Si algo ha caracterizado al titular del Ejecutivo es su capacidad para crear narrativas y como cualquier narrativa se necesita un “malo” para funcionar. Pero las narrativas, como las largas telenovelas del pasado, no siempre se sostienen con un solo antagonista, se deben alternar. El último que ha ocupado este lugar en los discursos de cada mañana es Genaro García Luna, desplazando incluso a quien con más frecuencia ocupa el puesto de malo: Felipe Calderón.
De hecho, es tan elevada la raja que quiere sacar del caso que en varias ocasiones ha dicho que la marcha propuesta para finales de febrero para presionar a la Suprema Corte para que detenga el plan B es en el fondo para “apoyar” a García Luna. Quien se ha convertido, palabras más palabras menos, en “la encarnación del corrupto viejo régimen conservador que se sostenía con los fraudes malignos del INE”.
Desde luego que García Luna de ninguna manera es un ciudadano ejemplar, la sombra de la colusión con el narco lo ha perseguido desde que fue secretario de Seguridad Pública con Felipe Calderón y trabajó también en el gobierno de Fox. Pero por otro lado el liderazgo de García Luna fue básico para la consolidación de la Policía Federal y del modelo de combate al crimen organizado del siglo XX. Su relación con la DEA y el FBI era muy buena, sin embargo, desde 2010 ya había rumores de que no se trataba de un hombre íntegro, que había cedido a la corrupción protegiendo a criminales. Y se dice que en Estados Unidos el enojo por la supuesta –se probará o no– traición a sus aliados es muy grande.
García Luna fue detenido en diciembre de 2019 en Estados Unidos con los cargos de conspirar para traficar drogas, haber recibido millones de dólares del cártel de Sinaloa (Chapo Guzmán) y mentir a las autoridades migratorias durante su proceso para solicitar residencia –pues dijo no haber estado implicado en actividades criminales y se supone que se probará que sí–. El fiscal del distrito Este de Nueva York, Richard P. Donoghue, fue quien dio a conocer en su oportunidad la detención y destacó el hecho de que no les había importado que anteriormente hubiera sido una persona de un perfil tan alto en el gobierno.
El anuncio de esa detención fue un festín para el titular del Ejecutivo por su clara y cercana relación con Calderón porque evidentemente es difícil de creer que si en verdad García Luna hizo todo lo que hizo su jefe directo lo ignorara.
Por otra parte, no se puede olvidar que diez meses después de esta detención ocurrió la del general Salvador Cienfuegos, secretario de Defensa en el gobierno de Peña Nieto. En el momento de la detención se rumoró que el origen de la misma estaba también en las declaraciones de el Chapo e inicialmente fue también fuente de júbilo en las mañaneras. En este caso, se dice que la reacción protectora del mismo Ejército, que para entonces ya era el “aliado” consentido en la narrativa y en los hechos, obligó al titular del Ejecutivo a hacer hasta lo imposible por evitar el proceso, y así ocurrió. Salvador Cienfuegos fue regresado a México, en nuestro país la Fiscalía no presentó tampoco cargos y hoy goza de su libertad.
Aunque García Luna, como Cienfuegos en su momento, ha negado los cargos, él sí fue sometido a un proceso que duró tres años para llegar al juicio, éste inicio el 17 de enero de este año. El titular del Ejecutivo ha magnificado su importancia llegando a anunciar que cada día hablaría en la mañanera del tema para “informar” a la gente pues según él los medios omiten el tema. Una mentira clarísima pues hasta enviados especiales hay para cubrir el evento que se supone durará unas 8 semanas.
Los primeros testimonios presentados hasta el lunes 30, y por lo que se sabe en esta semana continuará así, han sido de narcotraficantes convictos en Estados Unidos, que han ofrecidos esos testimonios en un intercambio de alguna reducción de sus propias condenas y sus palabras han apuntado a que el Ejército también está involucrado –lo cual, resultaría intolerable para las Fuerzas Armadas como ya se ha visto–. De cualquier modo, hasta ahora no se ha mostrado al jurado –ni al mundo– ninguna prueba de esos dichos y tan es así que el juez que lleva el juicio instruyó a la fiscalía para que los testigos que presentara fueran capaces de pasar al “me consta” dejando atrás el “me contaron” o “se dice”.
Sin embargo, por lo menos el lunes el testimonio del “Lobo”, Óscar Nava Valencia, fue vulnerado cuando la defensa lo interrogó logrando que declarara que no tenía ninguna prueba de sus dichos y lo hicieran caer en algunas contradicciones. Por supuesto, un testigo ni hace culpable ni exonera, y seguramente la fiscalía de Nueva York tendrá muchos más elementos que irá presentando a lo largo de las siguientes semanas. De hecho, hay un periodista mexicano –según él hostigado y acosado por García Luna– que ha difundido que sí hay videos que inculpan inequívocamente a García Luna que se presume ya tendrían los estadounidenses.
Sea como sea, y más allá de clara función de cortina de humo que el titular del Ejecutivo quiere montar con este caso, México tiene mucho que aprender de este juicio, como señalara el especialista en temas de seguridad, Alejandro Hope, en su columna de la semana anterior. La primera lección es que el cuidado con el que se arman los casos, en contraste con el burdo y descuidado trabajo que hemos visto en la Fiscalía especial con Alejandro Gertz al frente. Allá hay un gran compromiso con la máxima de “ser inocente hasta que se pruebe lo contrario” y también la fluidez de los juicios orales que aquí siguen sin cuajar, pero que sin duda son un ideal de la impartición de justicia pues son más expeditos y quedan a la vista de todos.
Finalmente, el juicio de García Luna sí nos importa a los ciudadanos entre otras cosas porque de ser declarado culpable —y por tanto, que las acusaciones sí son verdaderas— nos mostrará que el combate al crimen organizado es una tarea increíblemente desgastante, que facilita muchísimo el caer en corrupción y que para lograr avances tendremos no sólo que tener un titular del Ejecutivo dispuesto en verdad a combatir al crimen organizado, sino que tendremos que desarrollar una serie de barreras y de estímulos que blinden a los funcionarios de esas tentaciones. Incluso si fuera inocente, la tarea sería la misma, pero en positivo: aprender cómo alguien se mantuvo sin caer en las tentaciones para replicar el modelo para fortalecer a quienes tengan esa tarea de la seguridad interna y el combate al crimen.
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