Tan sospechoso que el propio titular del Ejecutivo Federal sólo ha atinado a decir que “está muy raro”.
La reiterada comisión de errores, la constante ignorancia de la realidad, la prevalencia de los intereses de grupo y la ya habitual imposición de mentiras y simulaciones desde las más altas esferas, hacen que la mayoría de los ciudadanos ponga en duda la veracidad de casi todo lo que se dice desde el Gobierno de la República.
El caso del robo de casi 38 mil medicamentos para combatir el cáncer infantil no es una excepción.
Las turbias condiciones en las que se supone que se produjo el ilícito y la errática información que se ha dado al respecto son elementos que, asociados al desprecio que impera en el actual gobierno respecto de las normas de transparencia, convierten en muy sospechoso el asunto.
Tan sospechoso que el propio titular del Ejecutivo Federal sólo ha atinado a decir que “está muy raro”.
Pero todo eso, así como la advertencia de la Comisión Federal para la Prevención de Riesgos Sanitarios (Cofepris) en el sentido de que no hay certeza sobre la calidad de los fármacos, es más que un escándalo de orden político.
Porque sí, es uno de esos escándalos a los que ya nos estamos acostumbrando gracias a las homilías cotidianas desde Palacio Nacional y gracias al halo de honestidad construido a la fuerza en torno al gobierno y desmentido a diario por la terca realidad. Pero eso no es lo peor.
Lo realmente grave es que el hecho, que se da en medio de una evidente escasez de medicamentos que se agrava con la desaparición de estos fármacos, tiene ya un irremediable efecto en la salud de niños que padecen cáncer y que no tienen forma de pagar un tratamiento con sus propios medios.
En las esferas oficiales se dice que se está investigando, que costó mucho trabajo conseguir esos medicamentos en Argentina, que se descubrirá y castigará a los responsables… y mientras se dice todo eso, el cáncer, que no entiende de palabras y mucho menos de riñas políticas, de simulaciones o de procesos policiales, sigue consumiendo sin tregua y sin piedad a los pequeños.
Así continuará, a menos que seamos capaces de exigir a las autoridades, además de las acciones de esclarecimiento y castigo, que tome una decisión que permita poner al alcance de los afectados los recursos farmacológicos que hacen falta para atender a los niños con cáncer.
La alternativa es permitir que, como ocurre con el COVID-19, los niños con cáncer dejen de ser vistos como personas y acaben convertidos en otra fría estadística sanitaria.
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