Casi siempre se nos ha presentado la figura de Maximiliano como la de un invasor desalmado que quería tiranizar a México e imponer una monarquía extranjera; pero, analizando su actuación, se tiene que cambiar sea visión, y en una proclama al pueblo de México y el 31 de mayo se dirige a los mexicanos en los siguientes términos.
Compatriotas: Después de que el valor y el patriotismo de los ejércitos republicanos despedazaron mi cetro y mi corona en esta plaza, cuya tenaz defensa me era indispensable para salvar el honor de mi causa y de mi raza: después de este sitio sangriento en que han rivalizado en abnegación y denuedo los soldados del Imperio y los de la República, voy a explicarme:
Compatriotas, yo vine a México animado de la mayor buena fe no solamente para hacer la felicidad de todos y cada uno de vosotros, sino protegido y llamado al trono de Moctezuma y de Iturbide por el emperador de Francia Napoleón III. El me abandonó cobarde e infamemente, por miedo a los Estados Unidos poniendo en ridículo a la misma Francia y haciéndola gastar inútilmente sus tesoros y derramar la sangre de sus hijos y de vosotros… Compatriotas he aquí mi última palabra: deseo vivamente que mi sangre regenere a México y que para escarmiento de todos los ambiciosos o incautos sepáis con prudencia y verdadero patriotismo, aprovechar vuestros triunfos y ennoblecer con vuestras virtudes la causa política cuya bandera sostenéis.
La providencia os salve y me haga a mí digno de mí mismo.
Maximiliano
Por su parte, Miguel siempre supo que no saldría vivo de aquel trance; sin embargo, como para cualquier ser humano, no deja de ser impactante recibir la sentencia, saber que queda muy poco y entonces repasar como en una película toda la vida, sabiendo que ya el destino no le pertenece.
Sus pensamientos se dirigen a lo trascendente: “Yo estoy resignado y nada espero de los hombres… he tenido tiempo de pensar en la eternidad… son las ocho de la noche. Todas las puertas están cerradas, excepto las del cielo, yo estoy resignado”.
Cerca de las seis de la mañana escribe su última carta: “Mi adorada Concha. Vengo a recibir a Dios y estoy lleno de confianza en su misericordia. –Te bendigo así como a mis hijos; mi último pensamiento sobre la tierra será para ti y si Dios lo permite rogaré en el cielo por vosotros. Te suplico, resígnate y perdona a los que te causan un mal tan grande. –Haz rogar por el reposo de mi alma y vela por nuestros queridos hijos. –Tu esposo Miguel que parte para el cadalso”.
También había escrito a su hermano Carlos: “Dentro de unos momentos no existiré, he perdonado a los que me hacen pasar a la otra vida y quiero que tú los perdones. Abandona la carrera militar, porque en este país, el que la elige y tiene honor se sacrifica, mantente oculto, deja pasar este tiempo de sangre y venganza, y después unido con la persona que amas dedícate al campo u otro giro. Concha con los niños sale para el extranjero, más tarde tal vez éstos pensarán en su Patria, procura que Miguel no piense en vengar a su padre e impídelo si tal quisiera; y tú lo puedes. No puedo escribir más, dale a las muchachas y a todos los de la familia mi último adiós y tú recíbelo en esta carta. Tu hermano Miguel”.
Al padre Ladrón de Guevara, que le ha leído algunos pasajes del Libro de la Imitación de Cristo conocido como el Kempis, le dice: “Padre, si el emperador hubiera confiado en mí a tiempo esto no estaría pasando”. También le mostró al padre unos dibujos que le envió su hijo Miguel y una carta de su hija mayor con muy buena letra, eran gestos que nos hablan de cómo en los momentos más dramáticos de la vida todos los hombres independientemente de su historia personal se unen en sentimientos humanos y miran hacia la eternidad.
Maximiliano escribió una nota a Juárez pidiéndole que tomara su vida, pero perdonara la de Miramón y Mejía, lo cual habla también de la extraordinaria calidad humana del Emperador, de la auténtica nobleza de sentimientos que vienen del alma más que de los títulos otorgados por la sangre.
La historia oficial dirá que el pueblo esperaba con júbilo el fusilamiento de estos personajes; en realidad no era así, Juárez no era ni con mucho un personaje muy popular, y una gran parte de la población sentía un aprecio por Maximiliano, y muchos seguían admirando a Miguel Miramón, el presidente más joven de México al que habían llamado el joven Macabeo por sus hazañas militares y su acrisolado valor.
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