En México, a lo más que se había llegado en ese renglón era nombrar calles o parques con el nombre del presidente en turno.
En su “Historia Eclesiástica”, Eusebio de Cesarea nos transmite una anécdota, que él seguramente recibió de una de sus fuentes, según la cual Poncio Pilatos, en un informe enviado al emperador Tiberio inmediatamente después de la resurrección de Jesucristo, le da cuenta de las enseñanzas maravillosas de este último, de sus asombrosos milagros, de su sangrienta muerte y de su inesperada resurrección. A consecuencia de ello, Tiberio habría decidido actuar con cierta benevolencia hacia los cristianos, y siguiendo una antigua costumbre romana, habría propuesto al senado que Jesús fuera reconocido como un dios más en el panteón de Roma. Según esto, era posible que un ciudadano romano propusiera al senado el nombre de un prócer o de algún otro personaje que se hubiese distinguido por su virtud para que, previa autorización senatorial, fuera declarado ser divino y se erigiera una estatua suya en la capital del imperio. Obviamente, la razón de presentar la iniciativa ante el senado era que sus miembros, en representación del pueblo, declararan la constancia de divinidad del personaje propuesto. En el caso de Cristo, la iniciativa del emperador no progresó; fue rechazada por el Senatus Populusque Romanus. Pero se dice que Tiberio nunca pudo olvidarse de aquel hombre de Galilea.
Traje a colación lo anterior porque recientemente me han llegado, a través de las redes sociales, dos ejemplos de intentos de la 4T por elevar a su ídolo – AMLO, ¿quién más? – a un nivel semejante al que tenían los dioses del panteón romano. Y lo más lamentable del caso es que en el caso mexicano, ni siquiera se tomaron los morenistas autores de la iniciativa la molestia de someterla al Senado y al pueblo de México. Uno de los ejemplos del intento de divinización (grado incluso superior a una canonización, la cual no reconoce la divinidad) es el haber plasmado la efigie de AMLO, en una postura épica y heroica, en la cubierta de algunos textos escolares. ¿Fue esto idea del secretario de Educación, Esteban Moctezuma? ¿O del sindicato magisterial, rescatado por AMLO de su sometimiento a la ley y a la razón? En cualquier caso, la cubierta del texto de marras es un indignante y vergonzoso caso de lambisconería que raya en lo indecente. No creo que ningún presidente mexicano anterior, incluso en los peores tiempos del Maximato o del presidencialismo haya llegado a tanto. El segundo ejemplo es un video que desde hace unas semanas hace las rondas en las redes sociales. Es un video bastante bien elaborado, cuyo explícito objetivo es describir a AMLO como verdadero mesías, libertador, de la nación mexicana. El bíblico brazo fuerte de Yahvé se queda chiquito con las proezas de López Obrador. Los creadores del dicho video –entre los que, según se cuenta, está la ya penosamente famosa no primera dama, Doña Beatriz Gutiérrez Müller– evidencian su deseo de que la imagen del actual presidente logre grabarse en la mente de los mexicanos como un ser dotado de cualidades claramente superiores a las del común de los mortales.
¿Es simple admiración, devoción o adoración? ¿O vil servilismo al servicio de la causa del adorado cabecilla?
En México, a lo más que se había llegado en ese renglón era nombrar calles o parques con el nombre del presidente en turno. José López Portillo tuvo muchas calles a su nombre incluso desde antes de su defensa canina del peso. Nicolás Maduro afirma haber recibido revelaciones celestiales del finado Hugo Chávez. En Corea del Norte destacan las estatuas monumentales de sus líderes, algunas de ellas elaboradas en vida de sus homenajeados. Y los textos escolares de ese país desvergonzadamente muestran los rostros sonrientes de los tiranos que dominan al pueblo, con el fin evidente de hacer que el pueblo se sienta agradecido hacia el ogro que le tiene puesta la bota al cuello. Y eso parece ser la conducta normal de los déspotas dictadores en todo el mundo.
¿Estará México encaminándose por esa senda?
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