La semana pasada tuvieron lugar varios hechos altamente preocupantes que a ojos de algunos constituyen un triunfo del partido en el poder; pero que deben ser analizados con una perspectiva más amplia sobre todo para entender hacia dónde los ciudadanos conscientes deben enfocar sus baterías por el bien de nuestra patria.
La semana anterior era la última del periodo legislativo ordinario, el anterior cierre había sido en diciembre cuando con un desaseo ilegal había sacado a vapor del plan B para atacar al INE con la derrota previa de la reforma constitucional. Algunos puntos de ese plan quedaron pendientes de aprobación hasta este periodo. Los mexicanos creímos que esa precipitación y vicios eran lo más bajo que se podía llegar, sin embargo, la semana anterior fuimos de mal en peor.
El cierre fue atípico tanto en el fondo como las formas —es imprescindible no acostumbrarnos a ese desorden, no es democrático y no es ejercer la función legislativa, fue atípico y no debería volver a pasar—. El cierre fue llamativo en el fondo, porque de pronto hubo una cascada de urgencias promovidas desde el Ejecutivo que implicaron algunas reformas constitucionales menores, cambios en innumerables leyes. Lo aprobado, en resumen, empequeñece los órganos de control externo, golpea a las instituciones, vulnera los mecanismos de transparencia y de combate a la corrupción, dan más poder y dinero al Ejército, menoscaban la participación de los académicos y científicos.
Entre lo aprobado, hay algunas modificaciones que en papel suenan positivas como la imposibilidad de que un deudor alimentario o un acusado de abuso sexual pueda ser candidato si tiene un proceso legal abierto; pero las ilimitadas posibilidades de que se use contra candidatos de oposición también están en la mesa, porque bastará con abrir el proceso para congelar las posibilidades electorales de cualquiera.
En cuanto a las formas, las irregularidades en la Cámara de Diputados entre martes y miércoles fueron llevadas episodios de comedia de situación en la Cámara de Senadores —risibles si no fuera en detrimento de la institucionalidad y la división de poderes—. En la Cámara de Senadores había una presión extra por el nombramiento de los nuevos comisionados del INAI que los senadores de oposición trataron de usar para lograr cierta negociación. El bufón de la comedia resultó ser Ricardo Monreal, quien aparentemente negoció un acuerdo que fue traicionado incluso por él mismo al momento de la verdad.
La pantomima siguió cuando los senadores de Morena, en una de las escenas de mayor abyección en la historia legislativa de este país, fueron a Palacio Nacional a recibir línea justo del titular del Ejecutivo que además estaba franqueado por las llamadas corcholatas, incluyendo a Monreal. Posteriormente, en el patio de la sede histórica de Xicoténcatl, en mesas de plástico con un quórum forzado a un promedio de 12 minutos aprobaron las 20 peticiones de Palacio… y no nombraron a ningún comisionado para que el pleno del INAI siga operante.
El bloque opositor tomó la tribuna y no se pudo sesionar el jueves ni el viernes, por eso se refugiaron en el patio de Xicoténcatl y no entraron a la sede porque Xóchitl Gálvez se encadenó al interior. La actuación de la oposición se quedó corta para muchos críticos porque no usaron todos los mecanismos legales a su alcance para detener a Morena y aliados y para otros fue la adecuada porque no les facilitó el quórum dando por descontado que Morena pasaría por encima de cualquier diálogo y negociación, puesto que ya lo había hecho traicionando el primer acuerdo.
Una vez consumados los hechos, la oposición básicamente guardó silencio y continuó haciendo lo que ha hecho fantásticamente bien durante estos años: acrecentó la distancia y la incomunicación con los ciudadanos que contemplaron indefensos los abusos. Este vacío y esta desconexión tiene un efecto muy negativo en la ciudadanía porque se experimenta como una doble orfandad, la primera porque no lograron nada efectivo para detenerlos y se mostraron simplemente patear el bote para que la Suprema Corte, si es coherente con su actuación, detenga el desaguisado. La segunda porque ni siquiera tienen mecanismos claros, oportunos y efectivos para comunicarse con los ciudadanos abonando a una desconfianza que puede derivar en parálisis por la frustración y en abstencionismo electoral.
En contraste, el titular del Ejecutivo y su partido parecieron ganar de todas, porque aunque luego se pueda revertir hoy tienen aprobado todo lo que querían y hay fotos de todos unidos y sonrientes. Además, cuentan con más elementos para continuar sus presiones sobre la Corte y todo el Poder Judicial como parece ocurrirá a diario los meses por venir. No obstante, el sainete deja ver que detrás de esa supuesta victoria hay gran desorden interno en Morena y con sus aliados, tuvieron que correr a Palacio Nacional porque internamente no cuentan con formas propias de ordenarse y saber qué hacer cuando al parecer ser les habían cerrado las opciones.
Por su parte, la precipitación por la aprobación de tantas modificaciones también deja entrever que hay poca unidad y una gran desconfianza en los resultados electorales por venir. Parecería que no apuestan a mantener la unidad para el siguiente periodo de sesiones en que ya será año electoral y habrá nuevos equilibrios de fuerza para ganar o no candidaturas, además de quedar bien con quien vaya a ser el candidato o candidata. Por su parte algunos explican la precipitación por la desconfianza en ganar las elecciones de Edomex y Coahuila. En este tenor, hay quien cree que la prisa del Ejecutivo es para de una vez y sin el truco del subejercicio tener el control del presupuesto de algunos de los órganos que desaparecen o se modifican porque necesita mayores montos para la operación electoral en el Edomex y Coahuila, aunque en la primera entidad las encuestas más difundidas parecen ser ganada por Morena.
Pero más allá de las elucubraciones, los ciudadanos están frente a dos lecciones muy importantes, la primera es la necesidad de apoyar abiertamente a la Corte, al INAI y a todos los organismos autónomos confiando en que la institucionalidad prevalecerá: La segunda lección es que la elección para quien sea el siguiente presidente de México ha quedado ya en segundo plano: la batalla electoral de 2024 es por contar con una mayoría en el Congreso formada por diputados y senadores que sí se deban a sus votantes y no a sus partidos, que sí estén dispuestos a morir en la raya defendiendo a las instituciones y que desde su función construyan las condiciones para un México mejor. Quizá ganar la presidencia se dé por añadidura.
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