Sólo hay dos motivos para que los legisladores quieran impulsar el aborto, por falta de razonamiento o por sentirse dios.
En un debate sostenido a través de Facebook en torno a lo que muchas personas consideran ser un derecho de las mujeres, el aborto, uno de los participantes afirmó: “No tiene sentido discutirlo: es un derecho porque así lo dice la ley”. O sea, si la ley estipula que el aborto es un derecho es que efectivamente es un derecho, y eso basta para dirimir cualquier discusión o para desalentar cualquier oposición al respecto.
Algunas personas se amparan en ese modo de pensar no únicamente para intentar restarle maldad al aborto, sino incluso para convertirlo en un acto meritorio. Alegan que se trata de algo que, precisamente por estar señalado en la ley, forma parte de la lista de derechos humanos. Abortar, en ese sentido, sería igual que el derecho a alimentarnos, a desplazarnos de un lugar a otro, a trabajar para ganar el sustento, a expresarnos libremente sin miedo a represalias, etc. Y, siguiendo esa lógica, el poder matar al hijo no nacido sería algo que merece ser defendido y protegido con la misma fuerza que defendemos cualquier otro derecho.
Ahora bien, nadie que reflexione un poco respecto a lo anterior puede evitar hacerse la siguiente pregunta: ¿En qué se basaron los diputados y senadores para determinar en la ley que matar a un hijo –porque eso es el aborto– constituye un derecho de la mujer? Supongamos que lo hicieron luego de estudiar los posibles efectos negativos que un embarazo no deseado produce en la mujer: la carga moral, emocional y hasta financiera de tener que aceptar a un hijo que nunca se buscó. La pobreza o la mala salud de la madre y el peligro que representa un embarazo en tales circunstancias pueden haberlos inducido a ver en el aborto una forma extrema del derecho de cuidar la propia integridad. El que el embarazo sea producto de una violación agrega un elemento de violencia innecesaria al cual ninguna mujer debería someterse. Podemos pensar que fueron esas consideraciones las que llevaron a los legisladores a decidir que la mujer debe contar con la posibilidad de deshacerse de aquello que la afecta negativamente. Es comprensible que se quiera defender la integridad, el honor, el nivel de vida de las mujeres que por alguna razón ven en su embarazo algo con lo que no contaban ni deseaban.
Pero, ¿bastan esas consideraciones para convertir el aborto en un derecho humano, inviolable e indiscutible de la mujer? Quizás se podría hablar del aborto como derecho si el embarazo fuera un proceso biológico que tuviera como única protagonista y beneficiaria a la mujer. Pero el embarazo es por esencia un proceso biológico que incluye a dos personas. El aborto provocado, lo que ahora se denomina eufemísticamente “interrupción del embarazo” –como si fuera posible reiniciar éste después de suspenderlo definitivamente- consiste en eliminar deliberadamente a una de esas dos personas: la que no puede defenderse. ¿Hay alguna manera racional de explicar cómo el matar a un hijo, indefenso e inocente, puede convertirse en un derecho? ¿Qué justifica racionalmente que el legislador ignore el derecho a vivir del segundo protagonista del embarazo, el bebé, y lo convierta en víctima silenciosa de su propia madre? ¿Qué puede, en la mente del legislador, ser tan importante que lo lleve a omitir deliberadamente la consideración del derecho del hijo a vivir? ¿Qué argumento puede aducirse para justificar válida y objetivamente esa decisión?
Hay varios argumentos que ni biológica ni filosóficamente tienen peso alguno. El más débil, porque ya la ciencia médica lo desmontó hace tiempo, es el que dice que la mujer puede hacer lo que quiera con su cuerpo. El embarazo, lo demuestra irrefutablemente la ciencia, es un proceso que involucra dos vidas distintas, con dos cuerpos distintos. Otro argumento a favor de la legalización del aborto dice que durante cierto número de semanas lo que está creciendo en el vientre de la madre no es un ser humano, y que por lo tanto su eliminación no equivale a matar a una persona humana. Pero preguntémonos: Un ser que desde que es concebido por la relación de dos seres humanos, que se desarrolla siguiendo un proceso biológico único del ser humano, el cual sólo termina en la muerte luego de pasar por varias fases de desarrollo únicas del ser humano, ¿no es un ser humano? Entonces ¿qué es? ¿Es un animal, una planta o un mineral? ¿Un ángel? Se dice también que ese ser no es aún un ser humano sino un simple crecimiento celular. ¿Es posible que se dé un crecimiento de células humanas que no pertenezca a una persona humana? La ciencia y la lógica dicen que no, y ya se demostró que esa persona no es la madre. Se alega que mientras ese ser no dé señales de actividad cerebral no es una persona. ¿Quién decidió que fuera así? ¿Por qué? ¿Por qué no elegir como señal de vida humana el que las células se multipliquen de modo humano, o que ese ser tenga manos y pies humanos ya formados, o hable, o juegue ajedrez, o dibuje, o dé clases, o se afeite, o se case, o se pinte los labios? ¿O cumpla noventa años y no pueda caminar sin bastón? ¿Puede un legislador afirmar que algunas de esas acciones son propias de la naturaleza humana pero que otras no? ¿Puede negar que tales acciones sólo son posibles porque en cada ser personal que las ejecuta existe la naturaleza humana? La ley puede señalar edades mínimas para el ejercicio de algunos derechos como conducir un auto o votar, pero ¿puede fijar una edad mínima para ser un ser humano?
Francamente, defender el aborto como derecho humano solamente se explica por dos posibles razones: que quien lo hace no razona correctamente, o que se cree dios. Y ninguna de las dos es deseable en un legislador.
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