México; Princesa Carlota XLIV

Del ensueño a la locura; Carlota una princesa infortunada – Cap XLIV Fiestas en París, traiciones en México

Ya hablamos anteriormente de la traición de Querétaro. Pero, ¿qué sucedía en la Ciudad de México donde supuestamente estaba Márquez rearmándose para acudir en ayuda de los sitiados?



Porfirio Díaz tenía rodeada a la Ciudad de México, razón por la cual las noticias sobre el prendimiento de Maximiliano, sus generales y sus tropas llegaban en forma muy lenta y confusa a la población, mientras que Leonardo Márquez no hacía absolutamente nada por defenderla. Un príncipe llamado Khevenhüller permanecía en la ciudad, pues había recibido instrucciones personales del propio Maximiliano de que se mantuviera bajo las órdenes de Márquez. El príncipe se daba perfecta cuenta de que el general no estaba cumpliendo con su deber de militar y no sabía qué hacer.

El príncipe recibió el 30 de mayo de 1867 la visita de dos personajes. Con sumo nerviosismo escuchó lo que le decía el señor Riva Palacio y su primo, que era confirmarle lo que ya se temía y que resultaría definitivo: Que Porfirio Díaz contaba con una fuerza de cerca de 35,000 hombres estratégicamente colocados y esperaba refuerzos de otros 10,000 para tomar la ciudad, por lo que toda defensa resultaría inútil.

Durante la entrevista recibió también la petición de que declarara la neutralidad de todos los extranjeros. El príncipe, pálido, respondió con toda dignidad que el único que podría darle esas órdenes sería el mismo Maximiliano. Khevenhüller se sentía confuso, fue entonces en busca de un inglés de apellido poco inglés, que era muy rico y apoyaba a Maximiliano. Mr. Barrón lo recibió con toda cordialidad y al darle un abrazo de bienvenida le dijo:

-¡Todo ha terminado amigo mío ¡El emperador está preso en Querétaro! La noticia le cayó como un rayo, los pensamientos se le agolparon en la cabeza y el corazón se le llenó de angustia, conocía a Juárez y sabía que no tendría clemencia para con Maximiliano.

En su diario citado por Catón en su “Juárez y Maximiliano” encontramos que dejó escritas estas palabras:

“Tambaleante me fui a casa. Me desesperaba no tener a nadie a quien abrir mi corazón y que pudiera darme un consejo en aquella terrible situación. Fui a esas horas con el coronel Bertrand y convenimos en que no se podía decir ni una palabra de la prisión del Emperador: Habría asesinatos, saqueos, venganzas…”

Podemos imaginarnos lo que habrán vivido durante esos días los habitantes de la ciudad conforme se iban sabiendo las noticias. Así, transcurridos otros días más, el príncipe recibió una nota secreta del embajador de Austria en donde le decía que Maximiliano pedía se evitara toda resistencia para evitar más derramamiento de sangre. El príncipe fue a visitar a Márquez y le daba la noticia y le informaba al mismo tiempo que ya no era su comandante. Márquez le solicitó ayuda para que por medio de sus conocidos extranjeros le ayudaran a salir del país. El príncipe le dijo visiblemente indignado: “Usted nos traicionó, ahora cuídese solo”.

Mientras tanto, no podía ser mayor el contraste entre lo que se vivía en Querétaro y en París. El sitio de Querétaro había durado setenta y un días y las mujeres salían de luto manifestando su adhesión al emperador prisionero.

Maximiliano fue trasladado el 17 de mayo al antiguo convento de las monjas Teresianas, y después al de las Capuchinas, estando Miramón y Mejía en celdas contiguas. Escobedo dio permiso a Salm Salm y su esposa de visitar a Maximiliano. En una de estas visitas, el príncipe había sobornado a los guardias para que Maximiliano pudiese escapar, pero no lo hizo pues no estaba dispuesto a abandonar a Miramón y a Mejía que habían sido fieles hasta el final. Se fijó el 12 de junio para el consejo de guerra que juzgaría a un ex emperador, a un ex presidente de México y a un general de pura raza india.

Mientras tanto, en la bellísima capital francesa todo era fiestas y esplendor; se estaba celebrando al lado del río Sena la Exposición Universal de París, donde habría cerca de 52,000 exposiciones sobre todos los temas, por ejemplo, los ciudadanos admiraban los poderosos cañones alemanes Krupp, que después serían usados contra ellos mismos, la música de Offenbach y los valses de Strauss alegraban los grandes salones de fiestas.

Se encontraban compartiendo con Napoleón este gran despliegue de arte y tecnología personajes tan importantes como el Zar Alejandro II de Rusia y el rey Guillermo de Prusia. Durante un desfile hubo un atentado contra el Zar por parte de un polaco, pero salió ileso.

Sin embargo, Napoleón confesó a Metternich que se encontraba muy preocupado porque estaba consciente que no podía auxiliar a Maximiliano y que lo que le sucediese sería en gran parte por su propia responsabilidad y la de su esposa Eugenia que lo habían entusiasmado con la idea de ir a México y le habían prometido su ayuda.

Mientras tanto, llegó Concha Lombardo, la esposa de Miguel. Al abrazarse, Concha rompió a llorar desconsoladamente, Miguel trató de consolarla, no dijo nada en contra del traidor López ni del doctor Licea. Miguel le dijo a Concha que no se hiciera ilusiones, que le daba las gracias por haber acudido, pues le quería pedir perdón porque la dejaría sola con sus hijos, pero que habiéndola visto ya podría morir en paz.

Pero Concha no se resignaría a quedarse con los brazos cruzados, había vivido siempre en medio de la acción y de la pasión, había estado como su marido siempre enamorada de la causa de un México libre y grande y estaba convencida de que era una gran injusticia juzgar a Miguel por traición cuando toda su vida la había dedicado a servir a su amado México. Así se retiró a pensar los diferentes recursos y caminos que habría de emprender para evitar la muerte de su querido esposo.

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