El movimiento que concluyó el 2 de octubre de 1968 encierra una clara intención de manipulación para obtener réditos políticos.
A 50 años del tlatelolcazo, el mito está vivito y coleando. Es una muestra paradigmática de la habilidad de la izquierda para alimentar la fantasía de los “estudiantes limpios y puros contra el gobierno malo y represor” y explotarla políticamente, incluso durante décadas.
50 años después del 2 de octubre, los vividores de la vieja y de la nueva ola se envuelven en el disfraz de lo que el movimiento de 1968 en realidad no fue, y como tanto se ha escrito sobre el tema, aquí va en pocas palabras.
• No fue un movimiento con orígenes de solidaridad. Inició como un pleito entre porros de preparatoria, y la intervención inicial del gobierno fue a solicitud de los directores de las escuelas. En concreto: “Alumnos de la preparatoria particular maestro Isaac Ochotorena, ayudados por alumnos de la Preparatoria número 4 de la Universidad fueron a apedrear la Vocacional número 2 del Instituto Politécnico Nacional.” Lo demás fue resultado de una ensalada trágica de manipulación política de parte de los “estudiantes” y autoritarismo inepto de parte de las “autoridades”.
• No fue un movimiento pacífico, ni inocente. Más allá de las buenas intenciones de algunos de los participantes, e incluso de los líderes, la toma de las instalaciones universitarias y en general el movimiento tuvo un claro rostro de vandalismo, y una evidente orientación procomunista, que debe entenderse también como parte de la Guerra Fría y como “represalia” de la URSS ante el movimiento democrático que unos meses atrás hizo tambalear el dominio soviético sobre Checoslovaquia (la primavera de Praga).
• No fueron estudiantes inmaculados y beatíficos. Los líderes fueron en buena parte de los casos una olla de grillos, que entraron al “movimiento” buscando jalar agua para su molino ideológico/de grupo, y que en términos generales supieron aprovechar muy bien las prebendas gubernamentales. Pasaron hasta décadas viviendo, y bien, del gafete de Tlatelolco
• No fue un movimiento que sacudiera al país. Más allá de la sensiblería y del hecho de que en años posteriores básicamente toda esa generación de la clase política se quiso envolver en el manto de los mártires de Tlatelolco, la incómoda verdad es para inicios de octubre de 1968 el movimiento estudiantil ya iba de salida e incluso en su máximo apogeo fue un tema casi exclusivamente del Distrito Federal.
• No fue un crimen del ejército uniformado. Los soldados fueron las primeras víctimas del 2 de octubre, y cada vez queda más claro que la mano detrás de la masacre fue la de Luis Echeverría y la policía política a la que él controlaba como secretario de Gobernación, incluyendo al infame “Batallón Olimpia”. Irónicamente la misma izquierda que con un ojo llora de tristeza por el crimen de Tlatelolco, con el otro deja caer lagrimitas de nostalgia por las políticas del propio Echeverría.
• No fue el inicio de la transición. Después “del 68” las cosas siguieron básicamente igual, el verdadero inicio de la transición fue la LOPPE, una legislación electoral aprobada 10 años después como respuesta del régimen ante la crisis del PAN, que no lanzó candidato presidencial en las elecciones de 76 y amenazaba con colapsar, dejando al PRI sin rival que lo legitimara como democracia. Dicho esto, tampoco es como para canonizar a Díaz Ordaz. Don Gustavo quizá fue no fue el asesino del 2 de octubre, pero eso no le quita ni lo represor, ni lo autoritario. La rigidez del presidente y de su régimen agravó lo que originalmente fue un pleito de porros y lo convirtió en una crisis que costó decenas de vidas. Incluso si no fue el culpable directo de Tlatelolco, no podemos darlo por inocente. El “movimiento de 68” no fue el de los idílicos estudiantes, sino el de las autoridades de un gobierno represor, enfrentado con grupos disidentes dentro del propio sistema político, en el marco de la Guerra Fría y de un choque ideológico en el que los jóvenes fueron más de una vez la carne de cañón de la que se aprovecharon otros, en ambos lados de la barranca y de la masacre. Por eso, más allá del mito, lo que necesitamos es entender el 68 en sus matices, y dejarlo, de una buena vez, en la historia. Hoy muchos gritan, en las calles y en las redes, Tlatelolco ¡Nunca Más! Coincido, pues 50 años de lactar de la memoria de ese acontecimiento, de manipularlo y de sostener el mito para obtener réditos políticos, son más que suficientes. ¡Tlatelolco #NuncaMás! Personas libres y mercados libres
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