticia y una incongruencia histórica al no gritar entre los nombres de los homenajeados al protagonista de la fiesta que se celebra, es decir al consumador de la Independencia, Agustín de Iturbide.
Me parece que todos conocemos la imagen del padre Hidalgo, el contexto de su llamado Grito, en el que por cierto generalmente se omite que estaba presente la religión, y curiosamente el nombre del rey de España Felipe VII, pero para la mayoría de los mexicanos después desaparece la historia de los meses siguientes y tan sólo por ahí se menciona que don Miguel Hidalgo fue hecho prisionero y fusilado.
Esa etapa de la que se habla muy poco está llena de desaciertos por parte de don Miguel que no van de acuerdo con su imagen de héroe, y por lo tanto para preservar la misma, es mejor desde el punto de vista de la propaganda oficial no hacer mucho hincapié en ella, pero los mexicanos deberíamos conocer un poco más a fondo nuestra propia historia para hacer un mejor juicio de nuestros protagonistas, y después decidir que tan héroes o no son los mismos.
Aunque es difícil juzgar la vocación de un hombre, por los hechos no parece que Hidalgo tuviera una gran vocación sacerdotal porque su espiritualidad no fue nunca muy profunda, y por lo mismo no podía y transmitir eso a sus fieles. En cambio, era un hombre culto que traducía del francés, que había leído bastante, que buscaba el bienestar material de sus feligreses y, por eso, se interesaba por los desarrollos agrícolas e industriales, por lo cual era una persona bastante apreciada en los diferentes rangos sociales, se dice que era dadivoso y hasta despilfarrado.
Es un hecho que Hidalgo no tenía un plan, y carecía de nociones de táctica y estrategia, y recordando además que todo empezó de improviso al ser descubierta la llamada conspiración, se tuvo que actuar en emergencia, así Hidalgo se dirigió a la prisión, liberó a los encarcelados, y llamando a misa, en lugar de celebrar la misma arengó a los campesinos presentes, y así entre presos y feligreses formó su primer ejército, y gritó también la célebre y desafortunada frase de “vamos a coger gachupines”, como si todos los españoles fueran criminales y miembros del gobierno, iniciado así una campaña de odio. Camino a San Miguel Allende se detuvo en el santuario de Atotonilco, donde tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe, sabiendo que de esta manera ganaría más partidarios y mezclando así a la religión en su causa.
Llegaron a San Miguel Allende se produjo el primer saqueo de la turba que acompañaba a Hidalgo, a tal grado fue la violencia que el mismo Allende tuvo que contenerla, lo que causó la primera discusión entre ambos, pues Hidalgo le dijo que necesitaban a la multitud y esa era una forma de retenerlos adictos al movimiento. Allende confiaba en un ejército menor pero disciplinado, pero Hidalgo pensaba que sería más eficaz tener un gran número en sus filas.
De hecho, nunca hubo una idea muy clara entre sus seguidores de qué y cómo lo lograrían y no es este espacio el indicado para seguir con detalle la campaña, pero diremos que los saqueos y matanzas continuaron, se cometieron muchos errores y el distanciamiento entre Allende e Hidalgo continuó acrecentándose.
Meses después Hidalgo se encontraba en Guadalajara y, contra la opinión de Allende decidió presentar una batalla contra el general Calleja confiado en su gran número de seguidores que se calculaban en 100 000 hombres contra solamente 7 000 de Calleja, la diferencia era la disciplina, el conocimiento táctico y la experiencia militar, lo que resultó en una gran derrota para Hidalgo, por lo que allende y Aldama decidieron degradar a Hidalgo. La destrucción que se había generado en el territorio era terrible; acueductos destruidos, haciendas y ciudades saqueadas, agricultura perdida, ingenios y minas arrasadas.
Ante la situación completamente desventajosa en la que quedaron los insurgentes, pensaron que podían dirigirse a los Estados Unidos en busca de armas, Aldama se adelantó y lo siguieron Allende e Hidalgo, Abasolo y Jimenez, pero avanzaban en una forma un tanto desordenada, no esperaban ningún ataque y fueron sorprendidos por el teniente coronel Ignacio Elizondo que los tomó prisioneros y los llevó a Chihuahua donde serían juzgados.
