La antigua sabiduría, al servicio de la democracia

Los lamentabilísimos resultados de sus gestiones de gobierno están a la vista de todos gracias a los medios actuales de comunicación.


Inservibles sociales


En una de las páginas iniciales de la Ética a Nicómaco, Aristóteles hace referencia a un texto de Hesíodo. El célebre discípulo de Platón y maestro de generación tras generación de ilustres pensadores cita unos renglones de dicho texto al hablar de la necesidad de formarse moralmente y adquirir las virtudes si se quiere aprender a distinguir el bien y el mal. Para los que no recuerden la cita de Aristóteles, la transcribo a continuación:

El varón superior es el que por sí lo sabe todo.
Bueno es también aquel que cree al que habla juiciosamente.
Pero el que ni de suyo sabe, ni deposita en su ánimo
lo que de otros escucha es un tipo inservible.

La clase de personas descritas en las últimas dos líneas del texto en cuestión, por lo visto, ya existía desde aquellos remotos tiempos. Y es natural. La humanidad jamás se podrá preciar de haber estado constituida únicamente por personas virtuosas, ni mucho menos por personas sabias. Al contrario, la historia humana parece estar jalonada por las calamidades sociales, guerras, persecuciones y otros dramas semejantes provocadas por muchos de esos tipos inservibles. ¡Cuántos –¡hay!– de los líderes de pueblos, reyes, príncipes, y presidentes cuyos nombres llenan las páginas de la historia han dejado a su paso por los gobiernos testimonio cruento de su inutilidad social! Muchos de ellos llegaron al poder a la mala, por la fuerza bruta. Otros por herencia. Otros, incluso, fueron elegidos popularmente. Pero el resultado ha sido siempre el mismo: esos líderes inservibles –por su carencia de virtudes y su soberbia de creer que no necesitan a nadie para adquirirlas y gobernar– terminan por hacer infelices (y pobres) a sus conciudadanos. Desgraciadamente, estos tipos inservibles convertidos en jefes de pueblos y naciones no pertenecen únicamente al pasado, a los tiempos del absolutismo imperial o de otras épocas semejantes. El desarrollo de nuestra historia contemporánea, de la que estamos siendo testigos presenciales, nos ofrece varios ejemplos, vivos aún, de tales personajes. Y por alguna trágica coincidencia, los más de ellos parecen haberse concentrado en el continente americano. Tanta es la fama a nivel mundial de sus arrogantes disparates que ni falta hace mencionar sus nombres aquí. Los lamentabilísimos resultados de sus gestiones de gobierno están a la vista de todos gracias a los medios actuales de comunicación. La desaceleración de los procesos de producción de riqueza y bienestar social, así como la asfixia de la vida democrática, causadas por la inutilidad de tales personajes está siendo experimentada en carne propia por millones de hermanos americanos, en el norte y el sur, indistintamente. Incluida nuestra querida patria.

Lo que es de llamar la atención, sin embargo, es la habilidad mostrada por dichos líderes para hacer creer a muchos que la pobreza, el hambre y la enfermedad que sus aberrantes decisiones de gobierno están causando son las formas más sutiles y sublimes de experimentar la felicidad. Las muchedumbres que los siguen ciegamente, convencidos de que el bien está en el mal –la ausencia del bien debido– no desean otra cosa sino que todos sus conciudadanos caigan en la pobreza que ellos están sufriendo. ¡Tal pareciera que su sueño dorado es que todos lleguemos a vivir felices, felices, felices formando colas de horas para comprar pan y leche; y extendiendo la mano cada quincena para que la generosidad gubernamental nos dé con que poder pagarlos!

No se equivocó Hesíodo, ni Aristóteles al traer las palabras de aquél a colación al hablar de la necesidad de la virtud y la humildad para reconocer los propios límites. Quienes carecen de esos buenos hábitos son tipos inservibles; son un estorbo para el Bien Común; nunca debieran ser gobernantes. El ejercicio comprobado de las verdaderas virtudes debería ser requisito sine qua non para que alguien se postulara para cargos públicos. Y los ciudadanos, si no queremos seguir siendo gobernados por personas como ellos, deberíamos poner atención a este aspecto de los candidatos al llegar los tiempos electorales que se avecinan. Especialmente, en esta próxima elección, hay que examinar cuidadosamente la virtud de los candidatos al poder legislativo.

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