Ya en unos días nos vamos de vacaciones. Pero antes de echar la flojera, hay que echarle un ojo al inicio de las campañas y particularmente a la visión de país que están planteando los diversos pre-candidatos.
La semana pasada comentábamos que uno de los principales puntos que nos tienen que aclarar los candidatos presidenciales es el de cómo piensan pelear y ganar la “guerra” contra el narcotráfico, en la que nos ensartó la torpeza de Fox, la necedad de Calderón y la complicidad de sus antecesores. Sin embargo, no es el único tema que es necesario tener en cuenta.
Gane quien gane en 2018, los próximos años serán muy turbulentos para este país.
Como extras en esa gran ópera bufa de los comicios presidenciales, tenemos la obligación de (al menos) exigir que los protagonistas del show nos aclaren específicamente en qué consisten sus propuestas para lidiar con algunos de los radicales cambios que experimentará México en el corto y mediano plazo. Algunos de estos no se vivirán plenamente antes del 2024, pero sus condiciones y alteraciones comenzarán a gestarse a lo largo del próximo sexenio. He aquí algunos de ellos.
• El fin de las oficinas. Bueno, quizá no el fin, pero sí la drástica reducción en el número de personas que se trasladan todos los días para trabajar en una oficina.
Los grandes complejos de oficinas fueron uno de los símbolos de estatus empresarial en el siglo XX, cuando eran la muestra de que una compañía era digna de confianza porque tenía la fuerza suficiente como para mandarse construir o rentar un gran edificio y llenarlo de escritorios y de Godínez, para supervisar y coordinar centralizadamente el trabajo.
Sin embargo, el crecimiento de las ciudades, que ha vuelto cada vez más desgastante y oneroso el tiempo de traslado de la casa a lugar de trabajo; y los avances tecnológicos, que han facilitado el trabajar desde casa y el supervisar dicha labor, están gestando la que puede ser una de las transformaciones más radicales de nuestra época: la masificación del trabajo a distancia.
En una encuesta realizada en 2014 dentro del Global Leadership Summit en Londres, casi un 60% de los directivos empresariales señalaron que más de la mitad de sus empleados trabajarían a distancia para el año 2020, y de hecho ya el año pasado casi la mitad de los profesionistas estadounidenses pasó al menos parte de sus días trabajando en casa.
Por supuesto, la tendencia quizá tarde un poco más en consolidarse en México, pero en todo caso es indudable que, particularmente considerando las dificultades de transporte en las grandes ciudades de nuestro país, el número de trabajadores que laboran desde casa se multiplicará entre 2018 y 2024. Esto significa cambios en el diseño y la logística urbana, que deberá adaptarse a la nueva realidad, una realidad a la que también tendrá que adaptarse la burocracia.
Al próximo presidente le tocará encabezar, quiera o no, la transformación de la administración pública, de un ejército de oficinistas en horarios estandarizados, a una fuerza cada vez más dinámica, con horarios mucho más flexibles, basada en la atención en línea y con un grado de descentralización nunca antes visto, lo que implicará espinosas negociaciones con sindicatos y con mandos medios. Por otra parte, el costo de no hacerlo sería el de una administración pública que se vea cada vez más ineficiente y fosilizada ante los ojos de la sociedad.
• Los autos que se conducen solos. Durante los últimos 100 años, el trazado de las ciudades y nuestra propia forma de vida se adaptó drásticamente a los vehículos de motor conducidos por seres humanos. Para ello diseñamos calles, reglamentos, cadenas de valor etc. Sin embargo, todo eso está a punto de cambiar.
Los primeros vehículos de conducción automática ya están en las carreteras haciendo pruebas que en términos generales han resultado exitosas, y no sólo hablamos de empresas especializadas en tecnología, tipo Google, Apple o Tesla, también los fabricantes tradicionales, como Volvo y General Motors, están experimentando con esquemas parcial y plenamente autónomos, y seguramente durante el próximo sexenio veremos a los primeros de estos modelos abriéndose paso en las calles de todo el mundo, México incluido.
Esto implica una enorme cantidad de desafíos, que podemos distinguir a su vez en dos grandes vertientes:
1) La transformación de los reglamentos de tránsito a todos los niveles y los cuestionamientos respecto a si las máquinas serán susceptibles de alguna multa o regulación particular, por poner un ejemplo. Por el contrario, el incremento de este tipo de vehículos también podría significar el fin de la policía de tránsito, pues si sólo tenemos en las calles vehículos que estén programados para respetar el reglamento y no exceder límites de velocidad, estacionarse en lugares prohibidos o cometer infracciones, no habrá necesidad de tener burócratas para que cacen infractores que ya no existirán. Aunque esto a primera vista es tema de las autoridades locales, en un país como el nuestro seguramente el Gobierno Federal tendrá que marcar línea, para bien o para mal.
2) La multiplicación de los vehículos sin conductor provocará una enorme crisis política con las mafias de taxistas y con los conductores de plataformas como Uber, Lyft, etc. Si con la llegada de Uber los taxistas hicieron berrinche y recurrieron muchas veces a la violencia, se enchina la piel de sólo pensar lo que van a hacer estos señores cuando sean, ahora sí, completamente superados por la tecnología.
Lo cual nos lleva al tercer punto.
• La automatización de empleos. Los avances tecnológicos volverán redundantes e inefectivos muchos puestos de trabajo que hoy son ocupados no sólo por obreros, sino también por profesionistas. Según algunas proyecciones, 800 millones de empleos desaparecerán a nivel mundial en los próximos 13 años a causa de la automatización.
El caso de los chóferes quizá sea el más evidente, pero ni de lejos será el único. Tanto las empresas, como la sociedad civil organizada y la administración pública tienen que ser conscientes de que esta transformación, aunque sea necesaria y positiva, también tendrá efectos negativos de corto plazo para millones de familias.
¿Qué hacer? De entrada es necesario apostar por la capacitación, pero no sólo con el enfoque limitado con el que se ha entendido hasta la fecha.
Es necesario repensar todo el sistema educativo, particularmente en los niveles medio superior y superior, reorientándolo para que sea menos costoso, no sólo en términos de dinero, sino también de tiempo. Pasar cuatro o cinco años aplastado por horas en un pupitre será cada vez más una grave desventaja competitiva para el estudiante. Al mismo tiempo, será necesario liberar, o al menos facilitar la creación y edición de programas de estudio por parte de las instituciones académicas.
Sin embargo, aunque esas estrategias servirán para los nuevos estudiantes, también será necesario diseñar otras para atender a quienes vayan quedándose sin sus anteriores empleos, ayudándolos a reducir el dolor de su salida e, inmediatamente después, facilitándoles el ingreso al ámbito académico y al mercado laboral.
Incluso en el mejor de los casos, todos estos cambios apuntan a un periodo de conflicto y tensión entre lo viejo y lo nuevo, en el que no bastará con choro, ni con soluciones fáciles.
Por eso me preocupa tanto ver un nivel de debate tan pobre por parte de muchos precandidatos, como Margarita Zavala, con su ideota de hacer una cárcel para los “criminales y los corruptos”, o López obrador con su amnistía y sus refinerías. De Anaya y Meade habrá que esperar perspectivas más concretas, para saber si es que alguien, de entre toda la manada electoral, está pensando más allá de los clichés.
En caso contrario, estaremos en serios problemas.
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