Del ensueño a la locura; Carlota una princesa infortunada – Cap XXXVIII Regresa el joven Macabeo

Maximiliano que todavía no conocía en detalle el fracaso de las gestiones de Carlota ante Napoleón. Participó con gran entusiasmo en la celebración de las fiestas de Independencia del 15 de septiembre. Los mexicanos, como siempre festivos, lanzaron cohetes al aire desde la mañana hasta la noche. Tal vez fue el último día de felicidad del emperador que en verdad ya se sentía mexicano en México.



El 8 de octubre llegaron a México dos cablegramas urgentes, uno de Roma donde se le informaba del estado delicado de salud de Carlota y otro de Miramar donde se le informaba que ya estaba siendo atendida por un doctor. Cuando Maximiliano preguntó datos del doctor, le informaron que era el director del manicomio, con lo cual ya no le quedó la menor duda sobre la enfermedad de Carlota.

Maximiliano decidió salir para Orizaba. Al llegar, fue recibido con grandes muestras de afecto; sin embargo, ya estaba decidido a abdicar ante el abandono de las tropas francesas y el apoyo abierto de Estados Unidos a las tropas juaristas. Digamos, para ejemplificar esto, que el general Sheridan escribe en sus memorias que tan sólo ya habían mandado 30,000 mosquetes del arsenal de Baton Rouge a las tropas liberales.

Al enterarse de sus intenciones, sus consejeros empezaron a presionarlo diciéndole que sería deshonroso que un Habsburgo abandonase sus compromisos. La Iglesia por su parte prácticamente había roto con el liberal emperador y no estaba ya dispuesta a darle ningún apoyo.

En noviembre recibió dos cartas, una de su madre y otra de su hermano, en ambas le pedían que no renunciara, pues sería muy deshonroso para la dinastía Habsburgo. Así que Maximiliano decidió quedarse. Bazaine, al saber la noticia, se enfureció y dijo: “Pues si el austriaco quiere quedarse, que lo fusilen de espaldas”, y cometió una última villanía antes de salir de México: vendió parte de sus armas y su parque al general Porfirio Díaz.

Miramón nunca participó en la búsqueda de un emperador extranjero y además no quería a los franceses ni los franceses lo querían a él, porque habiéndole ofrecido honores y riquezas por participar en el ejército francés, él las había rechazado con indignación. Se puso al servicio del Imperio Mexicano por considerarlo como la única alternativa viable y sin embargo Maximiliano nunca lo había apreciado y celoso de su prestigio lo envió a Europa bajo el pretexto de que estudiara tácticas militares en Alemania. Sin embargo, ahora que los franceses abandonaban al emperador, Miramón, que había sido el presidente más joven de México, aun a sabiendas de la precaria situación del imperio, sentía que el destino de México en mano de los liberales sería lo peor que le podría pasar a su amada patria, por lo que decidió regresar a costa de grandes peligros a ponerse al servicio de Maximiliano.

Miramón y Márquez llegaron a Orizaba y se pusieron al servicio del emperador. Miramón sabía que la situación era desesperada, pero confiaba en Dios, pues estaba seguro de que, si triunfaba Juárez, no cesaría la obra iniciada por los liberales que a nombre de la libertad era el inicio de la descristianización de México.

Ahora, ya como generales del imperio, se les asignaron sus responsabilidades. Miramón se encargaría de recuperar el noroeste del reino, Márquez del norte y Mejía centro y sur. Tal vez hubiera sido lo mejor que Maximiliano diera el mando total a Miramón, que sin duda era el más capaz de los tres, pero sería hasta el final que el emperador comprendería que Miramón era un hombre de lealtad total, y que si se había opuesto al imperio era por sus convicciones de que los mexicanos hubieran podido con cierta ayuda resolver la situación. Ahora sin embargo estaba decidido a apoyarlo por considerar que era la única manera de mantener a México cristiano y libre de Estados Unidos y lo hacía con la entrega plena con la que siempre abrazaba las causas en las que creía.

Miramón se reunió con Márquez. Ambos llegaron a la conclusión que llegaban a tratar de salvar una causa casi perdida, y que había enormes probabilidades de perder la vida; sin embargo, pese a que en el pasado algunas situaciones los separaron y que Márquez sentía envidia porque siempre había estado bajo la sombra de Miguel, que llegó inclusive a la presidencia, se comprometieron a llegar hasta el final.

En diciembre Miguel pasaba revista a sus hombres, Concha su esposa que lo acompañó fue testigo de la pobreza de armamento con la que contaban las nuevas tropas del joven Macabeo, como había sido conocido en su época de gloria, por lo que ya en casa Concha le dijo: “Miguel, a mí no me engañas, te estás matando”. “No temas”, le respondió, “voy a la batalla por Dios y por la libertad de México”.

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