La equidad, el respeto por la dignidad humana, la legalidad, la verdadera justicia, la aplicación de la ley, la solidaridad y la subsidiaridad son las virtudes sobre las que se construye el bien común.
A estas alturas del partido sólo un ciego o alguien que no quiera ver (que es la peor clase de ceguera), puede atreverse a negar que la absoluta mayoría de los ciudadanos de este país está ya hasta la coronilla, frustrados y furiosos a causa del quehacer gubernamental del actual presidente de la República. Los diversos grupos de alcance nacional que se han formado con el único propósito de transformar el año entrante la Cámara de Diputados en un parlamento verdaderamente democrático son un testimonio del rechazo popular respecto al gobierno federal y a Morena. Existe el convencimiento general, lógico, que reducir el número de curules de ese partido político en San Lázaro es el primer paso, indispensable e ineludible, para impedir que el presidente siga manejando el gobierno federal a contentillo, saltándose la ley, bajo su esquema mental retrógrada y antisocial.
Queda por ver, sin embargo, la efectividad de las convocatorias a la unidad -elemento indispensable para la efectividad en esta coyuntura- hechas por las diversas organizaciones opositoras. Hasta hoy, a menos de un año de las elecciones, el panorama no sólo no está claro, sino que más bien no se vislumbra esperanza cierta alguna en ese sentido. La carencia de un líder carismático, con suficiente fuerza de convocatoria y notable perfil moral, es quizás uno de los mayores obstáculos. Los líderes actuales de tales organizaciones no cuentan con la fuerza personal necesaria para ser aceptados por los demás. Y al parecer, ninguno de esos grupos está dispuesto a ceder la “primogenitura”.
Todos los ciudadanos que estamos airados y frustrados por las acciones e inacciones del gobierno federal, y por el servilismo ciego e ignorante de la mayoría morenista en el Congreso, deseamos sinceramente que el objetivo de todas esas organizaciones se haga realidad. Pero a la par de preocuparnos por sacar a los morenistas de San Lázaro, para que regrese la vida democrática y se reconstruyan las instituciones que esos “legisladores” se han ocupado en destruir en apoyo de la locura presidencial, no se debe perder de vista algo de igual o mayor importancia.
No basta con reconstruir las instituciones desmanteladas. No basta con recomponer lo que este gobierno ha destrozado. La nación debe hacer un esfuerzo muy, muy, muy serio para dar solución a los problemas que permitieron que el actual presidente y sus tribus se hicieran del poder. No deben el populismo y los candidatos a dictadores encontrar excusas para hacer de las suyas. La ignorancia, la pobreza y la marginación de muchos ciudadanos deben dejar de ser el almacén de carne de cañón de quienes ambicionan el poder para hacer el mal. El bien común debe ser la prioridad de todos los ciudadanos. Todo lo que se haga en el país por parte del gobierno, de las instituciones y organismos privados, de las escuelas, etcétera, debe estar encaminado a crear una nación en la que todos los ciudadanos tengan acceso a iguales oportunidades de lograr sus metas personales.
La equidad, el respeto por la dignidad humana, la legalidad, la verdadera justicia, la aplicación de la ley, la solidaridad y la subsidiaridad son las virtudes sobre las que se construye el bien común. Mientras eso no suceda, o mientras no haya avances notables en esa dirección, la amenaza de que otros personajes como los que en este momento están al frente del gobierno vuelvan a aparecer en la escena política y se hagan del poder siempre estará rondando entre las sombras.
Más vale prevenir que tener que lamentarse, dice el refrancillo popular.
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