La oposición ciudadana mexicana no es un cuerpo, sino millones de moléculas individualmente opuestas al régimen actual.
Luego de la traición de Alito contra la alianza PRI-PAN-PRD, que hasta hace poco había mantenido viva la esperanza de que AMLO y sus tribus no tenían cierto el triunfo a la hora de votar en el Congreso las iniciativas de ley presidenciales, la ciudadanía se pregunta “¿Y ahora, quién nos salvará?”. Porque esa ahora maltrecha alianza era lo único que se veía como oposición al régimen dictatorial del actual presidente de la República. La oposición está muerta, se dice ahora la ciudadanía, y la prensa se hace eco de ese sentimiento al usar similares palabras para definir la situación política actual. Sin partidos que hagan contrapeso real a la locura presidencial, o sea, sin oposición, México está destinado a convertirse en una Venezuela, una Cuba o una Nicaragua más. AMLO se quedará con todas las canicas en las próximas elecciones. La nación mexicana acabará vistiéndose con el color del Viernes Santo.
Pero, ¿es un hecho incontrovertible que la oposición en México son únicamente los partidos políticos contrarios al del Presidente? Creo que inclinarse por esa postura es olvidarse que oposición no es solamente la que es pregonada y realizada por los partidos políticos. Es cierto que ellos deberían encarnar en el escenario político los sentimientos de la ciudadanía, de modo que hubiese una corriente vital entre aquellos y ésta última; que ésta se moviera al ritmo de los movimientos politicos de los partidos de oposición, o viceversa; que hubiera una simbiosis total entre ambas realidades: ciudadanía y partidos. Pero no es así. La mayoría de los ciudadanos de hoy día están y se ven a sí mismos como ajenos a cualquier vínculo partidista. Los partidos son simples minorías sociales, con agendas propias, ajenas a los ritmos vitales de la ciudadanía en general, pero con poder legislativo. En otras palabras, la ciudadanía también posee opiniones reales y firmes sobre lo que debería ser el México ideal. Lo que pasa es que tales opiniones no parecen resonar en la agenda y el quehacer partidista. No hay amor entre ciudadanía y política partidista. Pero la opinión ciudadana, al declarar a través de sus propios medios de expresión, que se opone al quehacer presidencial, es ella también oposición. Verdadera oposición. La oposición en México, así, no está muerta.
Bueno, no del todo, pero casi.
Porque la oposición ciudadana mexicana no es un cuerpo, sino millones de moléculas individualmente opuestas al régimen actual, pero volando por aquí y por allá, sin hoja de ruta común, sin conexión entre ellas; en ocasiones, incluso, haciéndose mutuamente la guerra. Nada une a esas moléculas. Ni siquiera su profesado amor por México, por la democracia, por la libertad. No existe el México ciudadano como un cuerpo; no tiene tejidos, ni músculos, ni nervios, ni venas o arterias. Menos tiene órganos constituidos. Eso explica cómo fue que AMLO haya hecho casi todo lo que su delirio de grandeza le dictó durante estos años. En otros países, AMLO no sólo ya no sería presidente sino que estaría donde le corresponde estar: en la cárcel, junto con sus canchanchanes más cercanos, o auto exilado -fugado- en un isla remota de algún archipiélago ignoto. La ciudadanía, como un cuerpo integrado, hubiera echado a andar su propia energía vital y obligado a los partidos políticos a moverse a su ritmo. Hubiera armado una verdadera, legítima, oposición.
¿Cómo lograr que esos millones de moléculas mexicanas, celosamente -tristemente- independientes y autónomas, se unan para integrar un cuerpo opositor con fuerza real? Quien tenga la respuesta a esa pregunta, o quien logre con su personalidad, formación, fortaleza moral y preparación hacer de esas moléculas un cuerpo verdadero de oposición habrá salvado a México.
Te puede interesar: La corcholata escondida bajo la manga
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com