La sociedad mexicana que votó en contra de Morena debe encontrar maneras de solucionar las carencias educativas, económicas y sociales que han permitido la aparición de personajes como nuestro actual presidente.
Ya pasaron las elecciones. Se ha escrito mucho sobre los ganadores y triunfadores de las mismas. Ahora vendrá el tiempo de reflexión de los partidos -y de la ciudadanía, espero- sobre los factores que llevaron a esos resultados. Mucho se dirá de las estrategias adoptadas para las campañas y de los candidatos. Se explorarán las diversas sospechas de fraude electoral, con la esperanza de que algunos resultados cambien o para prevenir en el futuro. Pero creo que hay dos cosas, ajenas a lo electoral, que deben ser tomadas en cuenta, de modo especial por los partidos políticos, pero también por la ciudadanía más preparada y con mayores recursos.
Los partidos de oposición, y aquí pongo por ejemplo al PAN, deben recuperar el espíritu, la mística, que les dio vida. Al menos en lo que se ve hacia afuera, del PAN nacido de los ideales de los fundadores no queda nada. La mística y los principios doctrinales que movieron a los panistas por décadas son ahora simples recuerdos románticos. El último presidente nacional del PAN que actuó movido por esa mística y esos principios fue Felipe Bravo Mena, aunque cometió el error de empoderar a Manuel Espino, con el cual todo empezó a desmoronarse en términos de motivación para seguir la brega de eternidad. Basta ver a los personajes que lo han sucedido en el puesto. Cero relevancia. Cero celo por vivir los principios. Si el PAN quiere recuperar el respeto ciudadano y dejar una huella profunda en la ciudadanía, debe desarrollar estrategias que, por una parte, internamente restablezcan la primacía de la mística, la doctrina y los principios (evitando escándalos de división interna como el de San Luis Potosí) y trabajando para educar al pueblo en la verdadera naturaleza de la democracia. Esto último, evidentemente, exige un acercamiento real a los sectores más débiles de la sociedad. Lo electoral no puede ni debe ser el único, o primordial, criterio de acción del partido.
Imagino que los demás partidos también tienen sus propios principios morales y doctrinales. Ellos justifican su existencia como partidos políticos. Resucitarlos y vivirlos es importante para el bien de la nación. Excepto, claro, cuando como en el caso de Morena, lo único que parece guiar su actuar es la adoración y obediencia ciega a los caprichos de AMLO. O como los partidos parásitos de Morena: PT y PVEM, cuya única motivación es lograr prostituirse ante el mejor postor.
La parte de la sociedad mexicana que votó en contra de Morena y que sigue convencida del desastre que dicho partido significa, debe encontrar maneras de solucionar las carencias educativas, económicas y sociales que han permitido la aparición de personajes como nuestro actual presidente. Hay que quitarle a Morena su razón de ser.
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