Los hispanos no destruyeron la civilización prehispánica, como por ejemplo sí ocurrió con los ingleses en lo que ahora son los Estados Unidos. Aquí vivimos un proceso de mestizaje, somos el resultado de la mezcla de dos culturas.
México, nuestra nación, no podría entenderse sin el complejo proceso de inculturación que vivió a partir de la llegada de los españoles a estas tierras hace ya 500 años.
Por tal motivo, resulta por demás curioso que hoy día sigan escuchándose resabios de aquella confrontación estéril respecto a los crímenes y violaciones tumultuarias a los derechos humanos por parte de los españoles a los nativos de estas tierras, donde la historia se simplifica burdamente entre buenos y malos, donde los conquistadores ibéricos son los malos de cuento y los nativos el pueblo bueno, noble, saqueado y pisoteado.
Pero la realidad es mucho más rica y profunda que esa simple dicotomía entre blanco y negro. Basta un pequeño repaso a nuestra historia para dar cuenta de las atrocidades y crímenes cometidos por los aztecas, pueblo guerrero por excelencia, respecto a los reinos circunvecinos. También es cierto que eran una civilización con una fuerte estructura social y un orden que asombró a los españoles en general, pero no exenta de una cosmovisión sanguinaria y opresora, imposible de justificar no sólo en nuestros días, sino para la civilización occidental de hace cinco centurias.
Y es que hay que decir las cosas claras y corregir errores ideológicos que empañaron nuestra verdadera historia como nación.
Primero, España aún no existía en 1519. Había distintos reinos, aunque ya unificados bajo una misma persona: el de Castilla, Aragón, Navarra y Granada.
Segundo, Hernán Cortés no conquistó México, conquistó una serie de territorios, poblaciones y reinos que no tenían ninguna identidad como nación. Eran pequeños reinos inconexos en su mayoría e incluso peleados entre ellos.
Aquí cabe señalar que la caída de Tenochtitlán no se hubiera llevado a cabo en 1521 si no hubiera sido por el apoyo de poblaciones sometidas por los aztecas que vieron en los españoles a sus libertadores, incluso los españoles los trataron como aliados ya que al terminar la guerra reconocieron sus señoríos y les dejan seguir gobernándolos con relativa independencia. El señorío de Tlaxcala es una muestra.
Tercero, quien trajo la civilización occidental a nuestras tierras, de la cual somos beneficiarios directos, fueron los españoles, y quien no lo crea sólo debe reflexionar en la belleza de nuestro idioma, en la riqueza de nuestras tradiciones –inculturación perfecta entre lo español y prehispánico–, nuestros pueblos mágicos, nuestra gastronomía que encierra lo mejor del alma española y la indígena, las Leyes de Indias y la labor impresionante de los primeros misioneros en favor de los nativos en sus tierras y otros como, por ejemplo, fray Francisco de Vitoria con sus reflexiones y escritos que lo llevan a ser considerado el padre del derecho internacional moderno.
Y es que los hispanos no destruyeron la civilización prehispánica, como por ejemplo sí ocurrió con los ingleses en lo que ahora son los Estados Unidos. Aquí vivimos un proceso de mestizaje, somos el resultado de la mezcla de dos culturas. Y eso es algo que también le debemos a Hernán Cortés aunque algunos se aferren en negarlo: Cortés nos dio una identidad, nos unificó bajo un mismo pueblo, y nos dio un sentido de pertenencia.
El articulista Armando Fuentes Aguirre lo señaló muy claro hace ya varios años en uno de sus libros acerca de la otra historia de México: el verdadero padre de México como pueblo, fue Hernán Cortés.
Lo demás reclamos insulsos contra ese proceso histórico serán fruto de la ideología, el populismo o la ignorancia. Y en México nos urge acabar con esos lastres.
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