Es evidente la injusticia y la falta de reflexión en este tipo de mensajes de defensa del presidente. Además de que en realidad no logran su objetivo, pues no ofrecen argumento alguno que refute las críticas.
Las redes sociales están saturadas en estos días de críticas contra AMLO y su gobierno. Pero no es eso lo que me motiva a escribir lo que sigue. López Obrador bien se merece todas las críticas. Lo que me hacen reflexionar es el contenido y la forma de los comparativamente pocos mensajes de solidaridad que se suben a la red para tratar de responder a la crítica y defender el honor del presidente. Estos mensajes se pueden dividir básicamente en dos categorías: de insulto y de alabanza empalagosa al fundador de Morena y actual jefe del Ejecutivo Federal.
Los primeros en principio no merecerían ningún tipo de atención por su vulgaridad, pero que los saco a colación aquí para constatar que los puntos criticables de López Obrador –sus continuas pifias administrativas y políticas– son casi imposibles de defender en forma racional. Tales respuestas consisten en adjudicar toda crítica a los así llamados fifís, supuestamente dolidos de que bajo la administración morenista ya no podrán seguir medrando a la sombra del PRIAN (como acostumbran a llamar ellos a todo tipo de actividad política opuesta a AMLO). En otras palabras, desde el punto de vista de estos defensores del presidente, sólo una cosa puede explicar que se le critique: la rabia y el resentimiento por haber perdido las prebendas y los favores ilegales de los que antes se disfrutaba bajo pasadas administraciones. Ningún ciudadano que no haya gozado de tales privilegios es capaz de criticar a López Obrador, según la mente de los incondicionales de López Obrador. Esta grosera y evidentemente subjetiva generalización, como es de esperarse, las más de las veces va adornada con algunas selectas vulgaridades. El ciudadano de a pie, que vive de su trabajo honesto, que nunca ha transado a nadie, pero que ahora se ve en problemas para acceder a los servicios médicos por las políticas de austeridad de AMLO, o que simplemente no acaba de entender la lógica de cancelar el NAIM, y que se animó a manifestar su descontento en Facebook, se ve, así, equiparado a aquellos que, según el presidente, son los causantes de todos los males de la nación, y merecedor de los insultos de los fans del presidente.
Es evidente la injusticia y la falta de reflexión en este tipo de mensajes de defensa del presidente. Además de que en realidad no logran su objetivo, pues no ofrecen argumento alguno que refute las críticas.
La otra categoría de defensores presidenciales es todavía más ineficaz en su tarea. Se trata de quienes responden a la crítica con frases como la que apareció en mi muro hace un par de días: “No hay nadie tan patriota y honesto como mi presidente López Obrador”. Con esa frase responde el leal hincha de AMLO a una crítica respecto a la carencia de medicamentos resultante de la política lopezobradorista de ahorrar dinero. Es obvio que una “defensa” como esa, en vez de abogar en favor de López Obrador, causa más estragos en su cada vez más abollada imagen. ¿De verdad pensará el ciudadano que posteó esa respuesta que los críticos se apaciguarán al leerla? Aunque él así lo piense, las sucesivas respuestas a tan empalagoso post se encargan de mostrar que lo que logró fue exactamente lo contrario.
Lamentablemente estas respuestas de los críticos son frecuentemente tan vulgares como las del primer grupo de defensores de AMLO, y eso, claro, tampoco ayuda a mejorar el ambiente de confrontación que se ha creado en torno al gobierno de Andrés Manuel.
Ambiente, da pena reconocerlo, que fue creado por el mismo presidente desde sus largos años como candidato: insultos, acusaciones infundadas, apodos hirientes, etc. Los métodos de defensa utilizados por sus fans repiten el patrón de su maestro: terca auto proclamación de honestidad y rectitud moral impoluta; cero argumentos, cifras, datos, respuestas concretas a preguntas concretas. El mejor ejemplo de ello lo pudimos apreciar en uno de los debates preelectorales, cuando a las específicas acusaciones que le lanzaba Ricardo Anaya sobre fraudes y compadrazgos en su gestión al frente del gobierno del DF, AMLO sólo se concretó a repetir “Yo soy honesto”. Ni el menor intento hizo de refutar las pruebas que Anaya esgrimía. Por lo visto, a juzgar por los resultados electorales y a la devoción sin límite que le muestran su fieles seguidores, ni falta que le hacía.
Y sigue sin hacerle falta, es evidente. Cada mañana se repite en Palacio Nacional el guión presidencial: insultos, descalificaciones, culpas a otros, auto justificaciones. Hay ausencia total de pruebas; de razonamientos comprobatorios. Ninguna concesión ni reconocimiento de culpa. ¿Qué tipo de diálogo se puede esperar entonces que se entable entre los mexicanos comunes y corrientes y los defensores del presidente? ¿Qué diálogo se puede esperar que se establezca entre López Obrador y los periodistas? La lógica, la razón, la congruencia intelectual y otros lujos fifís han perdido su valor en la Cuarta Transformación, lo cual no puede vaticinar nada bueno para México.
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