Prácticamente cualquier enfrentamiento ya sea una competencia deportiva, una guerra o una elección tiene un componente psicológico que contribuye a la definición del resultado, incluso en casos donde el análisis frío de la situación indicaba que el ese resultado sería otro. Las elecciones en México en este año tendrán un fuerte componente psicológico para ambos bandos y, sin duda alguna, eso impactará el comportamiento de la ciudadanía.
El grupo en el poder le apuesta a vender la idea de que la elección ya la tienen ganada y que la oposición no tiene absolutamente nada que hacer frente a la avalancha de apoyo que tiene la candidata de Morena. Los recursos para vender esa idea son muchos, desde las encuestas que publican muchos medios, los cuales, en un porcentaje importante dependen de los contratos del gobierno para tener viabilidad económica —cabe destacar que los contratos por publicidad en su mayoría se dan por adjudicación directa a prensa, radio y televisión— y de esa dependencia también deriva la proclividad a evitar los temas que dejan mal gobierno para evitar que se deteriore la imagen de su “heredera”. El titular del Ejecutivo ha admitido en sus mañaneras que ha presionado a medios para sacar a voces incómodas —se refirió a Ciro—, y este fin de semana ocurrió la separación de Azucena Uresti de Milenio y huele a esa misma censura. La cooptación también se ha dado en lo individual con plumas reconocidas que han entrado al juego de opacar o denostar a la candidata de la oposición con mayor o menor disimulo.
Otro elemento muy poderoso para crear la narrativa de que la elección ya está cantada es el hecho de que el gobierno actual no tiene ningún empacho en utilizar no sólo los recursos ya destinados a las ayudas sociales como formas de presión a los votantes; sino a desviar recursos de cualquier parte para incidir en la compra de votos o en cualquier artificio que les ayude a ganar.
En otras palabras, la apuesta de Morena es hacer creer que no sólo no han perdido ni uno solo de sus votantes de 2018 porque su gobierno es un éxito sin precedente y por si faltar votos presionarán a los beneficiarios de los programas sociales. Aunque esta es una estrategia muy poderosa y los siguientes meses es muy probable que arrecie, sin embargo, tiene una desventaja importante para ellos mismos pues también llega a inhibir la participación de sus propios votantes de “buena fe” —que aunque la oposición crea que no existen, sí los hay—. Podrían no ver el caso a presentarse en las urnas si todo está ganado, y en una elección cerrada eso es mortal como ya se vio en 2006 donde los votantes de López se presentaron menos a las urnas por su discurso triunfalista de entonces.
Hay que resaltar, que no estamos ante una elección justa, imparcial y pareja como las que se vivieron de 2000 a 2018 porque el gobierno está rompiendo la ley a cada paso, porque ni el INE ni el Tribunal garantizan del todo imparcialidad. Pero tampoco estamos ante las elecciones de nombre de los años cincuenta a ochenta donde no había ni redes sociales, ni se había experimentado gobiernos más o menos eficientes.
Es un terreno desconocido, pero la oposición sí tiene margen de maniobra porque es falso que los votantes del 18 sigan todos fieles a Morena y hay sectores que no reciben becas y otros no caen en la presión. A pesar de ello, la maniobra de la oposición sí pasa por evidenciar los malos resultados —con la consciencia de que no trágicos y terribles en todos los campos como muchos esperaban, pero sí apuntando a casos específicos que sí afectan la vida de las personas— pero sin apostar a que eso es suficiente para mover a todos los votantes. Se debe privilegiar la motivación a participar por encima del resultado de cualquier encuesta, incluso, si hubiera favorables o que indiquen que se ha cerrado.
Paradójicamente, parte del desmonte de la estrategia de Morena se debe asumir que se está perdiendo, nunca que se está ganando; pero apelando constantemente a la esperanza de que dar la lucha desigual es imperativo porque se trata de un momento de definición del futuro. Va a ser necesario, llenar de emoción la participación en las elecciones, incluso darle un tono de resistencia heroica a ir a las urnas frente a un Estado todopoderoso y represor, porque eso puede mover esa sensibilidad tan mexicana de conmoverse ante el que parece perdido, y alejarse de los que aplastan con su pretensión de victoria.
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