En unos cuantos días se llevarán a cabo las elecciones para gobernador en el Estado de México, Nayarit y Coahuila, y para alcaldes en el Estado de Veracruz. Especialmente en el Edomex el tema recurrente en las campañas de los diversos partidos y en las conversaciones por medio de las redes sociales ha sido el objetivo de “sacar al PRI” del gobierno estatal, como si esa fuera la solución automática a los problemas de la entidad y como si en automático cualquier candidato de los otros partidos fuera obligadamente preferible al del tricolor, sin analizar siquiera las propuestas, historial o planteamiento de cada uno.
El problema es que eso no es necesariamente cierto. “Sacar al PRI” no es un boleto sin escalas a la transformación democrática, y menos aun cuando las otras opciones, específicamente MORENA, en este caso, cojean del mismo pie colectivista, populista y demagógico que los tricolores.
Sin embargo, el argumento de que se necesita “sacar al PRI” tiene un innegable atractivo para buena parte de la sociedad, un atractivo que sin duda se ha incrementado tras los grotescos escándalos en los que se ha visto envuelta la generación de gobernadores del “nuevo PRI”, léase los Duarte, Moreira, Rodrigo Medina, etc., aunque esa es sólo una parte de la explicación.
La otra mitad consiste en el hecho de que está fuertemente enraizado en uno de los mitos más sólidos y extendidos entre la oposición mexicana a lo largo del siglo XX, el cual, con sus debidos matices, va más o menos así: La sociedad mexicana es enteramente honesta, buena, bonita y maravillosa, pero está cruelmente sometida por un muy pequeño grupo de priístas, que son enteramente corruptos malos feos y terribles, que se mantienen en el poder a base de fraudes generalizados y que, si sólo existieran elecciones democráticas, serían expulsados completamente de los puestos de gobierno y nunca ganarían otra elección. Mientras tanto, ya con democracia y libre de sus opresores, la sociedad mexicana reflejaría plenamente su honestidad, bondad y belleza, y se convertiría en una nación de primer mundo; prácticamente de inmediato desaparecerían la corrupción, los delitos, la pobreza y los vicios. En pocas palabras: que lo único que nos impide ser como Dinamarca es el copete de Peña Nieto.
Aquí es momento de un mea culpa, pues desde que tengo memoria (en la campaña de Manuel Clouthier en 1988) y hasta el segundo año del gobierno presidencial de Vicente Fox, yo también me aferré a este mito, que me ofrecía una explicación sencilla y digerible (aunque falsa) de la realidad política del país, traducida en un solo gran instrumento: la democracia electoral.
Por supuesto, el sistema democrático representa un avance en comparación con el autoritarismo mono partidista que vivimos durante décadas y la pluralidad política que ella trae consigo es un elemento indispensable para posibilitar la rendición de cuentas, el equilibrio de poderes y el castigo a la corrupción. Sin lugar a dudas el triunfo de Vicente Fox, aquel 2 de julio del 2000 fue una victoria histórica para la sociedad mexicana, y no me arrepiento de haberlo celebrado. Lástima que después no resultó tan fácil.
Aún recuerdo, como si los escuchara en este mismo momento, los gritos de “arriba, abajo, el PRI se va al carajo” que resonaban en la transmisión televisiva del anuncio de la victoria de Fox en el Comité Ejecutivo Nacional del PAN. Lo triste es que, a 17 años de aquellas porras, y aquella certeza que yo compartía desde lo más profundo del alma, el PRI está otra vez en Los Pinos y el que se fue al carajo resultó ser Fox, hundido en la decepción de lo que pudo ser la presidencia que cambiara la historia y resultó una administración regular.
La enseñanza de estos casi 17 años de “alternancia” es que el mito opositor de que el problema de México era únicamente el PRI se desvaneció en el aire, la simplicidad del blanco y negro dio paso a la complejidad y la incertidumbre de muchos tonos de gris, y muchas tranzas multicolores.
Por eso debemos entender:
• Que, trágicamente, el PRI no gobernó México a pesar de la voluntad de la sociedad, sino con su respaldo, el que sigue conservando en buena medida en la mayor parte del país, y ello se debe a que las malas mañas de los priístas no las inventaron ellos, sino que las adaptaron y las sistematizaron a partir de los rasgos culturales que se han venido formando en la nación mexicana desde los tiempos de la colonia. En otras palabras: el PRI no inventó al monstruo, simplemente le cambió el vestido.
• Que lo del “fraude generalizado” es un mito. Ciertamente el PRI-Gobierno no actuó conforme a los estándares democráticos modernos, y en ocasiones recurrió a la violencia para imponer a sus candidatos, pero en la mayoría de los casos sus triunfos contaron con el respaldo activo, o al menos con la resignación de los ciudadanos. Va como ejemplo el caso de León: hubo 2 elecciones en las que el PRI abiertamente trató de negarse a la voluntad ciudadana (1946 y 1976), y las dos veces el pleito subsecuente se resolvió con la instalación de una junta de notables. ¿El resto del tiempo? La oposición perdió, en primer lugar, por la gente no la apoyó. En este mismo sentido, en su libro Democratización vía Federalismo Alonso Lujambio se refiere al registro de posibles fraudes que llevaban líderes de la oposición, como Luis Calderón Vega o María Elena Álvarez de Vicencio, quienes registran algunos casos que son indignantes, pero ni de lejos generalizados.
• Que la corrupción no es monopolio de los políticos. Es cierto que la corrupción es cultural, en eso tiene razón Peña Nieto, pero también es cierto que el PRI tiene una enorme parte de culpa en cuanto a explotar y alimentar las tendencias de una buena parte de la población, a cambio de mantener su apoyo. Ese es el “roban, pero dejan robar”. En otras palabras, los líderes del PRI tuvieron éxito en sus delitos al multiplicar por millones el número de cómplices.
• Que el problema de la corrupción va mucho más allá de las siglas de un partido político. A estas alturas ya no basta con “sacar al PRI”, porque el problema de fondo no está en las siglas ni en los colores, sino en las acciones, y hoy en todos los partidos hay políticos creados bajo el molde priísta, dispuestos a comprar votos con despensas o programas sociales, a apelar a los odios y a los prejuicios, en una palabra: a corromper.
• Que no basta con “sacar al PRI”. Al hablar de alternancia y voto libre, la palabra clave es justamente el que la democracia “posibilita”, pero no garantiza ni resuelve por sí misma los fenómenos de manipulación y de abuso político que 70 años de un sistema de partido de Estado nos hicieron percibir como sinónimos del PRI, pero que pueden esconderse en cualquier color.
Para acabar pronto, ganarle las elecciones al PRI es apenas el primer paso de un camino largo, arduo y complicado, que requiere limpiar y modernizar no sólo las estructuras políticas, sino los paradigmas culturales, en un ejercicio para el que no basta con tener votantes, sino que es necesario formar ciudadanos. Después de todo, para explicarlo en términos de los blanquiazules, si la lucha política se resolviera con una simple boleta, no sería una brega de eternidad.
Por cierto…
Mi apuesta para el domingo: Gana Del Mazo en el Edomex, con Delfina a 4 puntos de distancia y Josefina en cuarto lugar, repitiendo el % de Bravo Mena. Nayarit y Coahuila serán para el PAN.
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