El crimen organizado consigue, a fuerza de violencia pura y con muestras de “músculo” como las balaceras de Culiacán, imponer un modelo de “justicia” que pasa por encima de la ley y a un lado de ella.
Mucho se hablará del informe que presentó el presidente sobre la captura y liberación de Ovidio Guzmán López. Muchos lo harán, desde muchos ángulos. Para no abusar de ese análisis, aquí sólo se pretende reflexionar sobre el prólogo al informe, pronunciado esta mañana en Palacio Nacional.
Dijo el Ejecutivo federal que “nuestros adversarios (los suyos, se entiende) quisieran que nos fraccionáramos, que nos dividiéramos. No es así, estamos muy unidos, estamos trabajando de manera coordinada y poniendo por interés general el interés de los mexicanos en este asunto tan serio, tan delicado, que es el de garantizar la paz”.
En este párrafo subyace una gran contradicción. Según esas palabras, se trata de estar “muy unidos y sin fraccionarse”, pero a partir de asumirse como fracción. Se convoca a la unidad aparente, pero la convocatoria es sólo a los afines; es decir, se convoca a la unidad desde la base de la desunión.
El mandatario insiste en actuar y hablar como si la campaña electoral continuara, como si siguiéramos estando entre adversarios en lugar de estar entre gobernados. De alguna manera, le ha ganado la inercia de casi 20 años de mantenerse en actitud de oposición, y sus mecanismos de acción y reacción no se han modificado en lo mínimo.
En esa misma lógica, pretende gobernar de una manera extraña, en la que se equipara la fuerza pública con la violencia delincuencial, y se descalifica por igual a ambas.
“Ya es otra estrategia, eso también hay que subrayarlo, ya no es enfrentar la violencia con la violencia, no es enfrentar el mal con el mal, ya no hay guerra contra el narcotráfico”. Son frases textuales. Vale la pena repetir, por la gravedad que implican, las últimas siete palabras: ya no hay guerra contra el narcotráfico.
Sigue la pretendida justificación: “Ya no vamos a exponer las vidas de civiles con el eufemismo de daños colaterales. Eso ya se terminó”. Y como ya no hay guerra, ahora los daños son directos. Las vidas de civiles quedan a expensas de lo que le dé la gana al crimen organizado. Sin eufemismos.
Hay, sin embargo, un punto rescatable en el discurso: “Queremos la paz”, si bien el encanto se rompe cuando se comprende que, si bien se está hablando de esa paz que es fruto de la justicia, se dice que tambien lo es de “una nueva estrategia”, “un nuevo paradigma en materia de seguridad”.
En ese contexto, el crimen organizado consigue, a fuerza de violencia pura y con muestras de “músculo” como las balaceras de Culiacán, imponer un modelo de “justicia” que pasa por encima de la ley y a un lado de ella.
No, en Culiacán nadie salvó la vida de nadie. Más bien, los criminales perdonaron vidas a cambio de impunidad. Por eso, este pretendido “nuevo paradigma de seguridad” se parece más a una rendición de plaza que a un estado de Derecho.
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