El PT, partido al que pertenece el diputado González Yáñez, sobrevive política y económicamente gracias a su servil vinculación con López Obrador.
La prensa nacional informó hace unos días de lo manifestado por el diputado federal Óscar González Yáñez, del Partido del Trabajo, respecto al papel que desempeñan en la vida política nacional los medios de comunicación. Las palabras de ese –hasta ese momento desconocido– legislador no tendrían mayor trascendencia si no es porque no pueden ser más descriptivas de lo que la Cuarta Transformación y sus partidos parásitos tienen en mente para la nación mexicana. “Si no regulamos a los medios de comunicación se van a convertir en un instrumento fundamental de la derecha en el 21 y 24. Solamente ganamos las elecciones, pero no hemos desmantelado los poderes fácticos, no los hemos regulado”, afirmó el susodicho legislador.
No hay que olvidar que el partido al que pertenece el diputado González Yáñez sobrevive política y económicamente gracias a su servil vinculación con López Obrador (de otro modo ya no existiría por no contar con suficientes votos, o sea con suficiente apoyo popular). Tampoco es posible olvidar que el historial legislativo de ese partido es prácticamente inexistente (es un partido que sólo existe para venderse al mejor postor), y que son de reconocida fama los abusos de los dirigentes del mismo. Esos antecedentes nos permiten evaluar de modo objetivo, para empezar, la validez de cualquier propuesta que provenga de los miembros de ese “partido político”. La propuesta hecha por el diputado González de reglamentar los medios, así como la justificación que ofreció para la misma, no dejan lugar a dudas respecto a las verdaderas intenciones –totalmente antidemocráticas y dictatoriales– de ese partido… y de su padrino, Morena (con todo lo que eso significa).
La Constitución Mexicana, en sus artículos 6 y 7, garantiza la libertad de expresión. Es fácil entender por qué. Primero, porque México se dice un país democrático. Así lo define la Carta Magna, expresión suprema de la voluntad popular de los mexicanos. Y no puede existir la democracia donde la libertad de expresión se ve coartada injustamente. Imaginemos a López Obrador intentando llegar a la silla presidencial sin poder expresar sus opiniones. ¿Imposible, verdad? De modo que reglamentar el ejercicio de ese derecho –sobre todo si el propósito es poner a “la derecha” en desventaja– además de ser algo sumamente riesgoso para la existencia de la democracia y del bien común, es en sí mismo un despropósito anticonstitucional. La derecha tiene el mismo derecho que la izquierda a ser oída. En ese sentido, cualquier intento legislativo, o de otro género, de reducir la posibilidad de que un sector de la población ejerza su derecho a opinar sobre los asuntos de la nación no es otra cosa que un acto dictatorial.
Los límites que la Constitución señala para el ejercicio de ese derecho son aquellas acciones que ponen en riesgo el Bien Común, y definitivamente la construcción de “instrumentos fundamentales de la derecha” no caben en lo definido por el diputado González Yáñez como “poderes fácticos” violatorios de tales límites. Es claro que el intento del PT consiste en criminalizar cualquier expresión mediática de oposición a los proyectos y acciones de gobierno de AMLO y sus aliados. Es difícil no ver en ello un plan para copiar en México lo que tantos gobiernos socialistas han hecho –siempre con consecuencias desastrosas para sus ciudadanos– en otros países. Todos los regímenes socialistas apalancan su poder en la mordaza a los medios de comunicación. Ningún gobierno de ese tipo puede sobrevivir sin coartar la libertad de expresión puesto que su fundamento doctrinal se cimenta en el desdén hacia la dignidad de la persona humana. Esto no es ninguna novedad. Ya León XIII en el siglo XIX lo había advertido claramente en su Rerum novarum, y los subsecuentes documentos sociales de la Iglesia Católica lo han repetido insistentemente. Y la Historia sigue corroborándolo inmisericorde: Cuba, Venezuela, Corea del Norte, etc. son un recordatorio a la vista del mundo. Lo asombroso es que aún existan personas que vean en esos sistemas fallidos un diseño social capaz de rescatar a la humanidad de las trágicas limitaciones que le impone su propia injusticia, su egoísmo y su soberbia. No es mutilando la naturaleza humana que se construye una nueva naturaleza humana. Benedicto XVI lo hace notar cuando en la encíclica Spe salvi explica que el gran fracaso de los “paraísos terrenales” prometidos por el socialismo se debe a que éste olvido que el hombre es siempre hombre.
El riesgo para México en este momento radica precisamente en la posibilidad de que las cantinflescas “mañaneras” de AMLO convenzan a algunos de que él sí puede cambiar la naturaleza humana de los mexicanos… callándoles la boca a sus oponentes.
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