En México necesitamos ciudadanos libres y responsables, con la capacidad de ser los propios artífices de su desarrollo. Ése es el principal generador de riqueza de un país.
México sigue padeciendo los estragos de la pobreza y de la desigualdad descarnadas. Es una realidad incuestionable que una gran mayoría poblacional o no tiene lo necesario para cubrir sus necesidades básicas o apenas cuenta con los recursos necesarios para su manutención.
De acuerdo con los últimos datos ofrecidos por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) señala que el 43.6% de los mexicanos, es decir, 53.4 millones de personas viven en pobreza, mientras que 9.4 millones de mexicanos vive en pobreza extrema, lo que representa el 7.6% de la población.
Es decir, más de la mitad de los mexicanos viven en mayor o menor grado una condición de pobreza. Las cifras son alarmantes y más cuando reflexionamos que detrás de cada número, que visto ante una gráfica o un documento podría parecer un dato duro y frío, hay una familia que no tiene que con qué alimentar a sus hijos, que ante una enfermedad no puede atenderse correctamente, o que no cuenta con las herramientas adecuadas para poder aspirar a un trabajo mejor remunerado por falta de preparación y oportunidades, por poner algunos ejemplos.
Ante esta realidad, mientras la línea gubernamental actual se encamina al asistencialismo, desde la sociedad civil no podemos dejar de insistir en la necesidad de una estrategia basada en la subsidiariedad como mecanismo eficaz para combatir la pobreza y desigualdad en nuestro país.
Tengamos presente que subsidiariedad y asistencialismo nunca podrán ser lo mismo y van por caminos diametralmente opuestos. La subsidiariedad es ese principio fundamentado en la centralidad del hombre en la sociedad, en donde cada persona tiene el derecho y la responsabilidad de ser el autor principal de su propio desarrollo, pero que al mismo tiempo necesita de la ayuda de los demás para llevarlo a cabo. Ante ello, el gobierno debe procurar establecer unas condiciones de vida que permitan a cada hombre y a cada mujer un desarrollo integral, en todos los ámbitos posibles, fomentando y estimulando las iniciativas personales encaminadas al bien común.
Por otro lado, el asistencialismo implica todo lo contrario, pues limita las capacidades del ser humano al proveer bienes y servicios sin llegar a la solución de los problemas sociales. El asistencialismo parte del principio de que al procurar lo necesario a la gente más necesitada cumple con sus obligaciones sociales, sin embargo, se ha demostrado que ignorar el fondo del problema de la pobreza, es una de las causas principales para mantener a la gente en un estado permanente de necesidad.
En México necesitamos ciudadanos libres y responsables, con la capacidad de ser los propios artífices de su desarrollo. Ése es el principal generador de riqueza de un país, no la repartición indiscriminada de dádivas que antes que brindar las herramientas para salir de la pobreza, garantizan clientelas dependientes siempre de la buena voluntad del gobernante en turno.
No perdamos de vista que el asistencialismo es un generador natural de corrupción, pues favorece el crecimiento de una mafia en torno a la repartición de bienes y servicios que depende directamente del político en turno o del grupo en el poder, pagados con recursos públicos, pero con criterios carentes de ética. La igualdad pasa a segundo término, pues la prestación ha dejado de ser entre iguales. El control y el poder lo tiene y lo ejerce el que reparte la despensa, el dinero, tinaco, etc., el beneficiario queda a expensas del beneficiador en turno.
El asistencialismo no está diseñado para que la gente crezca, ni se vuelva autosuficiente. Lo que menos quiere el beneficiador es que quien recibe el apoyo se convierta en persona libre, eso es amenaza, pierde el control sobre ellos. El partido político del actual gobierno no puede negar en ese sentido su gen “priista” expertos en dicho sistema.
En muchos sentidos, hemos vivido los últimos años un despertar social ante los abusos de las autoridades, una conciencia que avanza día con día en un México más justo; pero también más próspero. Será en ese sentido también responsabilidad de los ciudadanos libres asumir estos principios de solidaridad y subsidiariedad apoyando a nuestros hermanos más desfavorecidos y necesitados, pero con la idea clara que esto deberá realizarse sólo en la medida que las ayudas estén encaminadas a que cada persona pueda salir adelante y volverse arquitecto de su propio destino.
No podemos, no debemos dar marcha atrás en ese sentido.
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