Este martes, en la homilía mañanera, el predicador dijo, palabras más o menos, que “el pueblo mexicano es extraordinario; todos usan cubreboca, aun sin saber si sirve o no.
Un profesor de lógica solía preguntar a sus alumnos, el primer día de clases, qué es lo primero que se necesita para ir a Tepoztlán. Las respuestas variaban. Alguno decía: “Un vehículo”. Otro replicaba: “Dinero para el pasaje”. Uno que otro, un poco más profundo, atinaba a decir: “La carretera a Tepoztlán”.
El maestro, después de escuchar un buen número de respuestas similares, les aclaraba el panorama. Lo primero que se necesita para ir a Tepoztlán, indicaba, es saber que Tepoztlán existe y dónde está. Sin esa información, de nada sirve la demás.
A veces ocurre algo similar con las políticas de gobierno. El funcionario, que recibió la instrucción de ir a Tepoztlán, se pone enseguida, sin chistar, en camino a… no sabe a dónde, pero las órdenes no se discuten. Es el caso de las acciones que en México se toman frente a la pandemia de COVID-19.
Se dan palos de ciego desde el primer día. Se manosean cuentas alegres, se difunde información contradictoria y poco clara, se publican conteos no certificados ni verificados, y se hacen reiteradas declaraciones en el sentido de que “vamos bien”, “ya alcanzamos el pico”, “se está aplanando la curva” y otras igualmente ambiguas y a menudo falsas.
Este martes, en la homilía mañanera, el predicador dijo, palabras más o menos, que “el pueblo mexicano es extraordinario; todos usan cubreboca, aun sin saber si sirve o no. Pero yo no lo uso porque no estoy contagiado”. Un pronunciamiento sin desperdicio que se suma al “anillo al dedo” y otras barbaridades parecidas.
Entretanto, perdido en la tarea extenuante de defender lo indefendible y de hacer coincidir la “perspectiva integral” con la terca realidad, el encargado de la cuestionable estrategia contra la pandemia, Hugo López, ha pasado de ser el rey de la popularidad a ser el emperador de la incapacidad.
Ahora habla de un “rebrote”, retruécano que presupone que el brote ya había sido dominado. De un “repunte”, aunque no se haya alcanzado la punta antes. Palabras, palabras y más palabras. Sermones y catequesis ofrecidas todas las mañanas por el predicador y todas las tardes por el monaguillo.
Y mientras, el COVID-19 sigue cobrando vidas, incrementando el número de contagiados y sin tino en alguna de las medidas pretendidamente estratégicas. Pero, se insiste desde las altas esferas en que “vamos muy bien”. ¿A dónde? Eso es una incógnita mayor.
El panorama va empeorando, la vida de los mexicanos cada día peligra más y poco se hace desde fuera de Palacio. Si tuviéramos un Congreso que realmente ejerciera un equilibrio de poderes, es posible que ya se estuviera hablando ahí de ceses, de corrección de políticas y de algún juicio político.
Urge devolver al Legislativo su papel de independencia y contrapeso. De los mexicanos dependerá que ese papel retorne, en las elecciones de julio del año próximo.
Solo un voto responsable puede llevar a los cargos públicos a personas responsables.
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