Bueno, pues ya estamos plenamente sumergidos en esa marea política que antecede al inicio oficial de las campañas electorales. Tan sólo ayer miércoles Javier Lozano se integró a la campaña de José Antonio Meade, tras renunciar a Acción Nacional; Osorio Chong anunció que se va de la Secretaría de Gobernación y Luis Miranda salió de la SEDESOL; el Gobernador de Chihuahua entró en conflicto público y directo con el presidente Peña Nieto; el INE multó a 6 partidos por triangular pagos a través de empresas fantasma y los líderes de Morena le dieron su respaldo a Sergio Mayer para que pase de ser actor de tele a legislador federal.
También en redes sociales comienza a renacer la efervescencia política, que había amainado en las últimas semanas a causa de la temporada navideña. Ahora, después de terminado el día de reyes, mientras retomamos la normalidad, recuperamos con ella los conflictos y las preocupaciones que la acompañan, particularmente en un año como este, en el que nuestro país enfrentará un gravísimo peligro.
Sí, en 2018 y particularmente en el tema de las elecciones hay un grave peligro para México.
Y no, no hablo de “ya saben quién”, aunque el señor no sea santo de mi devoción.
El peligro para México es la bestia de las pasiones, un monstruo al que todos alimentamos al calor de la contienda, pero que sí se sale de control podría acabar devorándonos, como ya lo ha hecho muchas veces durante los últimos doscientos años.
Se trata de un dragón de dos cabezas: la primera es la de la desinformación y las simplificaciones, que reduce el escenario a un choque frontal de blanco y negro, de ángeles y demonios, de santos en nuestro bando y satanes en el del contrario. La segunda cabeza es la del odio, que surge como consecuencia lógica y lamentable de esa simplificación en la que el rival es culpable de todos los crímenes y el aliado poseedor de todas las virtudes.
Basta darse una breve vuelta por las redes sociales para confirmar el temor de que este monstruo está creciendo cada vez más, y de que se multiplicará durante los propios meses. En las cavernas de Facebook y Twitter encontramos lo mismo amenazas de muerte que llamados al golpe de estado y la guerra civil, aderezados con insultos que se considerarían sumamente inapropiados en cualquier otro contexto.
Y todos somos culpables.
Todos, en algún u otro momento hemos recurrido a la simplificación, a la condena absoluta del contrario, a la salida fácil del insulto o de la falaz indignación, que a ojos de nuestro coraje nos evitan el esfuerzo de argumentar; pues si el contrario es corrupto, ladrón, chairo, derechairo, vendepatrias y demás, entonces -creemos- basta con el insulto. Y no es así.
No cometamos el error de pensar que esa violencia se quedará sólo en las redes sociales, o de que se trata sólo del efecto del anonimato digital, pues ese rencor y esa apuesta por la violencia como arma política sí existe y hay un riesgo de que se refleje en la vida real, como ya sucedió en la Ciudad de México con los golpeadores que atacaron un mitin de Morena y desataron la muerte de una de las asistentes al evento, y eso que apenas son precampañas.
Por eso creo que es muy importante que cada uno de nosotros nos comprometamos, ante los demás y ante nuestra propia historia, al no alimentar el monstruo de la desinformación y del odio, empezando por mí mismo.
Hoy me comprometo ante ti, estimado lector, a luchar en favor de lo que creo, más que en contra de lo que me desagrada; a no recurrir a las falsas noticias, ni a las fáciles condenas del contrario; a respaldar cada crítica en un argumento; a reconocer que la gran mayoría de quienes apoyan una visión política distinta a la mía también lo hacen de buena fe, queriendo lo mejor para sus familias y comunidad; a privilegiar la civilidad en mis artículos, en las redes sociales y en las interacciones cotidianas. Por supuesto, es muy probable que en alguna ocasión la bilis le gane a la neurona, pero incluso entonces el siguiente paso será el de reconocer el error en lugar de fortalecer la hostilidad.
También te invito a que hagas propio este compromiso, para hacer lo correcto una persona a la vez.
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