Los abusos sexuales en contra de niños y mujeres no son algo desconocido en Hollywood. Desde hace años los directores Roman Polanski, Woody Allen, Bryan Singer y Víctor Salva habían sido acusados e incluso procesados y condenados por abusar de niños, niñas y adolescentes. Aun así, todos han seguido recibiendo el dinero y el apoyo de la industria para dirigir películas.
El hecho es que durante muchos años la farándula norteamericana tapó la cloaca de una epidemia de pederastia y acoso sexual, mientras dirigió un dedo acusador a los demás. Incluso llegaron al cinismo de darle (en 2016) el Oscar por mejor película a Spotlight, una cinta que narra el trabajo de los valientes reporteros que sacaron a la luz pública el escándalo de abusos sexuales al interior de la Iglesia Católica en Boston. Es decir, la élite de Hollywood alababa las denuncias contra sus rivales ideológicos, mientras escondía los abusos de sus propios dirigentes.
Bueno, pues ya no más. Las denuncias de varias mujeres en contra de Harvey Weinstein, uno de los ejecutivos cinematográficos más poderosos a nivel mundial, han desatado una auténtica marea de acusaciones que implican a decenas de los principales actores, directores y productores de la “Meca del cine”.
Entre los acusados por violar menores de edad y acosar sus compañeros y compañeras de trabajo se encuentran nada menos que Ben Affleck, Dustin Hoffman, Kevin Spacey, Charlie Sheen, Robert Knepper (de Prison Break), Ed Westwick (de Gossip Girl), Brett Ratner (productor de El Renacido, Lego Ninjago, X-Men 3 y Prison Break), el ya citado Harvey Weinstein (De Miramax y Weinstein Company) y su hermano Bob Weinstein.
Y no es sólo en el cine, ni sólo en Estados Unidos. El Reino Unido se sacudió hace unos años cuando se dio conocer que Jimmy Savile, uno de los conductores más populares y longevos de la BBC, abusó de multitud de jóvenes durante varias décadas, y aunque en México todavía no se destapa la cloaca, desde hace años los rumores abundan respecto muchos personajes del “entretenimiento” (para mayor referencia basta echarle un ojo a “El carnal de las estrellas” del grupo Molotov).
Ante todos estos casos surge en primer lugar la pregunta de ¿qué condiciones explican la epidemia de abusos en ciertos entornos? ¿Por qué en ámbitos como el clero católico y la farándula parecieran multiplicarse situaciones de este tipo? Evidentemente no es un problema de celibato, pues los líderes de Hollywood tienen tanto sexo como quieran y de todos modos están abusando de niños, jóvenes y mujeres. Tampoco es un problema de ideología, pues a pesar de sus valores conservadores la jerarquía católica está tan llena de casos de este tipo como la jerarquía cinematográfica.
Entonces ¿cuál es la respuesta? En mi opinión es la suma de tres factores de riesgo: opacidad, discrecionalidad y monopolio, que no sólo generan incentivos para aquellas personas con tendencia a abusar de los demás, sino que alimentan un entorno en el que estos predadores pueden pasar desapercibidos incluso durante décadas, lastimando a incontables personas en el proceso.
Vamos por partes:
• Opacidad: tanto los seminarios religiosos como el mundillo del cine son ecosistemas básicamente cerrados, con sus propias reglas, costumbres y núcleos de poder. En ambos casos, para quienes no están en el “ambiente” es prácticamente imposible saber qué es lo que está sucediendo en el interior.
Aquí usted, estimado lector, podría responderme: “pero es que en Hollywood hay toda una industria de los chismes y de los paparazzi”.
Efectivamente, pero estos “chismes” en realidad son información controlada por la propia industria, al igual que los paparazzi, que publican las “fotos secretas” de los artistas, gracias a que los propios agentes les dieron el pitazo. Sin embargo, los chismes pocas veces se refieren a los aspectos verdaderamente relevantes del mundo del espectáculo, como los mecanismos de decisión en las audiciones, o las determinaciones respecto a los proyectos que las productoras financiarán y llevarán a la pantalla. Estas actividades, que son las que verdaderamente tienen un peso definitivo en las carreras de los artistas, están completamente fuera de cualquier mirada externa.
• Discrecionalidad: tanto en la vida religiosa como en la artística, los ascensos están definidos principalmente por la decisión personal de algún factótum, ya sea tácito o explícito, lo que significa que la persona que está en ese puesto (al ocupar un cargo oficial que le brinde dicha atribución o ser consejero de confianza de quien si tiene esa autoridad) literalmente lleva en sus manos el destino y la carrera, particularmente de los jóvenes.
