El único camino posible es el de la unidad, el de la cohesión, el de la solidez del sí por México, por nuestra democracia.
A lo largo de la historia política moderna de nuestro país, las alianzas de partidos han sido más objeto de crítica que de aplauso; especialmente aquellas que han permitido a partidos, asociaciones y corrientes antagónicas enfrentarse a enemigos comunes por el simple hecho de tratarse de maneras de pensar cívica y políticamente adversas a sus intereses.
Hoy, sin embargo, el asunto es diferente; el entorno es inédito. Vivimos en una sociedad ahogada por el grito revanchista y vengativo, divisionista e impositivo de un partido cuya ideología no es otra que acabar con todos los demás.
La propuesta del partido en el poder no es política, es pragmáticamente mezquina y de fondo populista, miope, verdaderamente reaccionario; de una reacción lógica después de decenios de aviso, corrupción, segmentarismo e imposición.
Pero no es una propuesta menos segmentarista, manipuladora y corrupta que aquellas que dice combatir. Es igual, aunque con formas distintas que sus antecesoras.
La sociedad, el verdadero pueblo, el que no busca venganza sino progreso, el que no quiere revanchas sino justicia, está cada vez más harto de sentir en la boca el dedo embarrado con atole.
Por eso estamos asistiendo a una nueva etapa de coaliciones impensables, aparentemente contradictorias e incongruentes, pero explicables como no lo eran las anteriores.
Las uniones de partidos antagónicos como el PAN, el PRI y el PRD para contender en próximos comicios se dan a partir de la identificación de un enemigo común, pero no un enemigo partidista solamente. Ni siquiera un enemigo netamente político. Se trata de defender la democracia, no una plataforma ni unos principios partidistas.
Estamos hablando de un enemigo político, económico y social a nivel nacional. Estamos hablando de una corriente antidemocrática, absolutista, basada en el mesianismo y que en muy poco se distingue del fascismo, si es que en algo se diferencia.
Morena es la encarnación de lo que, hace dos sexenios, se definió como “un peligro para México”. Hoy no es ya un peligro: es una realidad actuante y cada vez más asfixiante; una realidad que se sostiene gracias a la división que promueve y alienta.
Y ante la división, ante la amenaza antidemocrática, el único camino posible es el de la unidad, el de la cohesión, el de la solidez del sí por México, por nuestra democracia.
Por eso hoy, cuando se coaligan partidos con plataformas políticas opuestas, hay que mirar más allá de esas plataformas y apoyar la defensa de la unidad nacional ante el absolutismo, el mesianismo populista y el engaño reiterado y propagado para destruir todo vestigio democrático.
Poe eso hoy, como nunca, es indispensable ejercer el derecho y cumplir la obligación, ambas indisolublemente hermanadas, de votar por México. Sí por México.
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