El hecho de que exista ya una posibilidad de vacunar contra el COVID-19 abre horizontes a todas las personas, las de buena fe y, por desgracia, las de mala fe también.
A cuentagotas, con retrasos y problemas logísticos de almacenamiento y distribución, se avizora la esperanza de una vacuna contra el COVID-19 cuyo alcance de inmunización y efectividad es poco conocido y genera más dudas que certezas.
No obstante, el hecho de que exista ya una posibilidad de vacunar contra la temible enfermedad, azote del siglo sin duda, abre horizontes a todas las personas, las de buena fe y, por desgracia, las de mala fe también.
Así, desde el Palacio del Emperador se escuchan amenazantes voces y se dan a conocer decisiones arbitrarias, injustas y ventajosas que apuntan cada vez con más claridad hacia las elecciones del próximo junio, y menos a la tan sobada, prometida e incumplida preferencia por los pobres.
Entre esas decisiones, por ejemplo, se cuenta el anuncio de que las primeras vacunas serán para quienes integran las brigadas encargadas de aplicarlas. Y eso suena muy bien, muy lógico. Hasta que en la “letra chiquita” se descubre que en cada brigada hay ocho personas, de las cuales dos son personal de salud. ¡Dos! Y entre las otras ocho hay, por supuesto, “Servidores de la Nación”.
Sí, esos mismos que recorrieron el país casa por casa para hacer propaganda a Morena recién iniciado este sexenio; incondicionales de “Nuestro Señor” presidente. Nadie ha explicado qué harán 8 personas en cada brigada de vacunación y, sobre todo, que harán los “servidores”, pero algo huele a proselitismo electoral.
Y ese algo hace que cobre sentido aquel exabrupto de mediados del año pasado: “La pandemia nos cae como anillo al dedo…”. Es cosa de pensar un poco.
Después viene otra terrorífica decisión: reduciremos el número de vacunas que íbamos a comprar, para que países más pobres puedan tenerlas. Bien. Pero resulta que México no está entre los países más ricos del mundo y sí entre los de mayor mortalidad a causa del COVID-19.
Aunque eso, al parecer, no importa mucho. Ya nos pidió a todos, en la más reciente de las homilías, no caer en amarillismos. Eso está bien, en principio. Lo malo es que desde el púlpito, recién ofendido por Elena Poniatowska, se promueve la adicción al color de rosa para contrarrestar los efectos del color amarillo.
Es imperativo que todo ciudadano se mantenga alerta contra las maniobras electoreras que, sin duda involucrarán a las brigadas de vacunación. Después de todo, hay que reconocer que sería absurdo desperdiciar la oportunidad de colocarse el anillo en el dedo correcto.
Te puede interesar: De transparencia y megalomanía