Quizá México se lo merecía

 En gran parte los padecimientos y crisis causadas por el actual gobierno tienen sus raíces remotas en la ineptitud y corrupción de gobiernos anteriores.


Quejas contra la cuatroté


En La Ciudad de Dios, el gran San Agustín hace una reflexión sobre por qué personajes de la calaña de Nerón llegaron a sentarse sobre el trono de Roma. El santo obispo de Hipona, claro, no pudo conocer a otros personajes parecidos, como Hitler o Stalin, quienes siglos después se labraron a pulso un nombre semejante al de aquel infausto emperador romano, pero bien pudiera haber hecho la misma reflexión respecto a ellos y a todos los gobernantes que por sus caprichos de gloria, por sus ideologías descabelladas o por sus vicios e ineptitudes han sometido a sus gobernados a todo tipo de condiciones inhumanas. El santo, quien atribuye en último término a Dios el reparto de toda autoridad humana, comenta: “Mas incluso en el caso de hombres como ellos, el poder de dominar es dado únicamente por la providencia del supremo Dios, cuando Él juzga que el estado de los asuntos humanos merece tales gobernantes”. Incluso cita en su apoyo el libro de Job: “Él (Dios) es la causa de que el hipócrita reine, a causa de la perversidad del pueblo”.

Los clamores y las quejas contra la Cuatroté y su líder absoluto se escuchan cada día más fuerte en nuestro país. Las causas, por obvias y patentes, sufridas ya en carne propia por muchos, son conocidas de propios y extraños. Politólogos, economistas, comentaristas noticiosos, periodistas nacionales y extranjeros las han hecho públicas y criticado. Las voces de autocrítica, sin embargo, son pocas entre la ciudadanía. Es generalizado el reconocimiento de que en gran parte los padecimientos y crisis causadas por el actual gobierno tienen sus raíces remotas en la ineptitud y corrupción de gobiernos anteriores. Estos últimos deberán aceptar su culpa histórica, la que abrió las puertas del gobierno a la visión política y a los modos de actuar de la actual administración, pero la ciudadanía en general raramente reconoce y confiesa que la culpa también es de ella.

Mientras en otras naciones el menor intento de los gobiernos por estableces impuestos o normas inaceptables, por pequeños que fuesen, es causa de manifestaciones masivas, oposición generalizada y fuertes reclamos, que culminan con replanteamientos gubernamentales e incluso, en algunos casos, con la caída de esos gobiernos, en nuestra querida nación, a pesar de que los actos de las sucesivas administraciones públicas estuviesen cargadas de corrupción y mal quehacer gubernamental, los ciudadanos de a pie raramente dijeron (dijimos) esta boca es mía. Es probable que el recuerdo aún fresco de los desórdenes y los dolores causados por la Revolución y por las crisis que fueron sus secuelas –entre ellas la Cristiada– haya quitado las ganas a la gente de hablar. Es probable que la deseducación, que fue uno de los principales instrumentos de control gubernamental posrevolucionario, también haya influido en ello. La ignorancia es el limbo de los pueblos subyugados. El mantenimiento forzado de la pobreza, producto de políticas asistencialistas y paternalistas, asociado a contubernios de los gobernantes con grupos de interés, pudo también influir en el comportamiento apático de grandes sectores sociales. Todo lo anterior, no obstante, no reduce la culpabilidad de una ciudadanía que durante tanto tiempo prefirió callarse y evitar meterse en problemas aunque al país lo estuvieran carcomiendo la corrupción, la impunidad, la ausencia de patriotismo y de valores, la inmoralidad. AMLO y sus tribus, y sus aberraciones gubernamentales y legislativas –que están intentando repetir, reforzada, la receta de los peores momentos de ese triste periodo de sometimiento– son en gran parte el resultado de esa fatídica combinación.

Afortunadamente y contra las expectativas de sus autores, los acontecimientos recientes derivados de las errabundas políticas del gobierno federal referentes a la economía, la educación y la seguridad, han finalmente empezado a despertar al México durmiente e incluso se podría vaticinar, con una buena dosis de optimismo, un revés para el gobierno actual en las próximas elecciones. Pero si no cambiamos nuestros corazones, si cada uno de nosotros no desalojamos de nuestro corazón al priista, al mexicano corrupto y egoísta que todos cobijamos ahí dentro, lo más probable es que el único cambio que veamos será el del nombre del partido político que gobierne. El amor y respeto por la legalidad, el auténtico patriotismo, el respeto por la vida, el respeto absoluto por la verdad, el respeto mutuo entre ciudadanos, la equidad, el sentido de corresponsabilidad, la exigencia de justicia, la auténtica solidaridad, la convicción de la subsidiaridad, etc, serán algunas de las virtudes que deberán ser ejercitadas si no queremos que eso suceda.

Solamente la virtud nos hará merecedores de un mejor designio de la providencia divina.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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