Apostemos por un discurso sustentado en el desarrollo sano de una sociedad y de cada uno de sus integrantes, por encima de mesianismos, centralismos y autoritarismos.
El 1 de julio del año pasado significó una ruptura radical con la forma de hacer política en nuestro país. Desde aquel apabullante triunfo electoral para el Movimiento de Regeneración Nacional y partidos aliados, toda la política nacional gira en torno a la figura, cada día más poderosa, del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Esto no podría entenderse sin la personalidad magnética y tenaz del presidente, su capacidad para comunicar su mensaje y habilidad para enarbolar la causa anticorrupción en nuestro país, curiosamente a pesar de las múltiples incongruencias señaladas hacia su persona o integrantes de su equipo.
Agreguemos a este fenómeno el ataque frontal a todo lo que pueda representar un contrapeso real a la figura presidencial y el andamiaje que de manera constante y disciplinada se va conformando para fortalecer la concentración de poder en una sola persona.
Hoy, a poco más de 100 días de que Andrés Manuel asumiera el cargo, es por demás claro que quien marca la agenda es el presidente, que los partidos de oposición están los suficientemente diezmados, divididos o incluso en peligro de desaparecer como para asumir una voz valiente y responsable en las temas de interés para el país.
Algunas voces desde la sociedad civil con entereza han hecho esfuerzos por ser esos contrapesos tan necesarios para cualquier comunidad que se precie de contar con una democracia sana. Sin embargo, estas voces parecen girar concéntricamente en torno al discurso presidencial. En las redes sociales, en ocasiones críticas acérrimas del gobierno federal el problema es similar pues son reaccionarias a la agenda mediática impulsada desde el Ejecutivo.
Ante este panorama, quizá la respuesta ante el dominio del discurso político por parte de un solo hombre está en regresar a la persona al centro de la discusión política.
Y es que, por poner algunos ejemplos, si hoy hablamos desde los medios de comunicación de cómo al desmantelar programas sociales se ha causado una grave afectación a millones de familias, niños, adultos mayores, en el centro del problema no colocamos necesariamente a los afectados, sino al presidente y si su decisión o la de su equipo fue la adecuada o no.
Si analizamos los problemas financieros por las políticas económicas, energéticas y de transporte impulsados desde el gobierno federal, es mucho más claro el peso dado al mensaje presidencial por encima de la realidad social y su afectación a personas concretas.
Max Kaiser, director de Anticorrupción del IMCO, lo ha planteado así: El bienestar de una familia pobre, la seguridad de una mujer, la educación de un niño, la salud y calidad de vida de un anciano, el primer empleo de un joven; cinco pequeños ejemplos para combatir el ego de cualquier gobernante.
Apostemos por un discurso sustentado en el desarrollo sano de una sociedad y de cada uno de sus integrantes, por encima de mesianismos, centralismos y autoritarismos.
El crecimiento de un país nunca dependerá de un hombre, por más salvador de la patria que se crea. El desarrollo de nuestro país sólo podrá ser el resultado de la suma de muchas voluntades, personas de carne y hueso que desde su realidad inmediata aportan su grano de arena para tener un México más justo, democrático, limpio, educado, emprendedor… Esto mismo debemos trasladarlo a la discusión política.
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