Los orígenes de Conchita y su familia fueron en San Luis Potosí, donde pudo aprender muchas labores desde muy pequeña.
México es un país de paisajes muy variados, de características regionales muy diferentes en cuanto a población, comida, formas del lenguaje, trajes regionales, bailes y música entre otros, pero unidos sobre todo en el siglo XIX por la fe traída por los misioneros y arraigada como parte de nuestra cultura y tradición, sobre todo en el siglo XIX, en el que nació Concepción Cabrera Arias.
Ahí en San Luis Potosí, una ciudad con construcciones e iglesias magníficas se casaron los padres de Conchita, ambos también nacidos en esa misma ciudad que se llamaban Octaviano de Cabrera y Clara Arias. Nació el 8 de diciembre de 1862 y la bautizaron dos días después en el templo de San Juan de Dios que estaba frente a la casa donde vivió hasta que se casó. Fue la hija número siete de doce hermanos, de los cuales eran ocho hombres y cuatro mujeres. Su madre estaba un poco delicada de salud, así que tuvo problemas para la lactancia, a tal grado que la niña estaba tan desnutrida que estuvo a punto de morir, por lo que se la llevaron a una hacienda donde una mujer llamada Mauricia fue su nodriza y así salvó la vida.
Los padres de Concha eran muy cristianos y de buena posición social, la familia tenía varias haciendas y su papá era muy alegre, y siempre fue muy caritativo y justo con los pobres; cuando estaban en la hacienda invitaban a los peones y a las familias del campo al rezo del rosario que encabezaba el mismo don Octaviano. Su mamá de pequeña había sufrido mucho porque se quedó huérfana a los dos años y después se casó a los diecisiete. Tenía un alma muy buena e inculcó en sus hijos el amor a Jesús y a la Virgen, y sentía una predilección por Conchita.
Conchita no pudo asistir mucho a la escuela y cuando expulsaron a las hermanas de la Caridad su mamá no quiso ya que fuera a ninguna otra escuela, y entonces tuvo algunos maestros en casa, pero tenía especial gusto por la música, además su mamá la enseño desde las labores de la casa hasta bordar y, a los doce años ya llevaba el gasto de la casa. Además, su mamá les formó el carácter no permitiendo que fueran caprichosos, que comieran lo que se servía en la mesa, que ayudaran a los enfermos y que no le tuvieran miedo a la muerte, porque era algo natural. En la hacienda también aprendió a ordeñar las vacas, a hacer pan y otras actividades, y desde luego a montar. Un día se cayó del caballo, y una vez revisada que no tenía un daño mayor su papá la obligó a seguir el paseo para que no fuera después a tener miedo, así fue una excelente amazona y gozaba mucho de los paseos a caballo.
Desde muy niña se sentía ya muy inclinada a la oración, a los diez años hizo su comunión, y cuenta ella en sus memorias que sentía un gran amor a la Eucaristía no muy común en niños de esa edad.
Así iba creciendo concha en una familia muy normal, donde se vivía en un ambiente cristiano que favorecía la tendencia natural de su alma a estar muy cerca de Jesús.
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