Hidalgo sometido a un juicio muy estricto, con auténtica sinceridad miró atrás y vio todas las cosas negativas que había causado con su conducta, reconoció que se desvió del camino al dejarse llevar en gran parte por la soberbia que lo condujo a no escuchar los consejos de sus colaboradores que sabían mucho más de batalla y estrategias por ser militares, esos errores les costarían la vida a todos ellos y muchos años de retraso a la Independencia.
Don Miguel antes de morir firmaría la siguiente confesión:
Don Miguel Hidalgo, cura de Dolores, a todo el mundo.
¡Quién dará agua a mi cabeza, y fuentes de lágrimas a mis ojos!
¡Quien pudiera verter por todos los poros de mi cuerpo la sangre que circula por sus venas, no sólo para llorar día y noche los que han fallecido de mi pueblo, sino para bendecir las interminables misericordias del Señor!
¡Mis clamores debían exceder a los que dio Jeremías, instruido por el mismo Dios, para que levantando a manera de clarín sonoro la voz, anunciara al pueblo escogido sus delitos, y con sentimientos tan penetrantes, debía convocar al orbe entero a que vieran si hay dolor que se iguale a mi dolor!
Mas ¡hay de mí! ¡que no puedo espirar hablando y desengañando al mundo mismo de los errores que cometí! Mis días ¡con qué dolor los profiero! pasaron veloces: mis pensamientos se disiparon casi en su nacimiento, y tienen mi corazón en un tormento insoportable.
…Luego erramos y hemos andado por caminos difíciles, que nada nos han aprovechado: veo al Juez Supremo que ha escrito contra mi causa que me llenan de amargura, y que quiere consumirme por sólo los pecados de mi juventud.
¿Cuál será, pues, mi sorpresa, cuando veo los innumerables que he cometido como cabeza de la insurrección? ¡Ah, América, querida patria mía! ¡Ah, americanos mis compatriotas, europeos mis progenitores! compadeceos, compadeceos de mí.
Yo veo la destrucción de este suelo, que he ocasionado: las ruinas de los caudales que se han perdido, la infinidad de huérfanos que he dejado, la sangre que con tanta profusión y temeridad se ha vertido, y lo que no puedo decir sin desfallecer, la multitud de almas que por seguirme estarán en los abismos.
Ya veo que si vosotros, engañados insurgentes, queréis seguir en las perversas máximas de la insurrección, mis reatos se aumentarán, y los daños, no sólo para la América sino para vosotros, no tendrán fin.
La santidad de nuestra religión que nos manda perdonar y hacer bien a quien nos hizo mal, me consuela, porque espero que os compadeceréis de mí, perdonándome unos hasta el menor daño que os he inferido, y librándome vosotros, insurgentes, de la responsabilidad horrible de haberos seducido… El horror con que se me presenta la sangre que por mí se ha derramado, y la devastación de este florido reino, no puedo negar son aquellos auxilios con que ponía a la vista de Israel lo malo y amargo que es haberle dejado: no, no son los tormentos del abismo los que me perturban, porque son mayores las culpas con que los merecí.
…Quiero morir y muero gustoso porque ofendí a la Majestad Divina, a las humanas y a mis prójimos: deseo y pido que mi muerte ceda para gloria de Dios y de su justicia, y para testimonio el más convincente de que debe cesar al momento la insurrección, concluyendo estas mis últimas y débiles voces con la protesta de que he sido, soy y seré por toda la eternidad, católico cristiano, que como tal creo y confieso cuanto cree y confiesa nuestra Santa Madre Iglesia:
Que abjuro, detesto y retracto cualquier cosa que hubiese dicho en contra de ello, y que por último espero que las oraciones de los fieles en todo el mundo, con especialidad de estos dominios, se interpongan para que dándome el Señor y Padre de las misericordias una muerte de amor suyo y dolor de mis pecados me conceda su beatifica presencia.
Chihuahua, Real Hospital, y mayo 18 1811.
Miguel Hidalgo.
El 30 de julio de 1811, después de confesarse y recibir la absolución fue fusilado don Miguel Hidalgo.
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