Si tienes el privilegio de ser padre disfruta de tus hijos. La excelente noticia es que educarlos y disfrutarlos implican una misma acción: pasar tiempo de calidad con ellos.
Ser padre es una experiencia que marca la vida de forma permanente y abre la puerta a un gran número de vivencias gratificantes en la convivencia diaria con los hijos.
Se sabe que el papel del padre es ser proveedor, pero no sólo de los bienes materiales que necesita, sino de aquellos bienes intangibles que permanecerán en la vida de su hijo o hija aun cuando él ya no esté. Es decir, cuidar de que no le falte alimentación balanceada y todo lo necesario para su salud física, pero además el contacto personal necesario para fortalecer el vínculo relacional con él o ella, que será el soporte para su identidad personal y su óptimo desarrollo emocional, según explica el Dr. Aquilino Polaino.
El fortalecimiento del vínculo inicia desde el nacimiento. La madre por naturaleza es quien alimenta, abraza y habla constantemente al bebé. Pero es necesaria una frecuente e intencionada interacción entre el padre y el hijo, que se da con el hecho de cargarlo, abrazarlo, hablarle, cantarle, enseñarle algún balbuceo o “gracia”. Más adelante, los niños se convierten en un “actores” que imitarán y reproducirán cuanto ven y oyen. Por eso es muy importante que el padre se deje ver y oír en casa, colaborando en las labores del hogar, interactuando con su madre, pero también propiciar el acompañamiento fuera de casa, dándole oportunidad de ver cómo se desenvuelve y lleva a la práctica los valores en los que cree. Tanto el niño como la niña tienen que tener referencias concretas y cotidianas de su padre. Así aprenden lo que es la verdadera masculinidad y no la que es presentada por los medios de comunicación.
Una figura paterna cercana dará la confianza al hijo y a la hija. En la adolescencia empezará a “tomar sus propias decisiones”. La interacción continúa siendo muy importante, propiciando el diálogo sobre temas importantes, compartiendo algún deporte o afición, que les permitan compartir pequeñas dificultades, éxitos y fracasos, alegrías y tristezas. Todo esto contribuye a la educación de la afectividad que jugará un papel determinante en su comportamiento para toda la vida.
También contribuye a la educación de la afectividad la forma cotidiana de expresar o no los padres el cariño entre ellos y de cada uno hacia sus hijos; la adecuada carga afectiva que conlleva una instrucción, una felicitación, un regaño; expresar una sonrisa, un guiño, un abrazo son lecciones que se aprenden día con día.
La “renuncia” a ser padre es en realidad una pérdida irreparable tanto para el hijo como para el mismo padre, que de hecho no ocurre nunca. Es decir, aunque no se ejerza la paternidad ni se desarrolle una relación afectiva, la relación no deja de existir natural ni biográficamente. La paternidad, maternidad y filiación son un sello que queda en la persona. Eres padre de alguien, hijo de alguien. Tarde o temprano esta realidad aflora.
Por otro lado, tú, papá, ¡necesitas de tus hijos! Sobra decir que son tu motor y alegría. Si tienes el privilegio de ser padre disfruta de tus hijos. La excelente noticia es que educarlos y disfrutarlos implican una misma acción: pasar tiempo de calidad con ellos. Definitivamente también te educas a ti mismo cuando te das la oportunidad de escucharlos, de jugar con ellos y buscar el modo de procurarles la mejor convivencia. Recuerda que los hijos crecen y sus etapas vitales pasan. Cada etapa tiene sus retos y oportunidades, y pasarán. Tenlo presente y aprovecha cada circunstancia al máximo. El tiempo disfrutado en familia es lo mejor con lo que al final nos quedamos.
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