Una ley como el estado de Nueva York que permite el aborto hasta el momento del parto ¿no es una locura? ¿Por qué celebrarlo?
El día que el mundo celebró (o empezó a celebrar) la locura
La noche del pasado 22 de enero los edificios más emblemáticos de la ciudad de Nueva York fueron profusamente iluminados, como se hace cada vez que se celebra un gran acontecimiento. El motivo de la celebración fue descrito por el gobernador Andrew Cuomo –entre las risas, las porras y los aplausos de muchos políticos y los flashes de las cámaras de innumerables reporteros– como un logro que debe enorgullecer a los neoyorkinos y convertirse en modelo para el resto de los Estados Unidos. La causa de tanto regocijo y orgullo es la liberación total del aborto en ese estado. Una modificación a la Ley de Salud Reproductiva erradicó de la misma cualquier causal de criminalización referente al aborto. Algunos ejemplos de estas modificaciones: ya no habrá penalización para la venta de medicinas o instrumental abortivo a menores de edad; ya se podrán realizar abortos incluso contra la voluntad de la mujer embarazada; ya no tendrá el médico que preocuparse por las consecuencias legales de un aborto fallido. La nueva ley lo autoriza a rematar sin culpa ni castigo al bebé que haya sobrevivido al aborto. Pero la modificación que motivó el mayor entusiasmo fue que, en adelante, el aborto podrá ser realizado hasta el último instante del embarazo, o sea, hasta inmediatamente antes del parto. La ley, antes, limitaba el aborto hasta antes de la semana 25 de gestación. Ya nadie que desee llevar a cabo un aborto tendrá que preocuparse por esa limitación.
Coincidentemente, todo esto sucedió cuando se recordaba un aniversario más de la aprobación que hizo en 1973 la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos de la legalización del aborto a raíz de la célebre controversia de Wade vs. Roe. Es probable que la elección de la fecha de la promulgación de la reforma neoyorkina de la ley haya sido deliberada, porque se teme en los círculos abortistas norteamericanos que los actuales ministros de la Suprema Corte reviertan aquella aprobación. El Estado de Nueva York, como dicen los periodistas, “blindó” al aborto en su territorio contra cualquier cambio que la Suprema Corte llegue a hacer.
El regocijo y las risas de los asistentes a la ceremonia de promulgación de las modificaciones de la Ley de Salud Reproductiva de Nueva York no pudieron sin embargo ahogar la verdad. Celebrar el aborto –porque celebrar la nueva ley es celebrar el aborto– es una evidente muestra de irracionalidad humana; de actuar libre y voluntariamente contra lo más valioso de la persona humana: su vida y su dignidad. Es celebrar la locura.
Los senadores estatales de Nueva York que aprobaron esa reforma de la ley, así como todas las personas que los asesoraron e indujeron a hacerlo, y el gobernador Cuomo, quien puso su rúbrica para promulgarla, son la más reciente y trágica muestra de hasta dónde puede el ser humano cerrarse a la verdad cuando ésta es contraria a sus caprichos. Todos los datos aportados por la ciencia médica y biológica están de acuerdo en afirmar que la vida humana –o sea, la de cada persona– comienza en el momento de la concepción. Realizar un aborto, consecuentemente, equivale a matar a esa persona. La reflexión filosófica y el simple sentido común, por su parte, no requieren hacer mucho esfuerzo para demostrar que el ser que se origina a consecuencia de la fecundación del óvulo humano no puede ser otra cosa que un ser humano. El que ese ser esté en proceso de desarrollo, siguiendo un protocolo único del ser humano, no implica ningún cambio en su esencia, del mismo modo que el paso de la infancia a la juventud, a la edad adulta y a la ancianidad no transforma a la persona en un ser distinto. “No hay peor ciego que el que no quiere ver”, dice el refrán. Podríamos también decir que no hay peor loco que el que no quiere entender.
Basta pensar en lo irracional que es una ley que permite que una mujer mate a su hijo mientras esté en su seno, pero que la considera una asesina si lo mata acabado de nacer. Es la misma criatura. El momento y las circunstancias en que el bebé es asesinado no alteran sus elementos esenciales como persona humana. Es igualmente contrario a toda lógica que mientras se exige que una persona sea mayor de dieciocho años para comprar una cerveza, basta con que cumpla dieciséis para poder matar legalmente a su hijo. Es difícil pensar que alguien no pueda entender esas cosas, y que realice su trabajo legislativo y político sustentado en esa falta de entendimiento.
¿Se estará encaminando el mundo a una realidad nueva, en la que, seguramente por inspiración del diablo, son la locura y las decisiones irracionales e inmorales lo que debe ser celebrado?
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