Entre la compasión y la dureza, elijo la dureza: Donald Trump

“Si debo elegir entre la compasión y la dureza, elijo la dureza”.


Trump y los niños


A través de los noticieros de Estados Unidos he podido seguir los detalles de un asunto que en este momento está removiendo las consciencias de la ciudadanía de ese país: miles de niños latinoamericanos han sido arrancados de los brazos de sus padres, migrantes ilegales en ese país, e internados en diversos tipos de recintos en los que son sometidos a un tratamiento propio de prisioneros de guerra. Cada trozo de información que se hace público sobre el desarrollo de ese suceso me produce un sentimiento polarizado. De un lado, los detalles de lo que el gobierno de Donald Trump hace a las familias de inmigrantes me llenan de tristeza e ira. Por otro lado, las noticias que describen la reacción de los ciudadanos de ese país ante la maldad de su Presidente me refuerza la certeza de que, cuando existen principios morales en la ciudadanía, al final el bien vencerá, a pesar de los pesares.

Amparado bajo la mentira de que los inmigrantes latinoamericanos, asesinos y maleantes todos ellos -según él-, estaban usando a sus propios hijos como pretexto para entrar ilegalmente a Estados Unidos, Trump decidió hace unos meses implementar una política de “tolerancia cero” en asuntos migratorios. El migrante adulto que fuera capturado intentando cruzar ilegalmente la frontera debería ser inmediatamente deportado o debería someterse a un juicio como criminal. Los hijos que lo acompañaran, sin embargo, no podrían permanecer a su lado y serían internados en una institución separada. No habría excepciones. Ni siquiera los bebés se escapaban de ser llevados a prisión. Como resultado de esta disposición miles de niños y niñas están ahora bajo la custodia de policías estadounidenses esperando que se decida qué hacer con ellos mientras sus padres o ya están de regreso en sus países de origen o esperan sus juicios. Los periodistas que han seguido el caso temen incluso que algunos de esos menores nunca puedan reintegrarse a sus familias. Los funcionarios de la Casa Blanca y el mismo Trump quisieron hacer creer a la ciudadanía que se trataba de un mero trámite, estipulado por la ley, y que la ley correspondiente había sido elaborada por los legisladores de la oposición. Pero no tardó en descubrirse que todo lo que decían era una mentira. Y a esa mentira se añadieron algunos datos, terribles, sobre la forma como el gobierno estaba llevando a cabo este desmembramiento de las familias. El gobierno intentó mantener la verdad a oscuras. No únicamente estaba Trump mintiendo a la gente, sino que, además, lo que el Presidente estaba haciendo a esos niños y a sus padres estaba en directa contradicción de los principios morales considerados como fundamento de la ética social de ese país.

En la famosa Estatua de la Libertad de la isla Ellis, en Nueva York, por donde durante décadas llegaron a los Estados Unidos miles de inmigrantes europeos (entre los cuales también estaban los padres y abuelos de Trump) que escapaban de las guerras, de la pobreza y la persecución, están inscritas estas palabras, de la poetisa Emma Lazarus: “Dame a tus fatigados, a tus pobres, a las muchedumbres apiñadas, ansiosas de respirar libremente” (“Give me your tired, your poor, your huddled masses, yearning to breathe free”). La esperanza de encontrar la acogida que el poema ofrece es lo que ha impulsado a generación tras generación de migrantes pobres de todos los rincones del planeta a viajar a esa nación, a veces a costos enormes. Muchos de ellos han visto cumplidos sus sueños. Muchos no, pero eso nunca ha desanimado de seguir intentando entrar a Estados Unidos, legal o ilegalmente, a quienes viven en pobreza o están siendo perseguidos en su propios países. La esperanza de una vida mejor hace que muchos padres se lancen a la conquista de ese sueño llevando en brazos o de la mano a sus hijos.

El pueblo norteamericano no olvida esto y fue ello lo que lo hizo reaccionar como lo ha hecho en contra de la política de Donald Trump de separar a las familias de los inmigrantes. Esa reacción popular no únicamente manifiesta desacuerdo con una política migratoria de la actual administración, sino contra lo que evidentemente constituye la motivación de Donal Trump, y que él mismo describió recientemente en un discurso: “Si debo elegir entre la compasión y la dureza, elijo la dureza”.

Afortunadamente, al menos en esta ocasión, quedó claro que la mayoría de la población de ese país conserva vivos los sentimientos expresados en el poema de Emma Lazarus. Y en unos cuantos días el rechazo popular provocado por las medidas del gobierno alcanzó tal fuerza que Trump se vio obligado a recular. Permanece la duda generalizada sobre la forma concreta como el gobierno enderezará eventualmente el entuerto, pero una cosa ha quedado en claro en los Estados Unidos, algo que esperamos que también refleje el sentir del resto del mundo: la compasión sigue teniendo un lugar en la jerarquía de valores de la sociedad. Del seno de la presente generación de la humanidad, caracterizada por su evidente individualismo y relativismo, y cuyo abanderado más notorio es sin lugar a dudas Donald Trump, salieron a relucir los sentimientos más primordiales de la raza humana: la compasiva solidaridad con la familia y sus valores. No importa que Trump y otros personajes caracterizados por su incapacidad de sentir otra cosa que amor por la fama y el dinero tengan en sus manos el poder para subyugar a los más débiles, siempre se mantendrá viva en la humanidad la llama de la compasión. Y esto, al final de cuentas es lo que salvará al mundo de personas como el actual presidente de los Estados Unidos.

 

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