Es una verdadera lástima que no se pueda confiar en nuestro presidente, máxime cuando cuenta con un respaldo ciudadano tan grande y existe una auténtica expectativa ciudadana por que la realidad de nuestro país pueda mejorar.
Uno de los bienes intangibles más preciados de todo ser humano es el valor de su palabra. El saber que sus dichos tienen valor y se puede tener confianza en lo que diga.
Hasta hace no muchos años todavía era frecuente ver comunidades donde los tratos se sellaban con un acuerdo de palabra y un apretón de manos. No eran necesario firmar contratos ni que hubiera testigos de por medio, la palabra tenía un gran valor y, como tal, era suficiente para generar la confianza necesaria en los demás.
La reflexión viene a cuento por lo acontecido esta semana, cuando nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador se vio en la necesidad de firmar una carta compromiso de que no buscará reelegirse en 2024 para otro periodo presidencial.
Y aquí cabe la pregunta que Juan Gabriel hizo famosa: “¿Pero qué necesidad?” La Constitución es muy clara al respecto, el periodo para ejercer el Poder Ejecutivo es de seis años, nada más. Por otro lado, el presidente había señalado en múltiples ocasiones que no buscaría gobernar por un segundo periodo presidencial, pero entonces ¿por qué firmar este compromiso?
La respuesta es relativamente sencilla: porque el presidente no tiene palabra, porque es muy dado a mentir y a desdecirse al día siguiente, con una habilidad digna de todo un análisis psicológico y sociológico.
Ejemplos de ello saltan a la vista, y “las benditas redes sociales” han sido los espacios principales para demostrar la tendencia del presidente a manipular la verdad, contradecirse y salir avante en ello.
Así como un día puede decir que lo den por muerto para la contienda presidencial, al otro anuncia su candidatura; así como puede asegurar con una seguridad de plomo que al día siguiente de asumir la presidencia bajarán los costos de la gasolina, al día siguiente dirá que siempre no; pero sin asumir su responsabilidad y echándole la culpa al neoliberalismo.
Otro ejemplo: durante su campaña por la presidencia insistió una y otra vez que una de sus primeras acciones como presidente sería regresar al Ejército a los cuarteles, para hacer exactamente lo contrario ya como titular del Ejecutivo, al impulsar una Guardia Nacional que en esencia tenía como eje la militarización de la seguridad pública nacional.
Y qué decir de los nombramientos impulsados por la presidencia para la Suprema Corte de Justicia. AMLO aseguraba que los nombramientos los harían los ciudadanos junto con organismos internacionales. Sin embargo la realidad fue otra, al nombrar personajes cercanísimos a su movimiento a pesar del rechazo ciudadano en general.
Ejemplos podemos encontrar muchos más. El punto es que Andrés Manuel López Obrador es un mentiroso, Y aunque él insista en negarlo y asegurar que lo más preciado que tiene es su integridad y su palabra, al final esa se vuelve una más de sus mentiras.
La gente lo sabe, la sociedad lo sabe, sus opositores lo saben… –la Sonora Santanera ya nos había enseñado esa melodía hace mucho– sus propios incondicionales lo saben, y tienen que hacer verdaderas maromas intelectuales para justificar lo injustificable; “tragar sapos” y recurrir a verdaderos artilugios retóricos para autoengañarse y negar la evidencia: nuestro presidente no tiene palabra.
Es una verdadera lástima que no se pueda confiar en nuestro presidente, máxime cuando cuenta con un respaldo ciudadano tan grande y existe una auténtica expectativa ciudadana por que la realidad de nuestro país pueda mejorar.
Por mientras, ante el acto, en sentido estricto, innecesario de firmar un compromiso de no reelección, una nueva y pertinente pregunta salta a la vista: ¿Tú le crees al presidente?
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