¿Quién es el precandidato con mayores posibilidades de ganar la presidencia en el 2018? En estos momentos, sin ninguna duda, es Andrés Manuel López Obrador.
No lo escribo con gusto, es una respuesta que me desagrada, pero no estoy dispuesto a que en México repitamos el mismo error que cometieron los demócratas en Estados Unidos, cuando se pasaron toda la ruta electoral despreciando a Donald Trump y dándolo por perdido, hasta que el día de las elecciones despertaron de su embriaguez de optimismo con una “cruda” que les va durar por lo menos 4 años.
No, el peje no me agrada ni tantito, me parece un tipo populista, demagogo, corrupto, peligroso, retardatario, agresivo, y todos los demás epítetos que se le pueden ocurrir a usted, estimado lector. Sin embargo, la antipatía no debe ser equivalente a ceguera, y el hecho es que las circunstancias actuales ponen (y por mucho) a Andrés Manuel como el candidato favorito.
Me explico, es favorito en primer lugar porque así lo marcan las encuestas. La semana pasada El Financiero publicó un estudio bastante completo donde López Obrador le lleva una ventaja de seis puntos porcentuales a Margarita Zavala, del PAN; mientras que por debajo se encuentran Osorio Chong, del PRI; Carlos Slim, en una potencial candidatura independiente; y Miguel Ángel Mancera, del PRD.
Es una ventaja que ha mantenido consistentemente desde el inicio del suspirantado preelectoral rumbo al 2018. AMLO en los treintas, Zavala en los veintes y el PRI en los 10 y tantos; así se han repartido en prácticamente todas las encuestas de los últimos meses.
Sin embargo, usted podría responderme que un escenario muy similar se vivió en 2006 y en los meses previos a la elección del 2012: López obrador, con una ventaja aparentemente sólida, que se desvanecía conforme se acercaron las elecciones. Y tiene razón. Sin embargo, esta vez las circunstancias son muy distintas, porque el desgaste de las administraciones del PRI y el PAN no sólo ha vuelto más atractivo a Obrador, sino que ha afectado el ánimo de los seguidores blanquiazules y tricolores.
Y esa es otra lección que debemos recordar de lo que acaba de suceder en Estados Unidos. No sólo importa el número que arrojan las encuestas, sino también el entusiasmo de los seguidores. Hace unos meses, Clinton llevaba una cómoda ventaja sobre Donald Trump en todas las encuestas; pero cuando Hillary lanzó a la venta su nuevo libro, publicado a media campaña (y promocionado fuertemente por ella y por el candidato a la vicepresidencia en mítines y televisión), éste vendió menos de 3,000 copias en su primera semana. Fue un dato que debió haber encendido los focos rojos de alarma en su campaña: sus simpatizantes ni siquiera estaban dispuestos a gastar unos cuantos dólares en leerla.
Ahora, regresemos a México. ¿Usted ve a alguien (exceptuando a los Calderonistas al interior del PAN) que esté emocionado por la campaña de Margarita? ¿Por la de Moreno Valle? ¿Por la de Anaya? Y eso, para ni siquiera hablar de los aspirantes priistas o del triste Miguel Ángel Mancera. El hecho, incómodo pero incontrovertible para todo el que tenga ojos y quiera ver, es que la militancia de los tres partidos tradicionales está a la defensiva y sus simpatizantes entre el público en general andan de capa caída. No hay esa emoción, esa fuerza que se sentía antes del 2000 entre los simpatizantes de Vicente Fox o esa determinación a defender el cambio que se percibía entre los Calderonistas del 2006; vamos, ni siquiera esas ganas de volver por los fueros que demostraban los priistas antes del 2012.
El único que en estos momentos tiene simpatizantes entusiastas es AMLO, porque lleva 10 años montado en la muy cómoda posición del opositor, aprovechando cada escándalo del PAN y del PRI para posicionar su imagen como alternativa. Además, ha seguido picando piedra y en relativamente poco tiempo ha consolidado una estructura operativa en buena parte del país a través de MORENA, capaz de meter en serios aprietos a los competidores, como lo demostró el año pasado en Veracruz y como lo está confirmando este año en las elecciones a gobernador del Estado de México.
Obrador, así lo confirma la encuesta de El Financiero, encabeza por mucho las preferencias de los apartidistas (37% contra 21% de Margarita Zavala, y hay que sumarle que buena parte del 22% que registró Slim son votos que en realidad se moverán hacia AMLO) y va a quedarse prácticamente con todo el voto de castigo hacia Peña Nieto en el sur y sureste del país.
Además, tiene otra ventaja similar a la que desarrolló Donald Trump: inmunidad a los ataques. El hecho es que en los últimos 17 años a López Obrador lo han acusado de todo lo posible y lo imposible, y aun así, encabeza las preferencias. Esas son simpatías que no le puede quitar nadie. Todo lo que le queda es subir. En cambio, tanto Zavala como cualquier otro candidato del PAN o del PRI, se verá afectados no sólo por los escándalos propios, sino los de su estructura partidista, que sin lugar a dudas surgirán durante el trayecto electoral.