Si algún predador accede a este espacio, no sólo acosará y lastimará a sus víctimas directas, sino que construirá rápidamente una red de complicidad y tenderá a rodearse de personas con perfiles semejantes, replicando un patrón de abusos a lo largo de la organización. Pensemos nuevamente en las audiciones: el actor estelar, el director o el productor que puede elegir enteramente a su capricho al resto del elenco o impulsar la carrera de un desconocido, tiene el poder para abusar de las personas más débiles en su entorno y de castigar con el ostracismo a quienes se atrevan a denunciarlo. Por eso es que los abusos navegan, incluso durante décadas, como meros rumores, antes de comprobarse.
• Monopolio: decía Lord Acton que el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente, y esto es cierto no sólo por la seducción corruptora de las alabanzas que vienen junto con un puesto de alto nivel en la Iglesia, el entretenimiento, la política o cualquier otro espacio de convivencia, sino porque esos puestos de poder concentrado resultan especialmente atractivos para aquellas personas que están predispuestas a dejar de lado los escrúpulos y recurrir a cualquier bajeza con tal de satisfacer sus ambiciones.
Pensemos por ejemplo en el mundo de Hollywood: los estudios cinematográficos de buen nivel se pueden contar con los dedos de las manos, y el año pasado sólo 30 películas fueron medianamente exitosas, recaudando por lo menos $100 millones de dólares en la taquilla norteamericana. Esto significa que los espacios de oportunidad para “triunfar” en Hollywood son muy reducidos, y cuando los pasillos al éxito son tan escasos y tan angostos, quienes cuidan las puertas adquieren un poder inmenso.
Por supuesto, con esto no quiero decir que todos los magnates de Hollywood o todos los funcionarios influyentes del clero vayan a ser abusadores, pero sí que cuando una manzana podrida se cuela en este tipo de puestos, hará un daño particularmente grave, porque además de tener acceso al dinero para comprar el silencio de algunas de sus víctimas, podrá adquirir la silenciosa complicidad de su entorno, por medio de prebendas y conectes.
Entonces ¿qué hacer?
El primer paso es reducir la opacidad. La Iglesia Católica ha hecho algunos avances muy importantes en este ámbito durante los últimos años, pero todavía tendrá que pasar por un análisis más a fondo, quizá incluso de su propio sistema de seminarios y su administración interna. En el caso de Hollywood lo primero que tendrán que hacer es reconocer que hay un problema, y que ese problema no son sólo unos cuantos descarriados, sino una forma de organización que cobija y alimenta ese tipo de abusos.
El segundo paso es reducir, en la medida de lo posible, la discrecionalidad. Por supuesto, sería impráctico y quizá contraproducente someter por completo los procesos de ascenso a un esquema estandarizado, al estilo del servicio civil de carrera o los concursos de oposición, pero sí es necesario explorar opciones que reduzcan la concentración de poder para la toma de estas decisiones (o, al menos, que lo transparenten).
El tercer paso es el más complicado. En el caso de Hollywood, su monopolio se seguirá diluyendo naturalmente, conforme los avances tecnológicos reducen el costo de los equipos de filmación y posproducción, incentivando la multiplicación de las empresas en el sector y facilitando el desarrollo de medios de comunicación que no cuenten con el respaldo de una gran empresa. En el caso de la Iglesia Católica la flexibilización y modernización del esquema para preparar a sus sacerdotes y religiosos también sería de gran ayuda para parar en seco los perversos apetitos de los abusadores que todavía sigan escondidos.
Esas reflexiones no sólo van para el púlpito y el plató. Absolutamente cualquier organización humana, tanto en el sector público como en el sector privado, en la que coexisten condiciones de opacidad, discrecionalidad y tendencia al monopolio, está en serio riesgo de convertirse en espacio de cacería para los abusadores y tienen al menos la obligación moral de prevenir que estos predadores extiendan sus redes de complicidad y de miseria.
A esto se deben sumar acciones para atender los problemas de fondo con los agresores, pero ese será tema para después.
Por cierto…
Ridley Scott decidió eliminar a Kevin Spacey de su nueva película y volverá a grabar todas sus escenas ahora con un nuevo actor. Hay que reconocer que, aunque sea bajo el peso del escándalo, Hollywood parece que está reaccionando bien
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