Carácter es destino

Hace unos meses, al analizar las posibilidades de Andrés Manuel López Obrador rumbo a las elecciones presidenciales del 2018, comentábamos que es el aspirante mejor posicionado, pero que su victoria o su fracaso dependerían de que pudiese controlar su carácter, para no repetir su gran error durante el proceso electoral del 2006: que se volvió loco antes de tiempo. Hace 11 años a AMLO le ganó la hormona, se sintió dictador antes de ser siquiera presidente, endureció el discurso y al final del día se quedó con la más dolorosa de las derrotas, aquella donde la gloria se queda milímetros de distancia.



Bueno, pues parece que, a pesar de sus evidentes esfuerzos por moderar su imagen autoritaria y envolverse en la bandera de una “República amorosa” a López Obrador se le sigue notando el código postal de la calle de la amargura y la colonia de la intolerancia. El señor simplemente es incapaz de encauzar la frustración y aceptar el disenso.

Hace unas semanas, cuando Delfina escalaba puestos en las encuestas y parecía destinada a superar en el primer lugar de las preferencias al priísta Alfredo del Mazo, López Obrador era todo vida y dulzura; Sin embargo después llegaron los vídeos de Eva Cadena recibiendo dinero para MORENA, los escándalos de la propia Delfina por su gestión como alcaldesa y las propias limitaciones de la candidata, que parecen haberla detenido en el segundo lugar, a unos cinco puntos de distancia del candidato del PRI, partido que (salvo una gigantesca sorpresa) obtendrá el triunfo en las elecciones del 4 de junio.

Y entonces, al igual que las esperanzas de triunfo de Delfina, la amabilidad de obrador se desvaneció en el viento, para volvernos a topar con el cascarrabias de costumbre. Este jueves 25 de mayo no sólo se peleó con el periodista José Cárdenas, sino que incluso entró en modo de combate con la santona del periodismo de izquierdas, Carmen Aristegui, a quien le gritó y espetó el mote de “mirona profesional” en una airada conversación, después de que AMLO literalmente se metichó en la entrevista que la periodista realizaba a la diputada federal Rocío Nahle, implicada en el escándalo de Eva Cadena.

Estos choques con la prensa fueron la cereza en el pastel de una semana de errores obradoristas, entre los que destaca también su pésimo manejo de la relación con los demás partidos de izquierda, y en especial con el PRD, al que le hizo un ultimátum exigiéndoles el apoyo del Estado de México, so pena de cerrar las puertas a una alianza rumbo al 2018. 

Con lo que no contaba Obrador fue que el candidato perredista Juan Zepeda, que ha estado creciendo consistentemente en las encuestas y según algunos datos ya le compite a Delfina por el segundo lugar, en lugar de amilanarse le contestó de forma lapidaria: “No por nada ya dos veces perdiste la Presidencia de la República y no por nada en las elecciones pasadas no lograste ningún triunfo en Oaxaca, Veracruz, Puebla, Quintana Roo, Chihuahua, Tamaulipas, en ningún lado lograste triunfar porque vas dividiendo, eso , eso ya no funciona”.

Por supuesto que Zepeda tiene razón, y por supuesto que el propio Andrés Manuel lo sabe, por eso se ha esforzado tanto en estos 11 años por disimular su cerrazón y presentarse como un político amoroso y misericordioso, pero al final del día carácter es destino, o por lo menos es tendencia, y AMLO no puede esconder por completo su carácter tiránico, ese del “cállate chachalaca” que ya le costó la presidencia dos veces.

Entre más se acerque el 2018, más trabajo le costará disimularlo, considerando entre otras cosas la muy real posibilidad de una alianza entre el PAN y el PRD para apoyar a Anaya, a Moreno Valle o algún otro perfil ya sea de Acción Nacional o de la sociedad civil, a través del frente opositor que anunciaron hace unos días los presidentes de ambos partidos.

Por supuesto, de inmediato surgieron las voces de duda y de condena. Suena difícil y suena extraña una coalición entre dos partidos aparentemente tan distintos, pero hay dos fenómenos que le dan verosimilitud a esta combinación, y que tienen tan preocupado a López Obrador.

El primero es que dicha alianza ya es una realidad operativa en buena parte del país, donde panistas y perredistas han sumado esfuerzos para impulsar candidatos comunes a presidentes municipales y gobernadores, incluyendo a los triunfadores en las elecciones estatales del 2016 Veracruz, Durango y Quintana Roo y este año a Antonio Echevarría, que lleva una amplia ventaja para ser gobernador de Nayarit. Por tanto, de que las estructuras y los simpatizantes de ambos partidos pueden trabajar juntos y pueden ganar elecciones, no hay duda alguna.

El segundo es que, una vez más, carácter es destino, y el carácter de todos los partidos políticos tradicionales está inmerso en una sutil pero inevitable crisis de identidad.

