Un Estado sin justicia es una gavilla de bandidos

En septiembre de 2011, invitado por el Bundestag alemán, el Papa Benedicto XVI dirigió un discurso a los miembros de ese organismo parlamentario de su país natal. En el momento político que vive nuestro país, en vísperas de unas elecciones que seguramente marcarán la historia nacional de muchas maneras, vale mucho la pena releer el texto de dicho discurso.

El Santo Padre inició su discurso recordando una escena del Primer Libro de los Reyes. El Papa se refería a la escena en la que Dios ofrece a Salomón, recién ungido rey de Israel, que pida lo que piense que le hace falta para gobernar a su pueblo. Salomón podía haber elegido poder político, un gran ejército, riquezas y fama. Pero pidió a Dios que le diera sabiduría. Un gobernante que de verdad aspire a servir a su pueblo, más que popularidad, poder y fuerza militar, o recursos financieros, necesitará ser un sabio. De nada sirve ser un gobernante popular, adorado por parte de la muchedumbre y con muchos recursos financieros a su disposición, si su desempeño como gobernante únicamente acarrea pobreza y dolor al pueblo. La sabiduría es necesaria porque ella es la única que puede dar al gobernante un verdadero sentido de la justicia. Y una nación en la que no hay justicia verdadera está condenada a convertirse en presa de quienes únicamente buscan llenarse sus propios bolsillos, aun a costa del sufrimiento y la miseria de los ciudadanos. Para subrayar este punto, el Papa citó una frase muy descriptiva de San Agustín: “Sin justicia, ¿qué es el Estado sino una gavilla de bandidos?”. Y prosiguió, haciendo referencia al primer fruto de la sabiduría -la distinción entre el bien y el mal-: la primera tarea de un gobernante consiste precisamente en “servir al bien y pelear en contra del dominio del mal”.

Al escritorio del gobernante llegarán asuntos de todo tipo. Tan variados como variados son los asuntos que conforman la vida diaria de los ciudadanos. En algunos asuntos, el gobernante podrá dar una solución correcta apoyado simplemente en el criterio de los expertos en la materia de que se trate. Pero en aquellos puntos en los que está en juego la persona humana y su dignidad, o la posibilidad de que cada ciudadano pueda ejercer libre y fructíferamente sus derechos básicos, el simple apoyo técnico resultará insuficiente. La sabiduría, y su acompañante, la justicia, deben ser los consejeros indispensables del buen gobernante. Cuando ellas faltan en el gobierno, el desorden y la insatisfacción ciudadana pueden llegar a conducir a la violencia, con todas las consecuencias que esta conlleva.

Esta necesidad de tener gobernantes sabios en las tres áreas del gobierno -legislativa, judicial y ejecutiva- se hace cada día más sensible e importante. Ha quedado demostrado recientemente en nuestro país, y lamentablemente también en otras naciones cercanas, que los gobernantes no se han distinguido por la posesión de la sabiduría y la justicia. La realidad cotidiana de violencia y falta de acceso a la salud y a la educación que muchísimas localidades mexicanas experimentan son el reflejo de esta carencia de nuestros gobernantes. La insistencia de muchos grupos y legisladores en querer que crímenes como el aborto o la eutanasia dejen de ser reconocidos como crímenes, o en querer cambiar la naturaleza del matrimonio para que cualquier género de unión de dos personas sea considerado verdadero matrimonio, dejan ver una elemental carencia de sabiduría. El dispendio irracional de recursos monetarios y naturales por parte del poder ejecutivo es otro signo de pobreza en sabiduría y justicia.

¿Cómo garantizar que la elección que tendrá lugar este próximo junio favorezca a candidatos dotados de sabiduría?

El cristiano católico cuenta con dos instrumentos valiosísimos a su alcance para asegurar que su voto sea a favor de quien realmente pueda gobernar sabia y justamente. Uno de esos instrumentos es la oración. Así como Salomón pidió a Dios -y obtuvo- sabiduría, también el fiel cristiano puede pedir a Dios -y obtener- la luz necesaria para reconocer al candidato que reúna esas virtudes, y la fortaleza necesaria para resistir ante el bombardeo de propaganda, ante los sobornos y ante la presión ilegal de parte del aparato del Estado y/o de los partidos políticos. Unos buenos ratos de rodillas ante el Santísimo, y el Rosario diario, pueden ser claves en este momento de discernimiento. La cuidadosa atención prestada, por otro lado, al acontecer politico, al desempeño real de los gobernantes y sus partidos, a las características personales -formación académica, carácter y solidez moral- de los candidatos, es algo que está en la base de una buena elección. El esfuerzo por llevar a cabo un buen análisis de las plataformas de los partidos, de su desempeño en los años en los que ellos han gobernado, y de las características de los candidatos, y actuar en consecuencia, es una seria obligación moral de los católicos. Exigir gobernantes sabios sin apoyarse en una actuación sabia de los ciudadanos es un contrasentido.

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