Días de fiesta y esperanza

El 1° y 2 de noviembre deben ser días de alegría, de amor y de esperanza que nos abran un paréntesis entre tantas malas noticias, porque son días para hablar de un triunfo definitivo, del triunfo de la vida sobre la muerte.


Perdida de las tradiciones


Tal vez del día que más se ha perdido su el significado es el del 1° de noviembre, día de todos los santos. ¿Qué significa y que debería de ser para nosotros en la práctica ese día?

Ante todo habría que comprender el significado de la palabra santo, para algunos es un término que se aplica en ocasiones con un sentido un tanto despectivo, para otros los santos son personajes desconectados de la realidad de la vida porque están demasiado elevados y son estatuas de iglesia, cuando que en el auténtico sentido  la santidad es la realización plena del hombre al responder con libertad y entrega a la misión que Dios le ha encomendado.

Una definición un tanto no convencional sería “…un forjador de proporciones gigantescas, titánicas, que en el amanecer y en el crepúsculo, unas veces de rodillas y otras de pie y con los puños crispados en alto por el temblor de la rebeldía, ha levantado y ha dejado caer el martillo para troquelar la fisonomía del Maestro”.  Anacleto González Flores.

Pero también son santos todos aquellos que habiéndose esforzado en vida por seguir a Jesús, y aunque para el mundo no hayan realizado nada extraordinario viven ya eternamente en la presencia del Señor porque cumplieron una labor callada pero valiosa en la familia, en el trabajo y en la sociedad, y ahí podemos esperar que estén muchos de los que hemos querido, tal vez nuestros padres, parientes, amigos, bienhechores, porque según nuestra fe la muerte no destruye la vida, la  transforma, y ahora los que murieron la viven en plenitud.

En la misa del 1° de septiembre se lee la siguiente lectura del Apocalipsis… “Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: <<La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.>> Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos, Amén>> 

Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: <<¿Esos que están vestidos con vestiduras blancas quiénes son y de dónde han venido?>> Yo les respondí: <<Señor mío, tú lo sabrás.>> Me respondió: <<Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero”. 

Que inmensa alegría imaginar que en medio de esa inmensa multitud  de los que han lavado sus vestiduras con la sangre de Jesús estén todos los que nos han precedido, y que mejor que vivir con la esperanza de que un día nos reuniremos ahí con ellos en la presencia de Dios.

Y el día 2 de noviembre escuchamos la siguiente lectura del santo evangelio según san Juan 14, 1-6

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“-«Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así; ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»

Tomás le dice:

-«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»

Jesús le responde:

-«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.»

Es natural estar tristes porque extrañamos a los que han muerto, y porque es normal sentir temor ante la propia muerte, pero nos consuelan y nos  animan ante las dificultades las palabras de Jesús y la certeza de que siguiéndolo estaremos avanzando por la vida por el camino correcto y seguro. 

Es por esto que debemos fijar nuestra atención en estas dos celebraciones y gozarlas, y enseñar a nuestros niños y jóvenes el profundo y grandioso significado de las mismas, porque si todos aspiramos a ser triunfadores, este es el auténtico y definitivo triunfo al que todos debemos aspirar y el que todos podemos conquistar aceptando y siguiendo a Jesús. 

 

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