• Acción Nacional surgió en 1939 como una alternativa liberal, católica y democrática al PRM socialista y autoritario. El PAN pasó los siguientes 60 años en una lucha contra el fraude del PRI, e inmerso en la lucha por la democracia, palabra que adquirió un sentido casi mágico en los discursos y las convicciones compartidas de los panistas. Sin embargo, ahora sus dos objetivos (acabar con la dictadura del PRI y lograr la democracia) están cumplidos, incluso a pesar de la victoria de Peña Nieto en el 2012, pues ésta simplemente comprobó a los ojos de todos que el esquema de la vieja dictadura ya es inoperante. Entonces ¿ahora qué? Los panistas deberán decidir bajo qué premisas consolidar una nueva identidad.

• El PRD surgió 50 años después con el objetivo de llevar a Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia, representar una alternativa para la participación política de la izquierda e impulsar el cambio democrático. Lo de Cárdenas ya no pasó, en cuanto a la izquierda los radicales se desvanecieron, los nacionalistas se fueron a MORENA y los socialdemócratas moderados se quedaron en el sol azteca, topándose en más de una ocasión con la incómoda verdad de que en muchos temas tienen más en común con sus rivales del PAN que con sus compañeros de viaje que ahora se mueven con el Movimiento Regeneración Nacional.

 • El PRI surgió como un mecanismo de integración y de control político, diseñado para ordenar el poder a partir de la presidencia de la República. Después del 2000 logró mantenerse con vida, traspasando ese poder a los gobernadores, pero su triunfo del 2012 les ha mostrado dolorosamente que su “biología institucional” está en peligro de extinción. El “nuevo PRI” resultó un fiasco de proporciones multimillonarias y gobernadores encarcelados, y ahora (lo quieran o no) tendrán que replantear su identidad, para lo que incluso ya se rumora hasta un cambio de nombre una vez terminadas las elecciones de junio.

 Es decir, en México el sistema tradicional de partidos se definió en torno a su participación o rechazo en el esquema de control unipartidista encabezado por el PRI, pero ahora este esquema está oficialmente colapsado, con Peña Nieto la esperanza de su retorno se convirtió en la desazón de su impotencia y por lo tanto es necesario un replanteamiento de las identidades políticas. En este replanteamiento las posiciones socialdemócratas de centro hacia las que se ha movido Acción Nacional no se encuentran tan distantes de la socialdemocracia de centroizquierda de buena parte del PRD e incluso de algunos sectores del PRI, en especial cuando todas ellas se comparan con el nacionalismo populista y conservador de López Obrador.

 ¿Entonces, Obrador tiene razón cuando habla del “PRIAN”?

No por completo, porque la división entre los proyectos no sigue líneas estrictamente partidarias, y en todo caso, viendo la constante migración de tricolores al bando de AMLO, sería incluso más correcto hablar del PRI-MOR(ena). Veamos:

Por una parte, tenemos el modelo de nación conservador, nacionalista y populista encarnado por Andrés Manuel López Obrador, alimentado por la nostalgia de los tiempos pasados, a los que plantea regresar para recuperar el rumbo. Para él, su propuesta de eliminar todas las reformas al texto constitucional y aplicar tal cual la constitución de 1917 no es sólo una ocurrencia, sino un reflejo de lo más profundo del alma política del movimiento López-obradorista: que todo tiempo pasado fue mejor, que hay que conservar y recuperar los ideales revolucionarios y (para decirlo en pocas palabras) un paren el mundo, que nos queremos bajar. Este proyecto lo comparte, con sus debidos matices, un sector del PRD al que todavía le da miedo brincar el charco y quizá la mitad del priísmo, esa que está furiosa con Peña por “privatizar Pemex” y que todavía no le perdona a Zedillo haber reconocido el triunfo de Fox.

Por otra parte, quizá de forma menos definida, existe otro proyecto de nación: liberal, socialdemócrata, globalista y tecnocrático, que visualiza a México integrado en la economía y las instituciones internacionales, que entiende la necesidad de mantener y fortalecer el libre comercio a nivel internacional, que no anhela regresar a la constitución de 1917, sino modernizarla al estilo de las legislaciones que plantean los expertos de Naciones Unidas o de la Unión Europea. Ellos no se orientan a partir de la nostalgia del tiempo pasado, sino de la esperanza de que México, impulsado por un Estado de derecho más funcional, un estado de bienestar y por mejores herramientas de política pública, puede construir una nueva historia de éxito. Éste es una visión que comparten, de forma más o menos declarada y nuevamente con sus debidos matices, la mayor parte del PAN, la parte modernizadora del PRI (Meade o Nuño, por ejemplo) y una parte relevante dentro del PRD.

Volvemos al inicio. Carácter es destino, y de cara al proceso electoral del 2018 tanto los candidatos en lo individual, empezando por López Obrador, como los partidos a nivel institucional tendrán que replantear su carácter y su identidad. Por supuesto, es muy pronto como para saber a ciencia cierta qué resultará de estos procesos, tal vez un modelo de gobiernos de coalición entre partidos cada vez más pequeños y dedicados a sectores específicos dentro de la carpa de una gran alianza, o quizá la fusión de los partidos actuales en dos grandes fuerzas e incluso alguna alternativa diferente, en todo caso no hay que descartar sorpresas.

Por cierto…

Este escenario de redimensionamiento ideológico es una excelente oportunidad para llevar nuevas ideas a la palestra, incluyendo las del libertarismo.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com


 

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