Barbarie y derechos, una confusión muy refinada

En los medios de comunicación les encanta a todos hablar de derechos humanos, los políticos no se quedan atrás y como ejemplo Alejandra Barrales se siente orgullosa de que su partido ha impuesto en la Ciudad de México toda una serie de leyes que según ella representan un avance sin par en la defensa de los grupos socialmente vulnerables y a favor del aborto.



Hace pocos días escuchaba a la Señora Tere Vale calificar de bárbaros los principios de la Iglesia sobre el respeto a la vida desde su concepción hasta la muerte, y me vino a la mente que más bien su comentario refleja el grado de barbarie refinada en la que hemos caído en esta sociedad sin Dios.

Hay dos temas que están de moda y que se remarcan constantemente bajo la premisa de “repite muchas veces una falsedad y ésta terminará por convertirse en verdad”. Así, hablar de que el aborto es un derecho de la mujer sobre su cuerpo, ignorando que el hijo que está en sus entrañas es un ser vivo e independiente y que solamente se está desarrollando, y menospreciar este hecho sobre el cual se debe basar toda la construcción de los subsiguientes derechos del hombre y de la sociedad, es caer en un abismo más profundo que el de muchas de las sociedades más primitivas.

Lo mismo sucede al querer confundir sobre todo a la juventud con la llamada ideología de género, aunque es sorprendente el número de adultos y padres de familia que, engañados por los términos, no ven las consecuencia de aceptar que se cambie la esencia de las instituciones, aceptando llamar “matrimonio” (que es por definición la unión de un hombre con una mujer para formar una familia) a la unión de dos personas del mismo sexo, a cuya relación se le debe hacer su propia definición, ya que la misma naturaleza limita la complementariedad que se da sólo en el matrimonio para la procreación de nuevas vidas.

Se habla de grandes reformadores, pero se olvida que Jesús en palabras de Anacleto Gonzáles Flores “es el reformador más profundo y atrevido que han visto los tiempos, con una visión exacta del conjunto complicado y difícil de la naturaleza humana y sus relaciones, tendencia y enfermedades; entró al cauce por donde se desborda el torrente de los siglos y de los acontecimientos, y con una desdeñosa mirada a todos los sistemas de los filósofos y a las costumbres treinta veces seculares del paganismo, con una tranquilidad que nadie ha tenido y con la majestad solemne del águila que aletea serenamente en las alturas, torció el curso del pensamiento, de las instituciones y de los hechos”.

Nuestros reformadores buscan tirar por la borda todos los valores sobre los que se ha ido construyendo la civilización cristiana, sin la cual nos vamos quedando sin raíces y sin sustento para la lucha. Por eso, la drogadicción, el secuestro, el robo, la corrupción, y una crueldad sin límites, se están posesionando de nuestra sociedad. Por eso hay desmembrados y por eso hay grupos que aplauden hasta el asesinato de niños por otro niño en las escuelas. Y es que esto no debe sorprendernos, si la lideresa de un partido y los líderes de opinión llaman derecho a que se asesine a una vida que empieza, y luego piden derechos para otras vidas que son exactamente iguales en esencia, sólo que con más tiempo de vida.

Se podrán proponer muchas soluciones que podrán sonar muy modernas y acordes al pensamiento actual, pero que no conducirán a nada. La Revolución de lo Eterno que proclamaba el mismo maestro Anacleto es un camino difícil, pero que proclama como único remedio: “Nosotros hundiremos nuestro pensamiento y nuestra palabra en las profundidades del alma de la Patria, incrustaremos en ella con cinceladuras muy hondas la figura de Cristo, y así lograremos lo que jamás han podido producir todas las revoluciones juntas: hombres de virtud acrisolada, amantes de practicar la justicia, de respetarse a sí mismos y a los demás, de sacrificarse, de hacer todo el bien posible a sus semejantes y de rendirle culto ferviente y sincero al derecho. Entonces la libertad reinará”.

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