La primera impresión, al iniciar la lectura de la Cartilla, no es halagadora. Parece un trabajo escolar, con un formato muy bonito y agradables viñetas, pero que no pasa de nivel de secundaria.
Se ha escrito mucho sobre la publicación y difusión de la Cartilla Moral por parte del gobierno federal. Se ha debatido sobre la pertinencia o impertinencia de que las iglesias colaboren en la distribución de dicho documento. Se ha comentado –no con la suficiente fuerza, parece– que el gobierno dejó de publicar los textos gratuitos a las escuelas para poder imprimir la Cartilla. Y probablemente este debate continúe por algún tiempo más. Una cosa es segura, a López Obrador las críticas y los consejos le hacen lo que se dice que el viento le hacía a Juárez, de modo que la Cartilla no va a desaparecer y, en ese sentido, el debate corre el peligro de quedar en puro ejercicio académico y/o periodístico.
Con todo, como muchos otros mexicanos, sabiendo que López Obrador decidió que su cooperación a la superación moral del pueblo mexicano consistiría en la publicación, en forma de cartilla, de un texto de don Alfonso Reyes, pienso que vale la pena apuntar un par de reflexiones.
La primera impresión, al iniciar la lectura de la Cartilla, no es halagadora. Parece un trabajo escolar, con un formato muy bonito y agradables viñetas, pero que no pasa de nivel de secundaria. Los docentes que han estado frente al aula en los últimos años habrán visto muchos trabajos elaborados con la técnica de copy & paste: simples rompecabezas formados a base de pegar textos ajenos sin ton ni son. El texto de la Cartilla, por ejemplo, inicia diciendo: “Esta educación y las doctrinas en que ella se inspira constituyen la moral o ética”. ¿Esta educación? ¿A qué educación se refiere? Hasta ese momento del texto no se ha dicho nada respecto a educación ni a ninguna otra cosa. ¿De qué educación habla? Se nota además a lo largo del texto un cierto desorden o descuido, una carencia de jerarquización de las ideas. Pero lo más notable de los defectos del documento que ahora López Obrador quiere difundir en el país es que siendo las ideas de don Alfonso Reyes algo tan valioso, el texto denota una falta de interés en hacerlas accesibles a todo mundo, lo cual se hubiera podido lograr con una sencilla explicación de los términos más importantes. Las explicaciones que aporta el texto original, escrito hace ya varias décadas, están orientadas a un público que entonces poseía un acervo de conocimientos mucho más amplio que el que poseen nuestros actuales alumnos y que había sido formado en instituciones cuyo substrato educativo era muy distinto al actual.
Es de alabarse la valentía de López Obrador de poner a la consideración del actual pueblo mexicano una obra que, según dicen algunos críticos por ahí, es de origen claramente religioso. Se critica que hable del alma y del espíritu, por ejemplo. Es cierto que las religiones aceptan ese vocabulario y lo utilizan para explicar sus doctrinas, pero antes de que existieran las religiones que más utilizan ese léxico, ya los antiguos filósofos lo utilizaban cotidianamente para expresar la realidad del mundo y sobre todo de la persona humana, objeto primordial de la moral. ¿Para qué sirve la moral si no es para ayudar a la persona a vivir como persona y a lograr los fines propios de la naturaleza humana? Bien por el presidente López Obrador que rescata un modo de ver la moral que se acerca a donde debe acercarse todo ejercicio de reflexión moral. Pues si la moral gira en torno del bien y del mal, el único criterio válido para distinguir el uno del otro es poniendo a la persona humana, a su bien último, aquel del que ya hablaba Aristóteles en sus obras, como el punto de referencia primordial y definitivo de toda vida humana.
Evidentemente que los docentes sobre los que recaiga la tarea de llevar a sus discípulos por el camino trazado por la Cartilla para que esta les sirva para mejorar sus capacidades morales (convirtiéndose en ciudadanos ejemplares) tendrán que empeñar muchas horas de clase para explicar el significado del léxico usado y, sobre todo, de las ideas que se sirven de ese léxico para comunicarse. Además de que los mismos docentes se tendrán que poner a estudiar al respecto. Sería un desperdicio total de las ideas de don Alfonso Reyes el que los docentes se contentaran con dar a sus alumnos simples brochazos de filosofía ramplona. No se vale tampoco que los conceptos expresados por el célebre filósofo regiomontano terminen deformados en aras de favorecer las novedades ideológicas reinantes. Eso sería una traición a don Alfonso Reyes y, me imagino, al propósito original de López Obrador.
Aquí, sin embargo, es inevitable hacer una reflexión en torno a los valores morales que nuestro Ejecutivo Federal pretende inculcar en la ciudadanía, y de los cuales él siempre se pone como ejemplo. Entre esos valores destacan la honestidad, la justicia, la preocupación por los pobres, la austeridad. No se nota, sin embargo, que el presiente tenga bien claras las ideas sobre estos valores, que también son virtudes (otra palabra que a muchos les hace taparse la nariz, porque creen equivocadamente que tiene su origen en el incienso de las iglesias). ¿Cómo puede declararse honesto un gobernante que para lograr sus fines viola la ley? ¿Cómo puede decirse campeón de los pobres un gobernante que cancela caprichosamente un aeropuerto que serviría para dar de comer a miles de familias y para traer al país nuevas posibilidades de mejoramiento económico para la población en general? ¿Cómo puede un gobernante verse a sí mismo como defensor de la verdad si cotidianamente miente en sus conferencias mañaneras? ¿Cómo puede ponerse un gobernante como modelo de justicia si con sus actos de gobierno pone en peligro la estabilidad económica y el bienestar de la nación? ¿Cómo puede llamarse justo y veraz un gobernante que engaña a la población con encuestas mañosas para justificar sus proyectos? ¿Cómo puede llamarse a sí mismo ejemplo de virtudes un gobernante que para gobernar se rodea de los más famosos e inmorales delincuentes, tramposos, ladrones y mafiosos de la historia reciente del país? ¿Cómo puede alegar la virtud como su característica un gobernante que ante los embates de quienes, contra la más elemental de las virtudes, el respeto a la vida, quieren destruir la vida, la familia, el matrimonio, se queda callado?¿Cómo puede un gobernante proponerse a si mismo como modelo de virtudes si desdeña a la reina de las virtudes, la prudencia?
No basta, por otro lado, que se publiquen cartillas morales y que se impartan clases de moral en los salones de las escuelas si no se busca que cada ciudadano se transforme en un persona nueva. Pues la única moral buena es la que practica el individuo que se reconoce a sí mismo como un observador objetivo y recipiente humilde de la verdad, no como el hacedor de la misma. Y creo que a don Andrés Manuel López Obrador –el máximo exponente del absolutismo moderno– le queda aún mucho camino por andar en este sentido.
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