Fue preciso que México atravesara por un proceso de maduración social para que los ciudadanos fueran tomando consciencia, cada vez mayor, de su papel como protagonistas en la construcción de un México cada vez más justo, próspero y democrático.
Estamos viviendo una época muy particular en nuestro país donde diversos sectores de nuestra población parecen añorar aquel viejo presidencialismo del siglo pasado, en el que todo el poder estaba concentrado en una sola persona.
Un México que aparentemente funcionaba, donde bastaba la voluntad del presidente para que las cosas se hicieran o dejaran de hacerse: donde las leyes, la economía, las políticas sociales giraban en torno a la decisión de un solo hombre. No eran necesarios los debates parlamentarios, ni siquiera escuchar a la sociedad respecto a las decisiones gubernamentales.
Eso precisamente generaba la sensación de funcionalidad, de que las cosas se hacían. La supeditación general en torno al presidente de la República facilitaba la acción gubernamental, pero en detrimento de la participación social, y de la conformación de una estructura de contrapesos tan necesaria para una democracia auténtica.
Fue preciso que México atravesara por un proceso de maduración social para que los ciudadanos fueran tomando consciencia, cada vez mayor, de su papel como protagonistas en la construcción de un México cada vez más justo, próspero y democrático.
Ciudadanos que no se conformaban con el discurso tradicional y vacío de los políticos; que exigían rendición de cuentas y organismos autónomos que frenaran la tentación del poder absoluto desde el gobierno.
Ciudadanos que desde diversas trincheras impulsaron la creación de organismos que funcionaran como diques ante la pretensión política de acapararlo todo, y sentaron las bases de un México plural y con equilibrios de poder.
Sin embargo, esto fue generando la necesidad de aprender a dialogar, a buscar consensos y encontrar las afinidades y coincidencias entre diversas formas de entender la realidad. Esto no es nada sencillo, implica ante todo un acto de generosidad y de amor por México por encima de las diferencias que pueda haber con nuestros semejantes.
Pero este México que se venía construyendo ahora se ve amenazado ante un discurso que busca la confrontación y división, que abusa de un discurso donde hay buenos y malos, que añora la concentración de poder como mecanismo eficaz para corregir los errores de corrupción que aún padecemos.
Un discurso y un estilo de gobierno que apela a la confianza ciega antes que en modelos de transparencia gubernamentales, un gobierno que desconfía de la sociedad civil y de los organismos autónomos porque se siente más cómodo ante la sumisión y pleitesía.
Es en este contexto que un sector de la sociedad ha levantado la voz con valentía para recordarnos que en México ya no hay lugar para gobiernos totalitarios.
Un sector que se sabe organizado y que a través de la plataforma Compromiso Social MX apela al compromiso social como generadora de los grandes cambios en nuestro país. Que apela también a la responsabilidad social empresarial, como generadores auténticos de riqueza no sólo económica sino también social.
El reto es que ante la tentación de recaer en un régimen autoritario al que no le gustan las voces que le critiquen ni contradigan, la sociedad se dé cuenta de que no debe pedir permiso para participar, que nunca lo ha pedido y que nunca deberá de hacerlo.
En ese sentido vale la pena seguir al movimiento Compromiso Social MX, una voz que desde la crítica constructiva y propositiva pretende poner su grano de arena en la revalorización de la sociedad civil en estos momentos de grandes retos en la construcción de auténtica ciudadanía.
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