Hace 11 años Andrés Manuel se quedó a medio punto porcentual de ganar las elecciones, y esta vez sólo necesita dar ese empujoncito extra para quedarse con el premio mayor; y está trabajando para hacerlo. El gran error López-obradorista del 2006 fue que se volvió loco antes de tiempo. Todavía a principios de enero de ese año tenía un mensaje conciliador y cercano a las clases medias, pero después se le descuadró la estrategia, asumió un discurso agresivo (simbolizado por la campaña panista en el “cállate chachalaca”) y pagó el precio; pero es un error del que aprendió, de ahí el énfasis que a lo largo de los últimos 10 años ha puesto en “la República amorosa”, la amnistía y conceptos por el estilo.
Andrés Manuel entiende que para ganar necesita de los votantes de clase media y media alta que están muy desencantados del PRI y el PAN, pero que normalmente no votarían por él, pues lo perciben como una opción radical. Por eso, especialmente en las últimas semanas, ha asumido una posición mucho más conciliadora, incluso ante la odiada figura de Enrique Peña Nieto y ha enviado mensajes de diálogo y de confianza hacia el sector de la iniciativa privada, como la integración de Esteban Moctezuma a su equipo cercano de campaña, generando la percepción de que cuenta con el apoyo, o al menos la resignada tolerancia, de los grupos empresariales.
Ese es el escenario trágico, pero ¿es inevitable?
No, no es inevitable. Pero para prevenir el catastrófico resultado de una victoria presidencial de López obrador es necesario que los otros partidos tomen medidas.
El PRI tiene perdido el 2018, lance a quien lance de candidato, porque Enrique Peña Nieto cerrará su administración como el presidente más odiado de la historia. Lo único que les queda hacer es negociar una salida digna, y aparentemente es lo que están haciendo al dialogar tanto con los Calderón como con Ricardo Anaya para repetir esencialmente el escenario del 2006, donde al ver el desastre en que se había convertido la campaña de Roberto Madrazo, muchos liderazgos priistas optaron, como plan B, por apoyar a Felipe Calderón.
Por su parte, Acción Nacional necesita hacer dos cosas:
• La primera es definir claramente cuál es su proyecto de nación (sí, ya sé que están los principios de doctrina, pero de lo que hablo es de mensajes políticos que comuniquen de forma concreta cómo se vería México bajo el liderazgo panista) y diferenciarlo del de López obrador. A Andrés Manuel le podemos criticar muchas cosas, pero al menos tiene un planteamiento claro: regresar al país al populismo nacionalista de las épocas de Echeverría y López Portillo.
Los líderes del blanquiazul deben tener muy claro que las ocurrencias de “rebasar por la izquierda” y competirle al populista, al estilo Gustavo Madero (o al estilo de poner a Diego Rivera en los billetes de $500 para verse muy “de izquierda”) son un pasaporte directo a la derrota y a la irrelevancia. Quien quiera una opción de izquierda nunca va a votar por Acción Nacional, porque para eso hay mejores partidos de corte socialista.
Por el contrario, el PAN debe proponer, y sin vergüenza de por medio, un planteamiento opuesto al de Obrador, es decir: un país integrado económicamente el mundo, que apueste por las empresas para la generación de riqueza y un partido que se fortalezca a partir de las vocaciones liberal y demócrata cristiana que subyacen en su identidad (cuanta falta les hace Alonso Lujambio).
• La segunda es definir, lo más pronto posible, quién será su candidato presidencial y lograr que tanto los liderazgos como la militancia del partido se aglutinen en su favor. Lo peor que pueden hacer los panistas es hacerle al monje y desangrarse en una larga precampaña donde salgan a relucir todas las broncas y se desparramen en el piso todas las tripas. Para decirlo claro, si el PAN no tiene un candidato definido y respaldado en los siguientes meses, llegará a la elección herido de muerte, a esperar milagritos como el del 2006; pero esos no se dan en maceta.
Finalmente, ¿qué nos toca a los ciudadanos? Analizar las propuestas, la historia y las consecuencias de esos dos proyectos de nación y definir, dentro del marco de las opciones realistas, a cuál queremos apoyar, incluso aunque no nos parezca perfecta, ni mucho menos.
Más aun, nos toca construir propuestas nuevas, tanto en la arena de los partidos políticos como en la de las voces independientes, para que tengamos un espacio y una voz donde nos sintamos representados. Llegado el momento de estar en la casilla se vale votar por fulano, mengano o perengano, se vale votar en blanco y hasta por Batman. Lo que no se vale es votar sin razonamiento previo.
Pero el voto vendrá después, por lo pronto lo que hay son preguntas y la primera de ellas es ¿quién le teme al peje feroz?
Por cierto…
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