Vale la pena revisar qué estamos haciendo los mexicanos pensantes para frenar el avance de estas hordas que quieren acabar con nuestros niños, hombres y mujeres, desde sus primeros años.
El mundo está en crisis política, en crisis social y, en gran medida, en crisis económica.
Esos, que son los tres ámbitos en que los estudiosos suelen dividir a la realidad para analizarla, viven en nuestro país momentos de inquietud, en el mejor de los casos; de zozobra en el peor.
Y, con tino o sin él, las autoridades encargadas –que no siempre las responsables– se enfocan a la búsqueda de salidas, de soluciones, inmediatas unas, de largo plazo otras, para recuperar el equilibrio perdido o, al menos, paliar los síntomas del malestar.
Pero no es solamente lo social, lo político y lo económico lo que resiente los efectos de la crisis global; cada vez más, en lo moral se advierte un deterioro que a menudo parece irreversible. Deterioro que recuerda ciclos históricos que hoy se repiten.
En la Roma decadente, por ejemplo, la confusión en el terreno de las identidades sexuales afectó a todos los estratos educacionales y socioeconómicos, casi tal como ocurre hoy.
Estamos, en México y en el mundo, ante un embate de quienes se empeñan en sustituir el muy preciso vocablo sexo por el ambiguo género, y casi seguramente conseguirán su objetivo.
Sin embargo, es de hecho imposible que los impulsores de la “ideología de género” logren que se modifique la realidad, de manera que las personas seguirán naciendo sexuadas y, salvo excepciones que son raras y escasas por definición, seguirán llegando al mundo seres humanos de uno de los dos sexos: hombres y mujeres. Punto.
Y bueno, con respeto total a la libertad de cada quien para hacer de su vida lo que le venga en gana, cada hombre y cada mujer podrá seguir disfrutando de sus decisiones en materia de sexualidad. Pero de que sólo nacerá hombre o mujer, según el caso, no hay rastro de duda.
Así es la realidad: testaruda e imposible de manipular.
Pero como la terca realidad se les opone, ahora están enfocados a modificarla desde el escenario de lo legal, y es así como en algunas entidades del país conviven de manera aberrante leyes que protegen a los animales con leyes que permiten el maltrato a los niños.
Aquí, en Ciudad de México –por cierto, no deja de ser absurdo que una entidad federativa se llame “Ciudad”–, se ha abierto un nuevo frente: de manera irracional, diputados del partido en el poder proponen que los niños puedan, desde su primera infancia, decidir si quieren conservar su identidad sexual o cambiarla. Es decir, que los niños decidan si quieren ser niñas y viceversa.
No vale la pena abundar en lo estúpido y peligroso de la propuesta, porque la evidencia no se puede probar. Pero sí vale la pena revisar qué estamos haciendo los mexicanos pensantes para frenar el avance de estas hordas que quieren acabar con nuestros niños, hombres y mujeres, desde sus primeros años.
Porque el asunto no es tarea del gobierno, sino de todos.
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