El pasado 10 de enero el expresidente Ernesto Zedillo participó en el Seminario Perspectivas económicas 2025 del ITAM, no fue el único, pero su declaración de que México ha perdido la “categoría de país democrático” es significativa porque ilustra muchas realidades que cuesta trabajo ver, pero que sí arrojan una sombra autoritaria y de regresión cada día más severa, aunque la titular del Ejecutivo insista en negarlo continuamente.
La realidad de una autocracia de un partido único se pintó con mayor fortaleza en la pasada elección no sólo porque la mayoría de los municipios del país (la excepción suelen ser las capitales estales importantes), los gobiernos estatales, los congresos locales, y la presidencia de la República hoy son ocupados por miembros de Morena. El caso del Congreso es necesario subrayar cuantas veces sea necesario que la mayoría aplastante que también tiene no fue fruto de la voluntad popular sino del contubernio del INE y del Tribunal Electoral, más la coacción/colusión de varios diputados y senadores que traicionaron directamente a los votantes que los pusieron ahí.
Si bien esa sobrerrepresentación ya de por sí es suficiente para poner en riesgo la democracia, el problema más grave es que a diferencia del periodo entre 2000 y 2018 que hubo gobierno del PRI y del PAN, hoy volvemos a la fusión de partido/gobierno; es decir, todas las acciones gubernamentales a todos los niveles de gobierno y de representación popular son acciones de partido de no de Estado. Esto es más evidente en los programas sociales cuyos receptores son constantemente bombardeados con que son “programas de Claudia Sheinbaum” como de “López Obrador” o de “Morena”. Esta vulneración es totalmente antidemocrática, populista y resultará muy difícil de remontar. Semejante narrativa afianzada con todo el poder monetario del Estado crea una dependencia que resulta impermeable a cualquier intento de parte de la oposición, incluso, si los partidos actuales salieran de su ensimismamiento y fueran capaces de articular algún argumento sólido.
La futura elección de los miembros del Poder Judicial sólo resulta democrática en los intentos del gobierno de venderla como tal, porque en la realidad la sola idea de la elección popular de aquellos que impartirán justicia es en sí antidemocrática. ¿Por qué? Porque los impartidores de justicia para en verdad cumplir con su misión primero requieren de perfiles especializados y la elección de los que aparecerán en la boleta no busca esos perfiles sino fidelidad a Morena. Y más importante aún, lo único que puede en verdad ofrecer un juez o un magistrado es ser fiel a justicia, por tanto, todos los “candidatos” deberían ofrecer lo mismo en una “campaña” y resultará fuera de lugar cualquier otro “ofrecimiento”, de tal modo que existe el riesgo de que los candidatos a jueces obtengan apoyos de grupos criminales lo que los subordinará a ellos. Y como si eso no fuera suficiente, el riesgo mayor contra el ejercicio de la justicia y la democracia no estará en la elección (que será poco participativa, viciada de origen y con poca repercusión) sino en que el modelo integra un comité disciplinario que año con año “juzgará lo que juzguen” los jueces y podrá destituir a los que salgan del redil ideológico o de conveniencia para el partido que los colocó ahí.
El panorama ya desolador hasta este punto se colorea más de guinda con la colonización del anteriormente rosa del INE. Desde su llegada a la presidencia del INE, Guadalupe Taddei no fue coherente con la disciplina institucional, vulneró el principio colegiado del órgano que presidía, y para apoyarla se han cambiado las regulaciones del instituto y hoy, ella tiene mayor poder que cualquiera de sus antecesores. Y ese poder está subordinado a Morena como es evidente en sus acciones. Asimismo, el probable que incluso el control a través de Taddei sea innecesario si como se prevé se modificará de fondo el sistema electoral.
Entender y aceptar esta realidad dolorosa de que ya “no somos un país con categoría democrática” es indispensable para plantear caminos realistas, conectados con una narrativa poderosa y afianzados en la esperanza que comiencen a echar raíces para impulsar nuevamente la democracia, sin desanimarnos si es que el camino resulta más largo de lo que nos gustaría pensar.
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