La narrativa que triunfó, el sexenio que fracasó

El cierre de este sexenio puede anotar como su gran triunfo que su narrativa de “salvador del pueblo” resultó exitosa para ganar nuevamente las elecciones a pesar de que los resultados fueron muy lejanos a los prometidos. Sin embargo, ese éxito puede ser una victoria pírrica si en el largo plazo la realidad supera a la narrativa; y hay todas las señales de esto será así. Pero se debe tener una narrativa más vigorosa para combatirla.

Este sexenio entrega malas cuentas en su promesa de la autonomía energética, pues no sólo Pemex hoy está en la peor situación operativa y de quiebra técnica —se sostiene gracias a que su deuda ha sido respaldada directamente por el gobierno federal— , los precios de las gasolinas se siguen incrementando cada mes, el pago de impuestos como el IEPS lejos de acabarse se ha convertido en fuente de financiamiento para este gobierno y no lo ha cancelado. Por si fuera poco, en este momento la electricidad es la fuente energética más importante y en este sexenio la operación de la CFE que no era deficitaria al inicio del sexenio hoy lo es, se le deben inyectar recursos del presupuesto para mantenerla. Además, la limitación a los privados ha resultado en un incremento de los precios reales que se pagan por la electricidad porque la energía que genera CFE siempre ha sido y será más cara, además de menos estable. Esas fallas además han ocasionado que la red eléctrica se halle limitada en su crecimiento afectando las perspectivas de expansión de muchas empresas ya instaladas y se suman a las razones que han desincentivado la atracción de plantas y fábricas la de no garantizarse el flujo eléctrico.

El sistema de salud es uno de los más evidentes fracasos de este régimen al punto que el titular del Ejecutivo ya usa su “broma” de ser mejor que el de Dinamarca como una manera de generar polémica y ocultar que nunca se logró avanzar en este camino. Pero si eso no fuera suficiente, el fracaso del INSABI —instrumento publicitado como el sustituto magnífico al Seguro Popular— fue de tales dimensiones que se optó por cancelarlo y se revivió una figura anticuada del IMSS-Coplamar que databa de 1979, y que se rebautizó como IMSS Bienestar. Por otra parte, el desabasto de medicamentos sigue siendo una de las muestras más claras del fracaso que ni inversiones multimillonarias como la Megafarmacia lograron resolver. 

El combate a la corrupción fue una de las banderas más destacadas para el triunfo de hace seis años, y aunque hay un intento reiterado de acotar a que el único caso de corrupción fue el de Segalmex —que fue 15 veces peor que la famosa Estafa Maestra— y de argumentar que se procedió a actuar —no se detuvo a ningún alto mando y sólo hubo denuncias funcionarios menores—, lo cierto es que abundaron los reportajes documentados que mostraban que hubo una elevadísima corrupción el círculo más cercano al titular del Ejecutivo que es evidente que no piensan aceptar. Pero los signos de corrupción se pueden detectar cuando hay ocultamiento. Si tan honrados e incorruptibles son todos los funcionarios del gobierno actual, ¿no hubiera sido un timbre de orgullo el mostrar su altísimo nivel de eficiencia presupuestal transparentando todas y cada una de las cuentas, contratos y empresas involucradas en sus magnas obras? Todas las obras insignia de este gobierno han sido blindadas al escrutinio público y el organismo independiente que garantiza esa transparencia, el INAI, está probablemente viviendo sus últimos días.

El último rubro de este rápido repaso es la militarización de la seguridad pública, aquí tenemos la más abierta y clara traición a las promesas. Se llegó pregonando que los militares volverían a sus cuarteles, y se avanzó justo en lo contrario: se le entregó a las Fuerzas Armadas todo el combate al crimen organizado, y se barrió operativa o presupuestalmente a todas las policías estatales o municipales. Lo peor es que ese agresivo camino no entrega resultados positivos: hay 200 mil homicidios —podrían ser más porque tiene el poder para ocultar cifras—; hay cientos de desplazados por la violencia; ciudades como Culiacán viven entre enfrentamientos de opositores; ha crecido en forma alarmante el robo al transporte de mercancías; hay productores amenazados y un largo etcétera.

Con este panorama resulta asombroso que la narrativa de triunfo siga vigente, pero en un extraño paralelismo con la célebre frase “es verdad que la costumbre, es más fuerte que el amor”, eso es lo que ocurre con las narrativas crean una costumbre de creencia que resulta casi imposible romper. Por eso, los ciudadanos conscientes de la realidad del país debemos optar por no combatir la narrativa pues sólo la crece y la hace más resistente. Debemos encontrar una narrativa propia que rescate la importancia de la democracia, las libertades, los derechos y la trascendencia del trabajo por el bien común, que recibirá impulso cuando la realidad agriete la otra narrativa. No será un camino corto, pero de no empezar desde ya, el daño crecerá y la recuperación tardará décadas.

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