Dos puntos resaltan en la crisis humanitaria que padece Venezuela: la utilización de la democracia por parte de las dictaduras para acceder al poder y luego destruirla, y su modelo perfectamente diseñado para destruir, reducir y controlar a la sociedad.
Venezuela está pasando por uno de los momentos más oscuros de su historia y dos fechas próximas están ahí para recordárnoslo: 10 de enero y 2 de febrero de 2019.
Luego de unas elecciones por demás cuestionables, Nicolás Maduro, actual dictador de Venezuela se prepara para asumir un nuevo periodo presidencial el próximo 10 de enero. Parece no importarle la presión internacional, el desconocimiento por parte de la Asamblea Nacional Venezolana a su próxima juramentación, o el clamor desesperado de un pueblo que se desmorona sin oportunidad alguna salvo el exilio.
Por otro lado, el próximo 2 de febrero se cumplirán 20 años de la llegada por primera vez a la presidencia de Hugo Chávez y con ello la instauración del socialismo en Venezuela.
Veinte años en los que hemos sido testigos del alarmante deterioro económico, político y social de un pueblo que llegó a ser ejemplo democrático para los países latinoamericanos, de una nación rica en recursos naturales y con el potencial para ser un país emblemático en el concierto de las naciones, pero con una sociedad descontenta y resentida que canalizó erróneamente la necesidad de cambio político en su país.
Dos puntos llaman poderosamente la atención respecto a la crisis venezolana. Primero, la utilización por parte del socialismo de las instituciones democráticas del país para hacerse del poder político y posteriormente destruir el mismo andamiaje institucional que les permitió llegar.
Perversidad de este modelo de gobierno, llámese socialista o populista, que hace uso de las debilidades de la democracia, las flaquezas de las mayorías resentidas durante años y el manejo de los recursos público a discreción para, mediante la fachada de la inversión social, crear un aparato de dominación y coerción.
Y segundo punto, el chavismo en Venezuela es un modelo perfectamente bien diseñado y con objetivos muy claros. Es un error pensar que la situación actual del país sudamericano es fruto de múltiples errores, primero de Hugo Chávez y ahora de Nicolás Maduro; de la ineptitud del caudillo y la falta de visión estadista de su hijo político.
En realidad desde febrero de 2009 todo estaba calculado para destruir, reducir y controlar al pueblo venezolano. Una sociedad sometida, sin libertad, sin la capacidad elemental de poder tomar decisiones tan básicas como el qué comer: ésa es la visión del socialismo latinoamericano.
La innegable crisis humanitaria que padece es un llamado desesperado de auxilio para toda la comunidad internacional y México no puede ser ajeno a ella. Independiente de la solidaridad manifiesta del pueblo mexicano y negada por el gobierno de López Obrador, es fundamental hacer una reflexión seria de nuestra propia realidad nacional.
Una reflexión que implique redoblar los esfuerzos por consolidad nuestras instituciones, por tomar conciencia que no podemos dejar el destino de un país en la voluntad de un solo líder por más carismático que sea.
Una reflexión que implique el reforzamiento de la sociedad civil y los cuerpos intermedios, como dique y contrapeso real ante la tentación de endosarle al presidente en turno un cheque en blanco para que haga y deshaga a su antojo.
Si no lo hacemos ahora, mañana podría ser demasiado tarde.
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