Propagar la idea del machismo universal y la misoginia rampante entre los varones cierra los ojos ante la existencia de innumerables hombres dedicados a respetar, cuidar y proteger a sus mujeres.
La Real Academia Española define el feminicidio como “asesinato de una mujer a manos de un hombre por machismo o misoginia”. Creo que las cada vez más comunes, multitudinarias y frecuentemente violentas manifestaciones realizadas por mujeres exigiendo seguridad hacen necesario establecer claramente una definición de lo que parece ser una de sus causas principales. El número de violaciones, injurias, lesiones y muertes padecidas por mujeres en el mundo son un dato que debería sacudir por igual a autoridades y ciudadanía. No hace falta ser mujer para sentir repugnancia y escándalo por tal situación. Creo que pocas personas en el mundo estarán en contra de que las mujeres exijan la protección a la que tienen derecho como personas y ciudadanas. Nadie tiene derecho de ejercer violencia contra ellas. Y muy probablemente el machismo, aún vivo en muchas culturas, tiene mucho que ver en esto.
Lo que me confunde en este asunto tan doloroso es el que, al parecer, los medios informativos y la misma autoridad han dado en calificar toda muerte violenta de mujer como un feminicidio. El Universal reportó hoy, día 11 de diciembre, sobre el asesinato de una joven madre y sus dos pequeñas hijas a manos del esposo y padre llamándolo triple feminicidio. Pero ¿las mató por ser mujeres y por ser él un macho misógino? ¿O hubo alguna otra causa? ¿Realmente todo asesinato de una mujer es motivado por el machismo o la misoginia del asesino? Creo que es indispensable distinguir; no hacerlo acarrea varios peligros.
El primero de ellos es que entre más se generalice la aplicación del concepto de feminicidio a cualquier muerte violenta de una mujer, más se generalizará también la idea de que todo aquel que dé muerte a una mujer es un machista, misógino, digno representante del “patriarcado”, esa imaginaria alianza de todos los varones del mundo en contra de la mujer. Los asesinatos de mujeres, en esa visión, son únicamente la expresión más grotesca y trágica del universal e histórico desprecio masculino por la mujer. Quienes sostienen esa hipótesis están convencidos de que el varón, todo varón, en sus relaciones con las mujeres, no puede actuar de un modo que no sea displicente, sojuzgador, dominante.
Algunas de las expresiones utilizadas por las mujeres que participan en las recientes manifestaciones subrayan esa posición. Esto, evidentemente, no ayuda en nada a construir una visión de la humanidad en la que ambos sexos participan de la misma naturaleza y dignidad, y precisamente en las diferencias naturales de la sexualidad está la mayor fuente de recursos de ayuda mutua, de colaboración en la construcción del Bien Común. Cuando los dos sexos son descritos –y adoctrinados a los pequeños– como entidades mutuamente antagónicas no se puede esperar nada bueno de la humanidad. Además, el propagar la idea del machismo universal y la misoginia rampante entre los varones cierra los ojos ante la existencia de innumerables hombres dedicados a respetar, cuidar y proteger a sus mujeres. Ignoro si hay algún estudio comparativo que pudiera informarnos acerca de los porcentajes de esposos o novios que han violentado a sus mujeres –especialmente los que lo han hecho por machismo– versus aquellos que las han respetado toda la vida. Me inclino a pensar que estos últimos son mayoría.
Claro que independientemente de si la utilización del término “feminicidio” es apropiada o no, la violencia contra la mujer y los eventuales asesinatos a los que aquella conduce, sean por la causa que sean, es algo que debe desaparecer de cualquier sociedad que se precie de civilizada, moralmente formada. Y ahí es donde entran en juego dos factores importantísimos: educación moral y erradicación de las causas de la violencia de la que las mujeres forman un número significativo de víctimas. No bastará nunca investigar, estudiar y analizar las causas de la violencia, y proponer soluciones socioeconómicas y hasta educativas si no se apalanca todo ello con una sólida formación moral. La violencia no se da exclusivamente en los sectores más desfavorecidos de la población. Los pleitos entre esposos o novios, los celos, la drogadicción o el alcohol –causas más frecuentes de la violencia que culmina en muerte violenta de alguna mujer– no hacen distingos de clase social. ¿Qué es lo que hace que los protagonistas de la violencia lleguen al extremo de atentar contra la vida del otro? La respuesta se puede concretar en lo siguiente: es aquello que está en el fondo del inicio de las adicciones, de la bebida, del pleito grosero: la falta de respeto por sí mismos y por el otro. Y esto es, mayormente, el resultado de una defectuosa formación moral.
Ciertamente es dudoso que una simple cartilla moral salida de las imprentas del gobierno supla lo que se debe realizar en la familia, en la escuela, en la iglesia y en la misma sociedad. La formación moral es un proceso transversal, que se realiza en todas las circunstancias de la vida del ciudadano. Cada entidad, cada organismo, cada institución, social tiene un cierto grado de responsabilidad en la formación moral de los ciudadanos. Es dudoso también que la formación moral sea exitosa si las diferentes entidades no comparten los mismos valores, y menos aún si no comparten el convencimiento de la existencia de la verdad como último criterio de Bien y Mal. Si los padres acentúan una virtud en la educación que dan a sus hijos, pero la escuela, el gobierno y los medios de comunicación pregonan el vicio opuesto como si fuera virtud, obviamente el resultado será la confusión o por lo menos el debilitamiento de la virtud. Una virtud, además, que es predicada pero nunca exigida, ni premiado su ejercicio, ni castigado el vicio contrario, tampoco puede convertirse en hábito de hacer el bien.
Hay todavía otro elemento necesario para lograr una formación moral sólida y recta: Dios. Si se prescinde de Él, así sea en aras de una supuesta liberación humana, los miembros de la sociedad terminan perdiéndose mutuamente el respeto, acudiendo a la violencia y, finalmente, al asesinato… cuyas víctimas más frecuentes –además de los niños no nacidos– parecen ser las mujeres.
Te puede interesar: Comprobado: No es ser humano
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com