¿Qué pensar del informe de Pensilvania?

Este escándalo no será la última mortificación del Papa y de los obispos…


Informe de casos de pederastia 


Por si aún queda alguien que no sepa qué es el Informe del Gran Jurado de Pensilvania, conviene explicarlo brevemente. El estado de Pensilvania en Estados Unidos hizo público recientemente el resultado de un estudio que realizó sobre la situación jurídica de los casos de pederastia denunciados en su jurisdicción en contra de sacerdotes católicos durante los últimos setenta años. Los datos publicados han causado el equivalente moral de un movimiento de las placas tectónicas. No es para menos. ¡En ese período un total de 300 sacerdotes han sido acusados de molestar sexualmente a más de 1000 niños!

Los obispos católicos han reaccionado al golpe de forma inmediata aceptando la culpa de la Iglesia y declarando que la pederastia clerical es un crimen horrendo. Y que van a fortalecer las medidas que para prevenir tales casos han venido poniendo en práctica. Finalmente, el Vaticano, a través del director de su Oficina de Prensa, Greg Burke, hizo pública una declaración oficial al respecto. De este documento conviene que nos detengamos en dos aspectos.

El primer aspecto es la primera reacción de la Iglesia, y de modo especial del papa, ante la información del Informe de Pensilvania. El primer párrafo del documento vaticano describe esa reacción: “Hay dos palabras que pueden expresar los sentimientos frente a estos horribles crímenes: vergüenza y dolor”. Este sentimiento primario del Vaticano evidentemente es idéntico al del resto del mundo. Tendría una persona que tener el alma endurecida del todo para no compartir el horror por un crimen como ese. Y para los católicos, el que los delincuentes sean precisamente los sacerdotes y los obispos es un motivo de vergüenza indecible. Pero por si eso no fuera suficiente, ahí están las cifras. Es alarmantemente sorpresivo el número de religiosos involucrados y la altura que alcanza este escándalo en la jerarquía de Estados Unidos. Para colmo de males, este informe sale a la luz cuando todavía nadie acaba de digerir la noticia de que nada menos que uno de los cardenales de mayor relevancia en Estados Unidos tuvo que renunciar a su lugar en el Colegio Cardenalicio por haber denuncias en su contra por el mismo delito. ¡Oooops!

Los últimos tres papas, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, han tenido que enfrentar los cada vez más frecuentes escándalos originados por abusos sexuales de clérigos. El horror y la vergüenza manifestados en esta última ocasión por el pontífice actual, así como la petición de perdón que él dirigió a las víctimas de los sacerdotes de Pensilvania, también habían sido manifestados en su momento por sus dos antecesores a las víctimas de los delitos que les correspondió tratar. Han sido más de dos décadas durante las cuales la Iglesia Católica se ha visto señalada por el dedo de la humanidad como hipócrita y corrupta. Se necesitará una fe muy sólida por parte de los fieles para escapar a la tentación de abandonar la Iglesia.

El segundo tema que merece ser objeto de reflexión es uno que inconsciente o muy conscientemente es ignorado por los grandes medios de comunicación al referirse a la declaración vaticana. Se trata de las conclusiones a las que llega el Vaticano a partir precisamente de los datos contenidos en el informe de Pensilvania. Este reporta que la casi totalidad de los abusos denunciados acontecieron antes del año 2002. Los casos reportados después de esa fecha son muy pocos. Esto es significativo pues indica que el episcopado americano ha estado haciendo bien su tarea de prevenir tales abusos y de actuar efectivamente en contra de los transgresores. Fue en esos años cuando la Iglesia americana se vio sacudida anteriormente por escándalos del mismo tipo. Ello la llevó a tomar medidas severas, y los resultados, si bien no del todo perfectos, están a la vista. Claro que los medios anticatólicos o amarillistas no tienen interés en resaltar este dato, de modo que hacen ver los crímenes denunciados por el informe Pensilvania como si se trataran de algo que está sucediendo en este momento. Este dato también debe ser tomado en cuenta por los organismos que continuamente acusan a la Iglesia de desinterés en resolver el problema. Y los católicos debemos estar conscientes de ello para responder a esas críticas. Ciertamente no es motivo de orgullo que la Iglesia deba implementar medidas de control para frenar este delito, pero tampoco tenemos por qué quedarnos callados frente a las calumnias o la crítica ignorante.

Por último, me gustaría retomar un comentario que he hecho ya en anteriores artículos, y que se suma al que muchos otros católicos y observadores neutrales hacen con frecuencia. Se trata de la francamente parcial atención prestada por los informadores profesionales y por gran parte de la sociedad a los escándalos causados por los sacerdotes abusivos. El informe de Pensilvania abarca setenta años de denuncias por crímenes de tales sacerdotes. ¿No sería equitativo –y hasta más útil para examinar en detalle el fenómeno de la pederastia con afán de buscarle soluciones– que también hubiera informes sobre los últimos setenta años de denuncias por iguales delitos perpetrados por abogados, médicos, maestros, entrenadores, actores, políticos, pastores protestantes, psicólogos, reporteros yo otros profesionistas? ¿De dónde surge esa obsesión informativa sobre los pecados de los sacerdotes? ¿O es que sólo los delitos de los sacerdotes católicos tienen el atractivo necesario para convertirse en “scoops” de primera plana? ¿A nadie le interesa saber cuántos niños han sido abusados por los miembros de otras profesiones?

¿No será que hay –como sugiere el P. Santiago Martín, F.M. – una relación directa entre la publicación de información de los abusos del clero católico y el combate que la Iglesia ha venido presentando en contra de los temas de las agendas abortistas, LGTB, y de los promotores de la ideología de género? A mayores esfuerzos de la Iglesia por denunciar los patentes errores y la perversidad de esas agendas –las que, irónicamente, constituyen unas de las causas de los abusos del clero– mayores esfuerzos hacen los defensores de dichas agendas, aliados de los grandes medios informativos, por socavar la autoridad de la Iglesia.

Por lo visto, este escándalo no será la última mortificación del papa y de los obispos. Y si los fieles realmente tenemos corazón católico, debemos ayudar a nuestros sacerdotes, porque les esperan tiempos difíciles.

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