Los hombres y las mujeres tenemos siempre la posibilidad de recapacitar, de revisar lo que hemos hecho y lo que estamos haciendo y para qué lo estamos haciendo.
En la vorágine de la guerra por el poder, por el placer y por el dominio de los demás, surge la oportunidad de aprovechar el llamado “fin de semana largo” que se aproxima con la conmemoración de los Días Santos.
Y no se trata de una oportunidad para pensar en la “autorrealización”, ni de una reflexión hipócrita o rutinaria. Ni siquiera de una religiosa. No, se trata más bien de una reflexión humanista y discreta. Personal.
El hecho histórico de la Pasión de Jesús abre la puerta hacia un espacio de control de las pasiones y las emociones, para revisar lo que hemos sido, lo que somos, lo que pretendemos ser y, sobre todo, para revisar para qué pretendemos alcanzar ese querer ser.
¿Querer para tener? ¿Tener para poder? ¿Poder para tener más? Ese, que parece ser el ciclo dominante, es un ciclo miope. ¿Tener más para, finalmente, desaparecer del mundo y dejar todo a otros? No parece tener sentido.
Cristianos o no, católicos o no, creyentes o no, los hombres y las mujeres tenemos siempre la posibilidad de recapacitar, de revisar lo que hemos hecho y lo que estamos haciendo y para qué lo estamos haciendo. Los días que se avecinan son una buena ocasión para intentarlo.
En un mundo cada vez más devorado por el materialismo y por el hedonismo, cada vez más relativizado y sometido a reduccionismos tan cómodos como falsos, hace falta el silencio interior, que acalle los ruidos que ocultan nuestras miserias para que podamos descubrirlas y corregirlas.
Un silencio que nos permita, por ejemplo, recordar que el poder, ese tema áspero y enervante del que hablamos todos los días, que nos repele pero a la vez nos seduce, que queremos dominar, a menudo por medio de la política, no es permanente ni estable. Nada lo es.
Ojalá pudiéramos revalorar el poder como capacidad de servir y no de servicio, y la política como medio orientado a la convivencia fraterna y altruista y no como un instrumento de dominación ideológica, personal o grupal.
Ojalá pudiéramos rescatar, cada uno en nuestra persona, esa ansia de eternidad y de trascendencia que nos distinguen de las demás creaturas; ojalá pudiéramos reconocer nuestra pequeñez personal y fuéramos capaces de reorientar nuestro hacer personal hacia ser mejor y no hacia tener más, y nuestro hacer social hacia avanzar juntos y no pisando a los demás.
Se puede. La historia lo demuestra y la humanidad lo anhela. Estos días son de reflexión, de pensamiento, de revisión… Para vacacionar habrá otras fechas. No dejemos escapar la ocasión.
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